Sobre el incesto

El perfume del incesto no lo tiene otro amor.

-María Félix

En una región inhóspita de la Guyana, a saber cuál, dos tiernos amantes fornican bajo la mirada vigilante de un jesuita al que llaman Padre Napier. Esa es una de las tantas historias que se desarrollan en la novela El Cuento del Ventrílocuo de Pauline Melville; sobra decir que aquellos amantes están emparentados, exactamente su consanguinidad los relaciona como hermanos; sus actos, como incestuosos.

Una pena embarga el alma de Úrsula Iguarán, la criatura más vieja de Macondo. El hecho de haberse casado con su primo hermano José Arcadio vislumbra la posibilidad de tener criaturas con cola de cerdo entre sus familiares. Viejos relatos certifican la posibilidad de ello, las últimas páginas de Cien Años de Soledad, lo ratifican.

Ada or Ardor, novela de Vladimir Nabokov relata un amor entre hermanos, los cuales se enamoran creyéndose primos, que llega a feliz término y dura para siempre, o por lo menos mientras ellos viven, que son varias décadas. Un romance poco trágico que, incluso, logra hacer olvidar a los lectores más sensibles a lo sórdido, la filiación entre Van y Ada. Curiosamente esta es la novela que más gustó al propio autor y en la que dedicó más tiempo.

Pero esta intervención no es para mencionar el incesto dentro de la literatura, sino para decir, de la manera más baladí e inconsciente, que si se habla tanto del incesto es porque debe tener su charm. No quiero decir con ello que me interese ahondar en esa práctica con empirismo carnal, no porque preceptos morales me lo impidan, sino por cuestiones más peregrinas. Y esto es; mis hermanas son apasionadamente feas, mi mamá está muy vieja y poca de gracia, tal cual como la Bamba jarocha, además creo que mi papá se molestaría. Y si en una terquedad remota buscara por otros linderos, me encontraría con que mis primas se exceden en sus curvaturas mientras se limitan en sus tribulaciones. Ni siquiera pretendo hablar de mis tías porque sencillamente no hay qué hablar de ellas. Finalmente, en estas razones para no sumergirme en el amor incestuoso, no accedo a tal experiencia porque a mi señora novia la quiero mucho y para mi fortuna (por eso del fenotipo de mis hermanas... y el mío) no está relacionada en lo más mínimo con un servidor, biológicamente hablando.

Ahora bien, la gente normal y poco interesante se desgaja en razones para repudiar y trasbocar la palabra incesto y sus derivados: malformaciones genéticas, pecado, infamia, asco, degenero, insania, perversión, incluso en Edipo Rey provocó que éste se quitara los ojos... son incontables. Además de la gente normal, no recuerdo muchos referentes artísticos o científicos aparte de Yolanda del Río que pinta un panorama desolador y doliente "no sabían que ellos eran hermanos hasta mucho después de quererse..." en la canción La Hija de Nadie; nada más triste que una huérfana infeliz producto de un coito incestuoso.

El incesto también se ha practicado por motivos económicos y políticos. Con eso de que la riqueza está tan escasa, ya desde el siglo XVI los Habsburgo participaron de esta práctica, pero movidos por el pragmatismo, diría Sanders Pierce; por el atesoramiento, diría Wallerstein, no quiero decir con esto que ambos teóricos se hayan referido al tema. En todo caso el ejercicio del incesto de ese modo, pierde su valor transgresivo y deliciosamente degenerado con que algunos le miran hoy en día y le estoy mirando yo. Los Habsburgo no son entonces unos nobles ortognatas y lascivos, sino más bien una familia extendida a lo largo y ancho de Europa que poco a poco por sus por sus fetos homocigotos, fueron degenerándose hasta llegar a seres tontos, estériles y enfermizos como Felipe IV; basta con ver su mandíbula prominente y la cara de Troilo que ya desde Felipe II, su abuelo, se iba ¿perfilando? Con sus incestos repetitivos e infortunados, y no dignos de ostentación, los Habsburgo perdieron la oportunidad de ser "la sal del mundo" como se dice en la Biblia.

A propósito de este "libro de libros" el incesto no escapa de él; son tantas y tantas páginas las que tiene que se hace imposible no mencionarlo casi todo, como el caso del desafortunado Lot a quien sus hijas lo violan valiéndose del estado de embriaguez que inicialmente le habían provocado. Primero la mayor y luego la menor; no les importó que estuviera viejo, y creo que feo; primaba la necesidad de procrearse, ya que no habían penes heteroparentales a kilómetros de distancia; esta vez Sanders Pierce estaría orgulloso. Lot no es el único que fornica en un ambiente cálido y familiar, Abraham también hace lo propio con su hermana Sara, valiéndose de la excusa de que apenas y son medios hermanos, pero se me hace que este par de personajes del Antiguo Testamento no gozaron mucho de la situación, lo del primero lo sustento porque, según las Sagradas Escrituras, éste se hallaba dormido cuando lo cabalgaron las dos noches sus dos hijas, y el segundo, porque después tuvo que vérselas con una esclava para poder tener un hijo: Ismael. Al parecer practicar el incesto en el pasado resultaba bastante fofo, a menos que el noble Lot se haya hecho el dormido...

Vuelvo al lado amable del incesto como retorno nuevamente a la literatura.

Unos gemelos son parte de la gran cantidad de personajes que el escritor G.R.R. Martin ha ido disminuyendo poco a poco -por no decir matando- en la saga de libros Canción de Hielo y fuego, excelente, por cierto. La cuestión es que los gemelos, Cersei y Jaime Lannister, que así es como se llaman, son un ejemplo envidiable del incesto, ya que ambos poseen un físico perfecto y un frondoso cabello rubio; su relación ha sido tan sólida que incluso tienen tres hijos los cuales han sido pasados como del rey, pero eso ya son otros entuertos.

Haciendo este recorrido estoy por creer que el sentido enfermizo del incesto se debe más a envidia que a cualquier otra cosa, llámesele moralismo, asco, tabú... y es que una hermana como Cersei Lannister, con su belleza y carácter despierta instintos de manera deliberada; ya quisieran los defensores de las buenas costumbres hermanas o madres como ella, aunque sin tanto carácter.

Hay que admitirlo: el tema incomoda. Se debe hablarlo en voz baja. Nadie admite haberlo practicado o muy pocos, y todo esto es comprensible; en nuestra sociedad las reglas a cerca de la práctica del amor son bastante claras, la familia está para quererla, asesinarla, ayudarla, timarla, aguantarla y visitarla no muy a menudo, pero nunca para tener sexo con ella, incluso la lotería genética respalda lo dicho; no obstante, tampoco no es una cuestión de vergüenza perpetua, siempre y cuando el incesto sea consentido y ocultado bajo las cortinas de la sala, bajo las sábanas del cuarto que comparten los hermanos, en las reuniones familiares, en los momentos de intimidad o una intromisión en el baño; eso sí, dejando la necesidad reproductiva de lado. Solo disfrutando del gozo que provoca que las cosas queden en familia. Pues, familia que fornica unida...

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