Clases en la Koiné

A través de la historia de la humanidad han surgido figuras que trascendieron su propia era y lograron un cambio influyente en aquellos que los rodearon. Sus enseñanzas han formado las bases de muchos movimientos culturales, sociales y espirituales. Sólo por mencionar a uno, hubo un hombre llamado Sócrates, un viejo de la Antigua Grecia, famoso por ser hábil en las cuestiones retóricas. Gustaba de pasear por las plazas y platicar con las personas que se encontraran en su camino. Su intención no era simplemente hablar por hablar, como quien "va a echar el chisme", sino que buscaba en su interlocutor un aprendizaje significativo.

La fama de Sócrates creció debido a su habilidad para lograr que las personas aprendieran por sí mismas algo que posiblemente ignoraban. Sócrates era enemigo de la ignorancia, pues para él era la raíz de todos los males. Así que por medio de una serie de preguntas lógicamente relacionadas, guiaba la conversación de tal manera que el otro terminaba sacando una conclusión acertada y veraz. A este método se le conoce como la mayéutica, un término que derivada del griego clásico y que significaba "dar a luz", por tal motivo aquel personaje que le sirviera de compañero de diálogo al final terminaba dando a luz a su propio conocimiento.

La mayéutica le permitió a Sócrates ganarse muchos seguidores, personas que quedaban admiradas con su capacidad retórica. Pero también se ganó muchos enemigos, principalmente aquellos que buscaban sacar un provecho de los que eran ingenuos, ignorantes o distraídos, un grupo principal eran los llamados sofistas, hombres capaces y hábiles en el discurso pero que se dedicaban, algunos de ellos, a cobrar por enseñar, aunque no siempre enseñaban lo que era la verdad. Cuando Sócrates tenía la oportunidad de desarmar un discurso sofista lo hacía de tal modo que el pobre hombre quedaba en ridículo, esto deja claro el porqué no era muy querido por estos hombres.

Posiblemente una distinción entre Sócrates y los sofistas era que los segundos gustaban de cobrar por sus discursos y enseñanzas, fueran buenos o malos, pero Sócrates no acostumbraba buscar beneficios económicos, o por lo menos eso dice la tradición. Un ejemplo claro de por dónde debería girar la mente y la intención de alguien que de verdad busca que el otro aprenda. Por supuesto el fin de este escrito no es el de pregonar que la docencia sea gratuita, el trabajador merece un salario, pero sólo el buen trabajador, aquel que realmente busca que el otro aprenda, ése es el que realmente merece un salario. Aquellos que sólo parlotean, que sólo están por cobrar, que enseñan contenidos sin valor, con errores, sin importarles si lo que hacen es un daño para otro, esos son los que no merecen ni cobrar ni exigir.

Pero en una realidad como la actual, donde parece ser que vale más como persona el que tiene  más que el que no tiene o tiene poco, no se nota como algo extraño que existan muchos que busquen oportunidades para obtener un ingreso sin importar si destruyen una institución tan importante y útil como la docencia y el magisterio. Al fin y al cabo, dinero es dinero, y si es fácil, qué mejor.

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