No todo trabajo es respetable

No todo trabajo es respetable

"El trabajo es dignidad" dicen algunos; sin embargo, esta es otra frase hecha que se arroja sin realmente ser pensada. No creo que nadie, luego de reflexionar a fondo, se atreva a decir que todos los trabajos son dignos y merecen respeto. Con esto no me refiero a oficios que son lisa y llanamente actividades delictivas (asesinos a sueldo, narcotraficantes, community managers, etc.). Tampoco estoy insinuando el viejo chiste de que algunos médicos, como los ginecólogos, eligen esa profesión únicamente para satisfacer un morbo sexual.

Antes de desarrollar el tema, es necesario aclarar que tampoco estoy aludiendo a esas profesiones que, a través de la historia, han evolucionado y dado nacimiento a otras nuevas; así como los que antaño ejercían el oficio de bufón real son los antepasados de los actuales presentadores de televisión. Hay quienes acusan que, de esta misma forma, la práctica de la tortura medieval se convirtió con el correr de los años en la odontología. Yo no estoy para nada de acuerdo con este postulado, porque iguala a los dentistas con torturadores y eso es una exageración. Para mí, comparar a un dentista con un ser humano es una cosa horrible. Para los interesados en este tema, toda la información que quieran obtener al respecto la pueden encontrar en el documental "La profesión más antigua del mundo".

Con "trabajo poco respetable" estoy señalando a actividades como las que desarrollan los directores de orquesta. Imagínense un fanático de la música clásica que nunca haya visto una orquesta en vivo; va a presenciar tal espectáculo por primera vez, y lo que ve es a un grupo de talentosos músicos demostrando su talento en sus respectivos instrumentos y, delante de ellos, dando la espalda al público, un energúmeno que agita frenéticamente sus brazos como un loco. Un individuo que no participa de ninguna forma en la ejecución de las notas musicales, pero que al final de la presentación hace una reverencia al público, como suponiendo que todos los aplausos son para él.

Otro ejemplo son los polistas, mal llamados deportistas cuando todo el trabajo físico está delegado a un pobre caballo. En el mundo de hoy para cualquier deporte hay que tener habilidad, pero para ser polista hay que tener el dinero para comprar un caballo competente. Por lo tanto, los que son ineptos y pobres como uno, ni siquiera esa chance tienen. Obviamente, este hecho no enturbia mi opinión sobre el asunto.

A veces, el problema no es la profesión en sí, sino la forma en que se realiza. Hay casos en que el mérito de una actividad puede variar. Por ejemplo, ser pescador en río o mar es una cosa, pero ser pescador en un estanque es otra completamente distinta; ser grafitero supone una rebeldía a las normas establecidas que acarrea un peligro, y por lo tanto genera una cierta admiración, pero fijar carteles en la vía pública para una empresa que alquila ese espacio, de forma legal, no despierta tal emoción. Bajo esta misma lógica, vender ejemplares de la Biblia cerca de una Iglesia no es para nada impresionante; es obvio que uno va a conseguir clientes. Así mismo, tampoco es impresionante vender artículos escolares cerca de una escuela, vender flores cerca de un cementerio, o repartir cerebros cerca de un lugar que venda palos para selfies.

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