Muertes de niños no disuaden a migrantes guatemaltecos
CAMOTÁN, Guatemala (AP) — Las moscas zumban sobre el agua y la comida en la aldea guatemalteca La Libertad, donde en un pequeño cuarto el hijo de seis años de Ericka Gutiérrez Vásquez está postrado con diarrea y vómitos.
El pequeño Darwin se enfermó en un centro de detención en México antes de que ambos fueran deportados recientemente tras intentar llegar a Estados Unidos. Una vez que esté mejor, volverán a emprender el arduo viaje hacia el norte.
La muerte de cinco niños guatemaltecos bajo la custodia de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos en los últimos seis meses -incluidos dos del departamento de Chiquimula, donde vive Gutiérrez Vásquez- no ha logrado disuadir a los migrantes especialmente del área oriental, una tierra calurosa, empobrecida, afectada por la sequía y olvidada por las autoridades. Tampoco las amenazas del presidente estadounidense Donald Trump de endurecer los controles e imponer aranceles a México si no combate la migración.
Gutiérrez Vásquez, de 25 años, decidió migrar con su hijo el 15 de mayo. Dos días después la detuvieron en Villahermosa, México, y para el 22 de mayo ya habían sido deportados a Guatemala. Antes no tenía nada, ahora tiene una deuda de 5.000 dólares.
Desde enero 24.784 guatemaltecos han sido deportados desde Estados Unidos y otros 15.822 desde México.
La joven madre dice que supo de las muertes de los niños bajo el resguardo de la Patrulla Fronteriza. “Da miedo”, dice, pero de igual planea irse. Su familia no quiere pero debe pagar la deuda. “Ahorita (el coyote) está esperando que yo le diga si ya puedo irme o no”. Viajar sola es más caro, “es más fácil con el niño”. Los coyotes normalmente permiten que los migrantes vuelvan a intentarlo de forma gratuita si no lo logran la primera vez.
La Patrulla Fronteriza dijo el miércoles que ha detenido a cerca de 133.000 personas en la frontera entre Estados Unidos y México en mayo, el total mensual más alto en más de una década. Guatemala tiene el mayor número de personas detenidas por agentes fronterizos durante el actual año fiscal del gobierno estadounidense que comenzó en octubre.
Gutiérrez Vásquez y su hijo viven en lo que se conoce como “el corredor seco guatemalteco”, un área que abarca por lo menos 10 de los 22 departamentos del país y otras naciones centroamericanas y que según la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, pone en riesgo la seguridad alimentaria de 1,4 millón de personas debido a que las sequías prolongadas y las intensas lluvias destruyeron más de la mitad de sus cosechas de maíz y frijol.
Si la joven hubiera viajado sola el coyote le habría cobrado 10.000 dólares. “Era 100% seguro que íbamos a pasar, me dijo el coyote”. Los traficantes han reducido la tarifa a la mitad cuando van niños con un adulto y su promesa es entregarlos a las autoridades estadounidenses y de ahí “al sueño americano”.
En La Libertad no sólo escasea el alimento. La salud es precaria y tanto Gutiérrez Vásquez como sus cuatro hermanos están graduados de maestros, pero no han logrado conseguir trabajo. “No hay”, dice la mujer. Migrar no es una oportunidad, es la única opción que le queda, agrega.
Lo mismo pensaba Juan De León Gutiérrez, de 16 años, que murió el 30 de abril bajo la custodia de la Patrulla Fronteriza en un centro de detención en Estados Unidos. De acuerdo con el médico forense del condado de Nueces en Corpus Christi, Texas, un doctor determinó que tenía una enfermedad rara que involucraba una inflamación de la frente causada por una infección en el hueso frontal.
Pocos días después de su muerte dos vecinos, un hombre y su hija de ocho años, pasaron la frontera narra su madre, Tránsito Gutiérrez. “Se fueron, ellos sabían que se había muerto mi hijo, pero también tienen su necesidad”.
La madre lo recuerda sentada en un banco roto de su casa oscura y húmeda construida con adobe y piso de tierra en la comunidad de Tizamarte, en Chiquimula. A ella sólo le quedó, dice, la pena por la muerte de su hijo y la deuda del préstamo que el joven tomó para hacer el viaje y que deberá pagar o de lo contrario se quedará sin casa. La necesidad es tan grande que hay días que sólo come una vez.
Toribio Aldana, presidente del Consejo Comunitario de Tizamarte, dice que en lo que va el año han migrado de la comunidad 100 de los 1.000 habitantes que tiene. “Es que no hay trabajo y hay mucha necesidad. El precio del café cayó, por falta de lluvia se secaron las cosechas de maíz y frijol, ya ni para el consumo dio”.
El gobierno guatemalteco ha sido criticado por su indolencia ante la muerte de los menores. En declaraciones a la prensa la canciller Sandra Jovel responsabilizó a los padres por arriesgar a sus hijos al migrar. “No llevamos de la mano a los niños, son los padres que llevan a estos menores y que los exponen”, dijo y agregó que no es tarea del Ministerio de Relaciones Exteriores ofrecer un programa de ayuda pero que otros ministerios sí lo hacen.
Pero Gutiérrez Vásquez tiene sus quejas sobre la ayuda estatal. “Aquí a uno lo quisieran ver muerto, aquí no hay ayuda de nada. Si uno trabaja, come; si no, no”. Y lo que más escasea es el empleo.
Cuando un niño muere lo único que recibe su familia es su cadáver. El gobierno sólo paga los gastos de la repatriación.
Unos 32 kilómetros al sur de Tizamarte se encuentra Tituque, donde vive Dorotea Castillo. Es la abuela de Wilmer Josué Ramírez Vásquez, el niño de dos años que también murió bajo el resguardo de la Patrulla Fronteriza el 4 de mayo.
Castillo cuenta que su hija partió el 22 de marzo y le tomó 22 días llegar a Estados Unidos. En el camino, cuando iban por México, el niño comenzó con catarro y fiebre y al llegar a suelo estadounidense tuvieron que internarlo. “Estuvo hospitalizado un mes con tres días”. Wilmer fue diagnosticado con neumonía, según el cónsul guatemalteco en Del Rio, Texas, y murió aproximadamente un mes después en un hospital infantil el 14 de mayo. Está pendiente una autopsia.
Hilda se sintió obligada a abandonar Guatemala, donde estaba criando al niño sin el apoyo de su exesposo, quien emigró a España. Sus familiares políticos la habían amenazado de muerte después de que abandonó su hogar, harta porque la suegra se quedaba con todo el dinero que el padre le enviaba, narra Castillo. Hilda permanece en Estados Unidos mientras su caso de asilo está pendiente.
La familia recién había terminado de enterrar el cuerpo de Wilmer cuando otros vecinos de la comunidad se fueron.
“La gente se está yendo, mujeres y hombres con sus hijos, siempre se van. La gente cree que con los niños pasan. Algunos pasan, pero cuando los niños son gorditos”, dice Castillo.
Eliu Mazariegos, director del Sistema Integral de Salud del Ministerio de Salud, explica que en el “corredor seco” las enfermedades más comunes son las infectocontagiosas, la diarrea y la neumonía, que se agravan con la deficiencia alimentaria.
“Definitivamente en todo niño que tenga un problema, nutricionalmente hablando, su sistema inmunológico está deteriorado. Cualquier agente infeccioso puede llegar más rápido a él. Un niño con desnutrición es un buen cóctel para que adquiera cualquier patología”, indica el médico.
La única solución es atender de manera integral las causas estructurales: la pobreza, la exclusión y la falta de acceso a los servicios básicos, dice Mazariegos.
Silvia García, de 25 años, está triste porque su esposo José Elías Aldana, de 27, se fue a Estados Unidos hace dos meses. “Se llevó a mi hijo más grande, Jeferson, de cinco años. Tenía una infección en los pulmones pero así se lo llevó porque tenemos mucha necesidad”, cuenta la joven mujer. Ambos lograron llegar sanos y salvos a destino. Ella se quedó con su bebé de un año y medio en Tizamarte, a dos cuadras de donde vivía Juan de León. Sabe que el viaje será duro y peligroso, pero está lista para partir cuando su esposo logre juntar dinero y enviárselo.
“Lo más importante es estar al lado de la familia... Allá tendrían una vida mejor, una buena educación, buena alimentación, un buen vestuario. Creo que allá mis hijos estarían más bien que aquí”.
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El periodista de The Associated Press Nomaan Merchant contribuyó en esta nota desde Houston.