Mientras Trump critica ciencia, EEUU tiene 200.000 muertos

Mientras Trump critica ciencia, EEUU tiene 200.000 muertos
ARCHIVO - En esta foto del 17 de abril del 2020, el doctor Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos, habla sobre el coronavirus, mientras el presidente Donald Trump escucha, en la sala de prensa de la Casa Blanca, (AP Foto/Alex Brandon)

NUEVA YORK (AP) — En momentos en que las muertes por coronavirus en Estados Unidos pasan de las 200.000, el presidente Donald Trump sigue enfrascado en una guerra contra los científicos de su propio gobierno.

En los últimos seis meses, el gobierno de Trump ha priorizado la política sobre la ciencia, negándose a seguir consejos de los expertos que pudieran haber contenido la diseminación del nuevo coronavirus y del COVID-19, la enfermedad que causa. Trump y su gente han desestimado constantemente las evaluaciones de los expertos sobre la gravedad de la pandemia y las medidas necesarias para controlarla. Han tratado de acallar a los científicos que disputan el sesgo optimista del gobierno.

Apenas la semana pasada, Trump describió al doctor Robert Redfield, un virólogo y director de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), como una persona “confundida” por haber afirmado que era improbable que haya una vacuna disponible hasta el verano o el otoño de 2021. Trump, sin evidencia, dijo que pudiera estar lista antes de las elecciones de noviembre.

Aunque no hay indicios de que la desesperación de Trump haya afectado el proceso científico, su insistencia en que habrá una vacuna antes de la elección está creando desconfianza en el logro que él espera ayude a su reelección.

La dinámica de Trump contra la ciencia ha sido evidente desde el inicio.

A finales de enero, después de que el virus emergió en la ciudad de Wuhan, en China, los CDC lanzaron su centro de operaciones de emergencia. Lo que se necesitaba, dijeron los epidemiólogos, era una campaña activa de educación pública y rastreos de contactos para identificar y aislar a los primeros casos antes de que se produjera una diseminación descontrolada.

En lugar de ello, Trump públicamente le restó importancia a la gravedad del virus en esas primeras semanas cruciales, aunque en privado reconoció la seriedad de la amenaza.

“Yo quise minimizarlo siempre”, le dijo Trump al periodista Bob Woodward en marzo.

Para mediados de ese mes, los hospitales en Nueva York y otras partes estaban abrumados de pacientes e incluso usando camiones refrigerados para poder guardar cadáveres.

El 31 de marzo, el país seguía tratando de entender la magnitud de la pandemia. La doctora Deborah Birx, coordinadora de la respuesta de la Casa Blanca contra el coronavirus, y el doctor Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, explicaron —parados junto al presidente— las asombrosas proyecciones de muertes. Los médicos dijeron que a menos que el país adoptara el uso de mascarillas, practicara el distanciamiento social y mantuviera cerrados los negocios habría entre 100.000 y 240.000 muertes.

Resaltaron que, si Estados Unidos adoptaba medidas estrictas, el saldo pudiera mantenerse por debajo de las 100.000 muertes. “Esperaríamos que pudiéramos mantenerlo debajo de eso”, dijo Trump entonces.

Sin embargo, en lugar de emitir un mandato nacional para el uso de mascarillas, el gobierno de Trump publicó en pocas semanas su plan de “Abrir Estados Unidos de nuevo”.

Los CDC comenzaron a elaborar un grueso documento de directrices para ayudar a la toma de decisiones sobre la reapertura, pero la Casa Blanca pensó que las directrices eran demasiado estrictas. “Nunca van a salir a la luz”, se dijo a los científicos de los CDC. Al final, The Associated Press dio a conocer el documento de 63 páginas que ofrecía recomendaciones basadas en la ciencia para lugares de trabajo, guarderías y restaurantes.

Los predecible sucedió: Los casos aumentaron al reabrirse las comunidades y se esfumaron las esperanzas de mantener el total de muertes por debajo de las 100.000.

Las recomendaciones de los CDC continuaron siendo canalizadas para aprobación por parte de la fuerza especial de la Casa Blanca antes de ser publicadas.

Redfield ha sido criticado por no ser lo suficientemente enérgico en la defensa de la agencia y quienes han trabajado en los CDC esperan ver a sus líderes defender la ciencia ante las presiones políticas.

“Estoy seguro de que no será fácil, pero es esencial para la reputación de los CDC”, dijo la doctora Sonja Rasmussen, una veterana de 20 años en la agencia y profesora en la Universidad de Florida. “Necesitamos unos CDC fuertes y confiables para sobrevivir esta pandemia, además de la próxima emergencia de salud pública después de ésta”.

Al tiempo que Fauci era restringido en sus interacciones con la prensa —su honestidad no era bien vista por el gobierno—, Trump elevó a una nueva figura como el rostro público de su fuerza para la pandemia: el doctor Scott Atlas, un neurólogo de la Universidad de Stanford sin experiencia en enfermedades infecciosas.

En Atlas, Trump tiene a un médico que le ha restado importancia a la necesidad de que los estudiantes usen mascarillas o practiquen distanciamiento social. Atlas ha promovido la idea de permitir que el virus se disemine para crear “inmunidad colectiva”, la idea de que puede crearse una resistencia en la comunidad al infectar a una gran porción de la población. La Organización Mundial de Salud ha dicho que ese enfoque es peligroso.

Funcionarios de la Casa Blanca dicen que Atlas ya no respalda esa idea.

Como dijo Fauci en agosto, existe “un sentir fundamental contra la ciencia” en momentos en que algunas personas se están resistiendo a las autoridades.

Al mismo tiempo, al menos 60 líderes estatales y locales de salud en 27 estados han renunciado, se han retirado o han sido despedidos desde abril, de acuerdo con un examen por The Associated Press Kaiser Health News. Esos números han aumentado al doble desde junio, cuando The Associated Press y KHN comenzaron a rastrear las salidas. Muchos renunciaron tras presiones políticas de funcionarios púbicos, o incluso amenazas violentas de personas furiosas con los mandatos de mascarillas y los confinamientos.

La Casa Blanca se ha dado cuenta de que existe una desventaja en minar públicamente la ciencia. Los funcionarios reconocen las preocupaciones de los votantes sobre una aceleración del calendario para la vacuna como lo hacen con una crisis emergente de salud pública. Dicen temer que habrá muertes innecesarias y un impacto económico si los estadounidenses temen ser vacunados, de acuerdo con dos funcionarios de la Casa Blanca que hablaron a condición de anonimato.

El gobierno ha ordenado una campaña para fortalecer la confianza pública en el proceso de desarrollo de la vacuna. Incluiría elevar los perfiles de funcionarios que han sido criticados por Trump, como el comisionado de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA), doctor Stephen Hahn; y del doctor Redfield, de los CDC.

Una persona no está de acuerdo: Trump. A menos de siete semanas de las elecciones, parece determinado a decir y hacer lo que considera necesario para asegurarse la reelección, sin importar la ciencia ni la evidencia.

Y pese al nefasto saldo de muertes, Trump sigue presentando los últimos seis meses como un éxito.

El lunes dijo a una muchedumbre de partidarios en Ohio: “Vamos a tener una vacuna antes del final del año, pero pudiera ser antes”.

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