Usain Bolt: El azúcar, Mendel y Newton

Usain Bolt: El azúcar, Mendel y Newton

A mediados del siglo XVII, el Imperio Británico le arrebató, por la fuerza de las armas, la isla de Jamaica a la Corona Española. La principal riqueza del lugar era el azúcar proveniente de las grandes plantaciones de caña, que prosperaban gracias al clima reinante en la isla, y, para 1820, la isla se convertiría en el primer exportador mundial de azúcar del mundo, endulzando así el té de millones de súbditos británicos repartidos alrededor del globo.

Sin embargo, el Imperio se encontró con un problema: los españoles, directa o indirectamente, habían diezmado la población indígena local de arahuacos, por lo que la mano de obra esclava necesaria para atender las plantaciones escaseaba y mucho. Con flema británica, los gobernadores de turno de la isla - uno de los primeros fue el mismísimo Henry Morgan, el pirata - decidieron resolver el tema importando trabajadores. Esclavos, digo. Entre fines del siglo XVII y principios del XVIII, a través de este deleznable tráfico, llegaron a Jamaica unos 700.000 africanos destinados a las plantaciones de caña de azúcar, cambiando definitivamente la composición demográfica del territorio.

En 1865, algunos años después de que la esclavitud fuera definitivamente abolida en Jamaica, un sacerdote suizo llamado Gregor Mendel, publicó las conclusiones de sus estudios realizados en guisantes sobre la transmisión de caracteres físicos de una generación a otra. Sus dos postulados básicos, que pasarían a la posteridad con el nombre de "Leyes de Mendel", venían a explicar por primera vez por qué los hijos se parecen a sus padres en algunos rasgos, a sus madres en otros, y a sus abuelos en otros tantos. Aunque su trabajo fue desacreditado en una primera instancia, fue revalorizado y refrendado a principios del siglo XX por otros científicos, constituyéndose así en las base sólida de una nueva ciencia: la genética.

Según Mendel, los rasgos físicos son hereditarios, y, dependiendo de qué rasgo o característica se trate, tendrá más o menos probabilidades de aparecer en cada generación futura. El conjunto de características heredadas de nuestros padres, y a través de ellos, de todos nuestros ancestros, determinan la predisposición o las "condiciones naturales" que tenemos para algunas cosas, y también la "falta" de condiciones para otras. Por ejemplo: si heredamos de nuestros antepasados una gran estatura, a priori tendremos aptitudes físicas naturales para jugar al básquetbol o al volleybol; si tenemos la piel muy clara, nunca adquiriremos un tono dorado en verano por más horas que nos tiremos al sol.

Es más que obvia la superioridad de los deportistas de raza negra sobre el resto de la humanidad en cuanto a capacidades atléticas se refiere. Los resultados de las distintas competiciones lo demuestran a cada rato. Salvo excepciones puntuales, (la natación, por ejemplo), los atletas con ascendencia africana dominan en la mayoría de los deportes en donde el desempeño físico es primordial. Es una cuestión genética. Las estadísticas muestran claramente que, a entrenamientos más o menos similares, las características físicas de esta raza, heredadas sucesivamente durante miles de generaciones, encajan maravillosamente bien en las exigencias de esos deportes y determinan los resultados.

Las pruebas de velocidad de los recientes Juegos Olímpicos de Río constituyen una prueba irrefutable de ello. En 22 carreras de pista, desde los 100 m llanos a los 10.000 m, 20 medallas de oro se entregaron a atletas afrodescendientes. Sumemos medallas: en esas 22 pruebas (contando los equipos de relevos), se entregaron 102 medallas, entre oros, platas y bronces. 87 de ellas fueron para corredores negros de ambos sexos. Los números habla por sí solos, no?

Claro que las características genéticas de un colectivo, de una raza en su conjunto, digamos, varían de zona en zona. Por ejemplo, los etíopes y los keniatas parecen fabricados a medida para las carreras de largo aliento: son flacos y esmirriados, casi esqueléticos. Pero tienen una resistencia brutal y demuelen a sus rivales poco a poco. Los atletas del Caribe y las Antillas, e incluso los estadounidenses, cuyos antepasados esclavos eran originarios de otras zonas de África, son físicamente diferentes: son musculosos y potentes, y hacen tabla rasa en las pruebas más cortas, donde la velocidad es determinante.

Esas condiciones heredadas también varían de individuo a individuo. Y si en un único ser humano se unen una herencia genética que responde maravillosamente bien  a las carreras de velocidad, unas condiciones individuales que potencian brutalmente esa herencia y una dedicación, una disciplina y un entrenamiento rigurosísimos, obtenemos como resultado un súper-atleta, una de esas leyendas que serán referencia para las generaciones futuras y cuyos logros no parecen de este mundo. Un Usaín Bolt, digamos.

Es que realmente Bolt parece más que humano. Es tal la superioridad que tiene - y que sabe que tiene - sobre sus rivales, que nunca parece necesitar llegar a sus límites para ganarles. Y no me refiero sólo a las etapas previas de las competencias, en las que llega trotando los últimos 15 metros y mirando para los costados buscando rivales, o charlando con ellos, como en la semifinal de los 100 mts de Río. También en las finales de las competencias, donde se juega la medalla de oro, siempre da la impresión de aflojar el paso en los últimos metros y no exigirse al máximo.

En 1687, mientras su patria tomaba posesión de Jamaica, Sir Isaac Newton publicó su libro fundamental, Principios Matemáticos de la Filosofía Natural, en el que postulaba las tres leyes fundamentales que rigen el movimiento de los cuerpos. La Tercera Ley, también conocida como el Principio de Acción y Reacción, dice que "con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria" . En lenguaje llano, quiere decir, por ejemplo, que cuando saltamos, empujamos la Tierra hacia abajo, y ésta nos empuja con la misma intensidad hacia arriba. Dado que la masa de la Tierra es infinitamente superior a la nuestra, ella ni se inmuta y los que nos movemos somos nosotros, hacia arriba.

Se dice que las Leyes de Newton son universales. Sin embargo, la necesidad de esclavos que tenía el Imperio Británico para las plantaciones de caña de azúcar de Jamaica en el siglo XVIII, hizo que los antepasados de Bolt llegaran a la isla con todo su "arsenal" genético a cuestas, haciendo que sus actuales descendientes sean los corredores dominantes en el mundo de la velocidad. Las características propias e individuales del gran Usaín lo hicieron destacar, por amplio margen, por encima del resto.

Tanto, que hasta parece violar la Tercera Ley de Newton, recibiendo de la pista sobre la que corre, un impulso mucho mayor que el que le da él con sus demoledoras zancadas.

A mediados del siglo XVII, el Imperio Británico le arrebató, por la fuerza de las armas, la isla de Jamaica a la Corona Española. La principal riqueza del lugar era el azúcar proveniente de las grandes plantaciones de caña, que prosperaban gracias al clima reinante en la isla, y, para 1820, la isla se convertiría en el primer exportador mundial de azúcar del mundo, endulzando así el té de millones de súbditos británicos repartidos alrededor del globo.

Sin embargo, el Imperio se encontró con un problema: los españoles, directa o indirectamente, habían diezmado la población indígena local de arahuacos, por lo que la mano de obra esclava necesaria para atender las plantaciones escaseaba y mucho. Con flema británica, los gobernadores de turno de la isla - uno de los primeros fue el mismísimo Henry Morgan, el pirata - decidieron resolver el tema importando trabajadores. Esclavos, digo. Entre fines del siglo XVII y principios del XVIII, a través de este deleznable tráfico, llegaron a Jamaica unos 700.000 africanos destinados a las plantaciones de caña de azúcar, cambiando definitivamente la composición demográfica del territorio.

En 1865, algunos años después de que la esclavitud fuera definitivamente abolida en Jamaica, un sacerdote suizo llamado Gregor Mendel, publicó las conclusiones de sus estudios realizados en guisantes sobre la transmisión de caracteres físicos de una generación a otra. Sus dos postulados básicos, que pasarían a la posteridad con el nombre de "Leyes de Mendel", venían a explicar por primera vez por qué los hijos se parecen a sus padres en algunos rasgos, a sus madres en otros, y a sus abuelos en otros tantos. Aunque su trabajo fue desacreditado en una primera instancia, fue revalorizado y refrendado a principios del siglo XX por otros científicos, constituyéndose así en las base sólida de una nueva ciencia: la genética.

Según Mendel, los rasgos físicos son hereditarios, y, dependiendo de qué rasgo o característica se trate, tendrá más o menos probabilidades de aparecer en cada generación futura. El conjunto de características heredadas de nuestros padres, y a través de ellos, de todos nuestros ancestros, determinan la predisposición o las "condiciones naturales" que tenemos para algunas cosas, y también la "falta" de condiciones para otras. Por ejemplo: si heredamos de nuestros antepasados una gran estatura, a priori tendremos aptitudes físicas naturales para jugar al básquetbol o al volleybol; si tenemos la piel muy clara, nunca adquiriremos un tono dorado en verano por más horas que nos tiremos al sol.

Es más que obvia la superioridad de los deportistas de raza negra sobre el resto de la humanidad en cuanto a capacidades atléticas se refiere. Los resultados de las distintas competiciones lo demuestran a cada rato. Salvo excepciones puntuales, (la natación, por ejemplo), los atletas con ascendencia africana dominan en la mayoría de los deportes en donde el desempeño físico es primordial. Es una cuestión genética. Las estadísticas muestran claramente que, a entrenamientos más o menos similares, las características físicas de esta raza, heredadas sucesivamente durante miles de generaciones, encajan maravillosamente bien en las exigencias de esos deportes y determinan los resultados.

Las pruebas de velocidad de los recientes Juegos Olímpicos de Río constituyen una prueba irrefutable de ello. En 22 carreras de pista, desde los 100 m llanos a los 10.000 m, 20 medallas de oro se entregaron a atletas afrodescendientes. Sumemos medallas: en esas 22 pruebas (contando los equipos de relevos), se entregaron 102 medallas, entre oros, platas y bronces. 87 de ellas fueron para corredores negros de ambos sexos. Los números habla por sí solos, no?

Claro que las características genéticas de un colectivo, de una raza en su conjunto, digamos, varían de zona en zona. Por ejemplo, los etíopes y los keniatas parecen fabricados a medida para las carreras de largo aliento: son flacos y esmirriados, casi esqueléticos. Pero tienen una resistencia brutal y demuelen a sus rivales poco a poco. Los atletas del Caribe y las Antillas, e incluso los estadounidenses, cuyos antepasados esclavos eran originarios de otras zonas de África, son físicamente diferentes: son musculosos y potentes, y hacen tabla rasa en las pruebas más cortas, donde la velocidad es determinante.

Esas condiciones heredadas también varían de individuo a individuo. Y si en un único ser humano se unen una herencia genética que responde maravillosamente bien  a las carreras de velocidad, unas condiciones individuales que potencian brutalmente esa herencia y una dedicación, una disciplina y un entrenamiento rigurosísimos, obtenemos como resultado un súper-atleta, una de esas leyendas que serán referencia para las generaciones futuras y cuyos logros no parecen de este mundo. Un Usaín Bolt, digamos.

Es que realmente Bolt parece más que humano. Es tal la superioridad que tiene - y que sabe que tiene - sobre sus rivales, que nunca parece necesitar llegar a sus límites para ganarles. Y no me refiero sólo a las etapas previas de las competencias, en las que llega trotando los últimos 15 metros y mirando para los costados buscando rivales, o charlando con ellos, como en la semifinal de los 100 mts de Río. También en las finales de las competencias, donde se juega la medalla de oro, siempre da la impresión de aflojar el paso en los últimos metros y no exigirse al máximo.

En 1687, mientras su patria tomaba posesión de Jamaica, Sir Isaac Newton publicó su libro fundamental, Principios Matemáticos de la Filosofía Natural, en el que postulaba las tres leyes fundamentales que rigen el movimiento de los cuerpos. La Tercera Ley, también conocida como el Principio de Acción y Reacción, dice que "con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria" . En lenguaje llano, quiere decir, por ejemplo, que cuando saltamos, empujamos la Tierra hacia abajo, y ésta nos empuja con la misma intensidad hacia arriba. Dado que la masa de la Tierra es infinitamente superior a la nuestra, ella ni se inmuta y los que nos movemos somos nosotros, hacia arriba.

Se dice que las Leyes de Newton son universales. Sin embargo, la necesidad de esclavos que tenía el Imperio Británico para las plantaciones de caña de azúcar de Jamaica en el siglo XVIII, hizo que los antepasados de Bolt llegaran a la isla con todo su "arsenal" genético a cuestas, haciendo que sus actuales descendientes sean los corredores dominantes en el mundo de la velocidad. Las características propias e individuales del gran Usaín lo hicieron destacar, por amplio margen, por encima del resto.

Tanto, que hasta parece violar la Tercera Ley de Newton, recibiendo de la pista sobre la que corre, un impulso mucho mayor que el que le da él con sus demoledoras zancadas.

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