Relato "frustración" de Alejandro Granada

Le dolía una muela y, como a todos los que les duele una muela, tenía la mirada envejecida. No era una forma de dolor simple, sino que hablamos de un dolor bastante agudo; de esos que aparecen cuando algún ser extraño aparece en la encía e infecta todo a su paso.

Se quedó sentada en el consultorio. Esperó con la cabeza gacha y casi se quedó dormida. La sensación de cabecear no era grata, pero la esperanza de evadir el frío del consultorio a través del sueño se le hacía exquisita.

Sus ojos estaban a punto de cerrarse hasta nuevo aviso cuando un hombre de rostro familiar se sentó a su lado. La miró detenidamente y, tras mucho vacilar, se decidió a abrir la boca.

-¿Maira? ¿Qué te pasó en el brazo? ¿Es por esa herida que estás aquí?

-No; me duele una muela, no el brazo.

-Está hinchado.

-No me importa, me duele una muela.

Echó un vistazo al estado del brazo de Maira y se dio cuenta de que la causante del sangramiento fue una mordida.

-Juanito, ¿me haces el favor de despertarme cuando me llamen?

-No mientras no te revises ese brazo.

-Yo no quiero que me revisen el brazo, es la muela la que me...

-Nada de eso. ¿Te mordió un perro?

-Me caí y me mordió, pero no me duele, entiende, hombre.

-Ya, ya...

Por el pasillo transitaba cada cierto tiempo uno o dos trabajadores del consultorio. Uno de ellos quebró el silencio de Maira y le preguntó sobre el tema de su brazo.

-Tienes buen ojo, pero quiero que me revisen la muela.

-Te la revisarán, pero primero necesito saber si el perro tenía rabia. Esto es serio.

Maira se hartó, se levantó y huyó del lugar apenas le quitaron los ojos de encima. El dolor de muelas se hizo insoportable, así que tuvo que ir a una consulta particular. Juan la quiso seguir, pero ella fue muy rápida.

Cerca de la consulta dental había colapsado una matriz de agua y, por ende, todo estaba resbaloso. Pasó cuidadosamente, procurando no mojarse más de la cuenta y con paso firme. Estaba llegando a la esquina cuando sintió un ladrido desde su derecha. Cuando vio al perro que estaba a su lado se sobresaltó de tal manera que el perro de su izquierda -al que le había ladrado el primero- la mandó al suelo. Se levantó y vio su chaqueta blanca tornándose café.

Refunfuñó, se levantó y siguió caminando.

-Desde principios de esta mañana que la matriz colapsó y un montón de ciudadanos vieron afectados sus viajes para llegar a sus respectivos lugares de trabajo -decía el reportero antes de dirigirse a Maira-. Los policías en estos momentos investigan un posible atentado debido a que esto había sido anunciado hace ya cinco días. Intencionado o no, la verdad es que varios transeúntes se han visto afectados. Aquí hablaremos con uno: buenas, señorita, ¿cuál es su nombre?

-Maira.

-Muy bien, Maira, ¿qué opina usted de este colapso?

-Mal está... yo venía al dentista para que me revisaran una muela y me acabo de ir contra el piso.

-¿Cree usted que esto fue una negligencia o un atentado?

-Qué sé yo... puede ser... bueno, yo tengo que ir al dentista.

-Pero Maira...

-Adiós.

-Bueno, esa ha sido la opinión de una transeúnte también afectada por este sorpresivo evento ocurrido durante esta madrugada. Adelante, estudio.

El paso de Maira, cada vez más presuroso, estaba próximo a llegar a la consulta. Ni ella misma sabía en qué estaba pensando cuando la policía la interrumpió.

-¿Nombre?

-Maira Castillo, por favor...

-¿Cédula de identidad?

-Aquí tiene.

El policía la recibió y frunció el ceño.

-Señorita, esta cédula está vencida. Lo dejaré pasar por esta vez, pero que no vuelva a suceder.

-Está bien -dijo caminando hacia la consulta.

-¿Adónde va?

-A la consulta dental.

-Lo siento, el perímetro está cerrado. Estamos investigando las causas de la rotura de matriz y sólo pueden pasar los residentes.

-Verá, ando con un dolor de muelas infernal y necesito una hora pronto para que el dentista me ayude con esto.

-Bueno, pues vaya a otra consulta.

-En las demás nunca tienen hora.

-Espere entonces.

-Nada de esperar. Yo voy a pasar.

Y, como dicen por ahí, fue dicho y hecho; ella pasó y tres efectivos la redujeron. Opuso resistencia y se la llevaron detenida por ello. Estuvo tratando de resistirse, pero la mano de un oficial pasó por su mejilla y el dolor de muelas la mandó al suelo con un chillido parecido al de un porcino.

Estuvo en el furgón de detenidos chillando de dolor durante todo el camino a la central. Allí siguió adolorida, pero alcanzó a escribir algo en un papel. Cuando un efectivo fue a verla, ella sintió cómo toda la frustración del día pasaba ante sus ojos. Todo el día tratando de ir al dentista había sido tiempo perdido; la desesperación estaba consumiéndola y el oficial se quedó quieto ante su celda.

Ella le quitó el arma de servicio y se disparó en la cara. Murió en el acto.

Entre sus cosas, quedaba una nota que decía lo siguiente:

Yo sólo quería ir al dentista.