Barcelonettes, los inmigrantes franceses que triunfaron en México

En estos días está muy vigente el tema de la inmigración. La guerra, la violencia, las crisis económicas, entre otros factores, están arrojando oleadas humanas lejos de sus hogares. En los países que reciben a estas personas, se da el fenómeno de que la población nativa se debate entre la solidaridad y la xenofobia. Algunas personas se muestran hospitalarias y empáticas hacia los recién llegados; otras, exhiben una feroz aversión militante. En todo caso, para los inmigrantes, triunfar en su nuevo entorno no es tarea fácil.

El fenómeno de la emigración no es nuevo en el mundo. De hecho, la historia de la humanidad está macada por grandes olas migratorias, de este a oeste, de poniente a oriente, de norte a sur y viceversa. En ocasiones, grandes oleadas humanas han arrasado a las poblaciones nativas; otras, los pueblos nómadas se han integrado a las civilizaciones locales. El mestizaje suele ser el resultado natural de estas llegadas masivas de nuevos pobladores, cuando no el total exterminio de la raza autóctona.

La historia de México no es la excepción: a los primeros pobladores se sumaron en el devenir del tiempo los otomíes, los toltecas, los olmecas. Etnias más belicosas, como los chichimecas, los purépechas; o más intelectuales como los mayas, sojuzgaron a los antiguos lugareños. La llegada masiva de españoles y africanos provocó el descenso catastrófico de la población de las naciones amerindias. La mezcla de los tres elementos raciales -caucásico, amerindio y negroide- originó la nación mestiza que hoy es México.

Sin embargo, no todos los grupos inmigrantes tuvieron efectos tan dramáticos en el país, ni fueron tan destructivos para los naturales. En esta ocasión abordaremos el caso de los así llamados barcelonettes. stos eran oriundos de Francia, especialmente de un pueblo llamado Barcelonette. Esta población se ubica en el sur del país, muy cerca de Cataluña. Se encuentra enclavado en medio de un valle fértil rodeado de enormes montañas.

A mediados del siglo XIX, millares de europeos viajaban por mar a "hacer la América", principalmente con destino hacia los Estados Unidos. Los barcelonettes, empero, prefirieron dirigirse hacia México, cuyo gobierno recibía con buenos ojos a los capitales y negociantes franceses. Viajaron hacia la capital del país. Sin embargo, nada fácil fue para los hijos de Barcelonette labrar su fortuna en el nuevo país. En la gran ciudad, los inmigrantes franceses se ocuparon en labores comerciales, atendiendo a la clientela de concurridos locales. Tras sus prolongadas y duras jornadas, solían pasar la noche descansando dentro, durmiendo sobre los mostradores. Fueron años de intensiva labor, paciente ahorro y lenta prosperidad. Inevitablemente, los franceses se hicieron de un considerable capital, que administraron inteligentemente.

Muchos de ellos decidieron invertir en la industria. Buscando un lugar en el cual echar a andar alguna empresa redituable, hallaron que el valle de Orizaba ofrecía condiciones ideales para establecer factorías. El río Blanco surca la región, de manera que su caudal brindaba la energía necesaria para mover poderosas turbinas que alimentasen de energía modernas fábricas. El lugar estratégico decidió a los inversionistas a seleccionar ese lugar para invertir sus capitales. La cercanía de Orizaba brindaba una gran ventaja para establecer plantas fabriles dedicadas a la industria textil. Además, el punto elegido quedaba a medio camino entre la ciudad de Puebla y el puerto de Veracruz, con la ventaja adicional de que la vía del moderno ferrocarril pasaba a través del valle.

Con todo, el factor más importante, que terminó de enamorar a los prósperos barcelonettes, fue sin duda el gran parecido de la zona con la región de los Alpes de la Alta Provenza, donde se asienta Barcelonette, o la Pequeña Barcelona. Grandes montañas, verdes campos, espesos bosques y hermosos cuerpos de agua eran los denominadores comunes entre las dos distantes regiones. Así que el factor nostálgico fue decisivo, y los franceses definitivamente decidieron invertir en el valle de Orizaba.

El capital de los barcelonettes cristalizó en la fundación el  9 de octubre de 1892 de la fábrica textil en lo que hoy es el municipio de Río Blanco. Millares de trabajadores mexicanos comenzaron a llegar de distintos puntos del país, como Oaxaca, Guanajuato, Puebla, Tlaxcala y el propio estado de Veracruz. Con ellos inició la existencia del pueblo de Río Blanco, que tan activo papel tomaría años después en las luchas obreras mexicanas.

En su momento la fábrica de Río Blanco fue la más grande del rubro textil en Latinoamérica. Los inversionistas aprovecharon a conciencia las oportunidades brindadas por el río Blanco y el gobierno, creando con el tiempo nuevas factorías, agrupadas en la Compañía Industrial de Orizaba.

Comenzaba así una era de prosperidad en pleno porfiriato. Riqueza para los inversionistas franceses y esperanza para los trabajadores.

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