Cuando las paredes hablan

Cuando las paredes hablan

El detective Katleman irrumpió en el departamento del accidente, donde yacía el cuerpo sin vida de la señora Tenenbaum, una anciana judía que había fallecido -prima facie- por intoxicación. «Exceso de naftalina en la ropa», dictaminó con tono apesadumbrado, pero sin vacilaciones acerca de la causa que habría de desembocar en aquella tragedia.

La hija de la señora Tenenbaum, Marie, anonadada por el episodio, enseguida rompió en llanto contra el hombro del detective. La indignación era mucha: es que le había advertido en reiteradas ocasiones que no abuse de la sustancia. Su madre tenía un gran corazón, era una mujer comprensiva, pero su fobia a las polillas la terminó llevando a la tumba.

Katleman intentaba consolar a Marie, mientras los médicos trasladaban a su madre. En el lapso que demoró para ir al baño, volvió y la encontró queriéndose tragar unas pastillas de naftalina para ponerle fin a su trágica vida. Por suerte alcanzó justo a frenarla.

Entiendo que quieras suicidarte, pero no es la manera de salir adelante.

Mi vida no tiene sentido sollozaba Marie ¿Mi madre, por qué? ¿Por qué a ella?

Katleman la invitó esa noche a cenar, no porque le agradara (pues lo que tenía de potencial suicida, lo tenía de fea) sino para evitar otra pérdida humana. «Yo te cuidaré» le dijo. Marie se limpió los mocos y respondió con una media sonrisa. Katleman advirtió que le faltaba un diente, como si fuera poco, y tuvo escalofríos en el instante, reacción de la que luego se sintió culpable.

Inesperadamente, terminaron pasando una velada magnífica en casa de Marie, con velas y música de Cole Porter flotando en el ambiente. Lo único que le resultaba amenazante era un gran retrato de la señora Tenenbaum que colgaba de la pared. Katleman se sorprendió por la amplitud cultural que desplegaba Marie: disertó sobre cine europeo, música clásica y filosofía existencialista francesa. Todo eso antes de quedar atragantada con una espina de pescado, que pudo escupir luego de varios minutos sin respirar, con el rostro inflado y violeta.

No hay caso. El destino me quiere ver muertadijo resignada.

Más bien diría que la vida te está poniendo a pruebatranquilizó Katleman.

Si Dios existe y me ama, entonces que me lo haga saber.

Ni bien Marie terminó la frase, se produjo un ruido que provenía de la pared. En ese instante, un temblor sacudió el retrato de la difunta señora Tenenbaum que colgaba en la pared del living, y ambos notaron cómo esa imagen inerte comenzaba a moverse.

¿Se van a quedar ahí mirando o me van a ayudar a bajar? ¡Soy una señora grande!

¡¿Mamá?!

Ya no era su imaginación la que maquinaba: el retrato de la señora Tenenbaum estaba cobrando vida. Esa anciana judía regresaba desde el mundo de los muertos y se salía del lienzo hasta aparecer, en su integridad física, parada en el living de su hija.

¿Cuántas veces te he dicho que mastiques bien el pescado? Por poco te ganas un pasaje para visitarme.

Señora Tenenbaum, qué... ¿qué tal es el Cielo?preguntó, curioso.

¿Cielo? No, no. Yo fui directo al Infierno. Me dejaron visitarlos sólo un rato. Disculpen si los asusté, quería protagonizar una entrada triunfal.

Vaya si lo hizo...

¿Cómo es que te reservaron el Infierno? Seguro fue por las toallas que te robaste del hotel en Orlando. Te advertí que no lo hicieras, madre.

Tonterías. Me la estoy pasando bárbaro allá abajo. Ese tipo, Satanás, tiene un gran corazón. Nos reímos mucho; jugamos al póquer y le desarmamos la cama Hitler. ¡Vieras cómo se enoja!

Entonces, ¿Satanás es bueno?inquirió Katleman.

La señora Tenenbaum lo miró fijo y contestó: «Pasamos la vida creyendo que Dios es bueno y Satanás malo. Pero cuando te llega la hora y mueres, te das cuenta que Satanás no existe, que es sólo la creación de Dios para cargar con sus falencias, y así caes en la cuenta de que el Barba es causante de todos los males del mundo. ¿Por qué tuve que morir yo, que nunca lastimé a un mosquito, y tiene que seguir viviendo gente que hace del mal moneda corriente?».

¿Acaso ya no crees que existen Dios y Satanás, madre?

No, hija. Ahora entiendo que con Dios es suficiente.

La anciana dio media vuelta y volvió al retrato, luego de treparse con alguna dificultad. El detective Katleman, con el plato a medio comer, quedó envuelto en un trance psicológico donde las reflexiones parecían salírseles de la cabeza. En tanto que la reacción en Marie fue mucho más drástica: se dirigió a la cocina a paso de zombi e hizo fondo blanco con un cóctel de Mentos y Cola-Cola. Ese fue el último día de las Tenenbaum.
 

Foto: retrato de Francesc Serra Castellet.