En mis años mozos tuve inicios de izquierdismo.  Enfermedad incidental para algunos de los que andábamos sin rumbo ni convicciones en mi ciudad natal, Torreón, Coahuila.  Una serie de chavos hippies se juntaba en una casa enorme con un jardín de plétora en el centro mismo de la colonia San Isidro.  Dos muchachos blancos y güeros con nombres rusos y apellidos comunes eran nuestros anfitriones en un jolgorio sin pies ni ojos.

Mesitas en los rincones pegados a las paredes, adornadas con diferentes combinaciones de alcohol que radiaban en baratísimas botellas de mezcales y sotoles, pasando por diferentes huachicoles y acabando con los vinos de mesa de papá y mamá.  Retratos del Ché Guevara, de Fidel y del mismísimo Lenin fotocopiados a blanco y negro deambulaban de mano en mano con pies de página arrebatados de segmentos del manifiesto comunista: "El obrero, obligado a venderse a trozos, es una mercancía como otra cualquiera, sujeta, por tanto, a todos los cambios y modalidades de la concurrencia, a todas las fluctuaciones del mercado."  Al mismo tiempo, música del primer disco de Pearl Jam violentaba nuestros pensamientos.

El aire de innombrable secreto no devenía, sin embargo, de toda esta parafernalia berborréica, sino del hecho mismo de que estuviéramos en el centro geográfico de una de las colonias más aburguesadas de la ciudad.  En derredor nuestro había casas igualmente inalcanzables de tan grandes y opulentas, con grandes bardas perimetrales y verjas puntiagudas encima de las mismas bardas, y a un par de cuadras, el club campestre con más tradición.  Los locales con toda seguridad habrían llamado a la policía sólo de ver a cualquiera de los concurrentes deambulando sin compañía cerca de sus moradas.

Dicho esto, era obvio que algunos de los asistentes habrían resaltado por estar completamente fuera de su entorno de no haber sido por la naturaleza misma de la reunión.  El Guarro era como todo moreno, quemado natural por el sol del desierto, con su afro sin lavar, sus pantalones rasgados, su rala playera de Bob Marley fumando mota, y encima su camisa a cuadros de franela.  El Pollo ostentaba su look industrial con botas negras de casquillo para tirar patadas, sus jeans arremangados, su blanca camisa enorme desfajada, su barbita de quijote gordo y su cabello recogido.  Y, así como ellos, por todos los rincones, platicando a manotadas, entes de igual envergadura y colorido.

Nada pasaba en estas reuniones.  Al menos no cuando yo estaba.  Lo cual se reduce a dos posibles explicaciones:  Nunca me tuvieron confianza, o definitivamente NADA PASABA EN ESTAS REUNIONES.  Es decir, lo más revolucionario que llegué a ver fue cuando el Jáquez tomaba su guitarra y nos cantaba el Asalto Chido del Heavy Nopal.  A ésta le seguían una larga selección de canciones de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, las cuales todos escuchaban acostados sobre césped regado de alcohol.  

A esas inconsecuentes escenas casi sacadas de sueños se reducen mis inicios de izquierdismo.  Claro que, en su momento, yo creía estar en el mismísimo centro de una insurrección que en el futuro próximo concluiría con la total abolición de los monopolios en nuestro país.  Ah, qué cosa tan linda.

¿A qué viene el recuento de estos menesteres olvidados?  Pues a nada en realidad.  A la nada en que la izquierda ha sido reducida por la implacable maquinaria del gobierno, y tristemente por sí misma.  Todos nos preguntamos cómo es posible que personas con las características tan públicamente vilificadas de Donald Trump, o iniciativas tan ilógicas como el Brexit estén ganando elecciones en países.  Además estas "derrotas de la razón" nos toman por sorpresa, nos entristecen y nos enojan.  ¿Cómo puede ser posible que haya gente que piense que semejante personaje/cosa esté en lo correcto?

Imagínense ustedes a los muchachos que iban a la fiesta de los rusitos en San Isidro si sus voces se hubieran escuchado más allá de los protectores muros construidos por los mismísimos capitalistas a quienes atacaban.  ¿Qué habrían dicho?  ¿Qué mensaje habrían enviado a quienes prestaran oído?  ¿Habrían externado sus propuestas?  ¿Acaso las tenían?

Pues esto, precisamente, es lo que ha estado ocurriendo en el mundo.  Cuando al fin la izquierda tuvo voz mediante las redes sociales, su voz fue totalitaria, insultante, y deshumanizante. Les dijo a los Arjonas que eran amantes de la filosofía fácil, a los cumbiancheros que eran bailadores de naquerías, a los no veganos que eran asesinos de animales inocentes, y a los demás que votaban por criminales y traidores.

Sin importar motivos o razones, la izquierda se encargó de tachar y etiquetar a la gente promedio de derechistas extremos sólo por salir a comprar chucherías en la quincena y por no seguir las reglas nunca establecidas y jamás discutidas de la cultura de izquierda. Hasta la derecha misma se encargó de propagar mensajes de odio contra ellos mismos, con tal de que los de izquierda se enfocaran en lo misógino, en lo intolerante, en lo homofóbico y en lo estúpido de sus propios candidatos, y que ni nos enteráramos de las políticas propuestas, que finalmente fueron las que convencieron a la mayoría de los que votaron contrario a la razón.

Lo hemos vivido en nuestro Newsfeed.  El ejemplo perfecto, del que desafortunadamente los gringos no aprendieron, no es Trump, sino Peña Nieto cuatro años atrás:  Todos los posts, todas las publicaciones, todos los artículos, prácticamente todo lo que ocurrió en las redes sociales de muchos antes de las elecciones para presidente en México afirmaba y consolidaba sólo un hecho:  "Este güey va a perder."  ¿Por qué?  Pues porque sólo nos aparecían videos en lo que el tipo era un rotundo fail:  Que si no había leído ni uno de los libros que decía admirar, que si no se sabía las capitales de los estados, que si era un reverendo zoquete, que si esto, que si lo otro.

Pero mi pregunta para todos es:  ¿Eso qué?  Eso no representa nada.  Eso no es más que una lavativa para los egos de quienes claman ser de izquierda.  Es un sesgo de confirmación (Véase confirmation bias).  Es información que te permite sentirte orgulloso de lo que sabes, pero te quita perspectiva para poder contemplar y, más importante, comprender lo que no sabes.  Y lo que no sabes es esto:  La izquierda no es mayoría.  Nunca lo ha sido, y probablemente nunca lo será.  Lo que no logras entender es que ellos son mayoría, y mientras sigas criticándolos por ser nacos, o por ser populistas, o por ser ignorantes o pendejos, ellos seguirán construyendo muros en derredor tuyo para que tú sigas pensando, bajo esta protección que ellos mismos te dan, que tú estás en lo correcto, que tu muro de Facebook te muestra la realidad, y que tu falta de acción más allá de las opiniones que das en redes sociales desde tu oficina es la única manera en que haces un cambio.

Pobres de nosotros, encadenados al Newsfeed, definido por nuestros Me Gusta, y sorprendidos por la realidad.

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