Siguiendo la luz de los faros

Siguiendo la luz de los faros

La primera luz que alguna vez flameo sobre el mar para advertir a los marinos sobre la cercanía de la costa y de sus peligros se localizó, según la historia- o la leyenda, es borrosa a veces la frontera que las separa- en el mar Egeo. Allí, en la isla de Rodas, a la entrada de su puerto, se levantó una monumental estatua en homenaje a Helios, el Dios del Sol, que sostenía una antorcha. Fue corta la vida del "Coloso de Rodas". Estuvo en pie desde el año 292 hasta el 280 antes de Cristo.

Veinticuatro años después, al este del Mediterráneo, en la isla de Fharos, frente a la ciudad de Alejandría, en Egipto, por orden del Emperador Ptolomeo Filadelfo, el arquitecto Sostrato de Cnido diseño una torre equipada con espejos metálicos que de día refractaban la luz del sol y de noche la de la hoguera que la coronaba. Si bien hay distintas versiones sobre sus dimensiones, se sostiene que alcanzo 130 metros de altura. Un terremoto, 1600 años más tarde sepulto a la Torre de Fharos.

Esa llama nocturna acabo recibiendo el nombre de la isla: faro. (En realidad, la expresión deriva de la expresión Thaos, del griego, que equivale a "quien ilumina"). Desde entonces, en todo el mundo, las torres de luz que guían a los barcos son llamadas fraos. Cuando los marinos advirtieron las protectoras bondades del "invento", llevaron la noticia por todas las costas. Con un urgente sentido práctico, antes de que se iniciara la construcción de nuevos faros, se aprovecharon las salientes rocosas que afloran en el mar y se encendieron hogueras en sus cúspides. Es así que a esas crestas de piedra se las conoce hoy como "farallones".

Se puede apreciar la poética bruma de esas torres de luz hecha de batalladoras proas en medio de mares bravíos. No es imprescindible mirar tan lejos, en el mapa y en el tiempo, para acercarse a esas míticas postales. En el extremo sur de Argentina, en la Isla de los Estados, Tierra del Fuego, se yergue el Faro del Fin del Mundo, que inspiro a Julio Verne para plasmar una de sus fascinantes historias. El faro, construido en 1884, cayó vencido por los inclementes vientos que arrasan la región y, posteriormente, fue reemplazado por su réplica exacta. Su gloria tiene poco o nada que ver con sus dimensiones- más bien es bajo-sino con su emplazamiento: fue-es- el único que se empecina, ahí, casi como un contrasentido, intentando iluminar el fin.

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