A menos de un mes de las elecciones de 2018, parece anunciarse sobre nosotros una tormenta. Con el 1 de julio cada vez más cerca, las encuestas más reconocidas del país comienzan a anunciar la inminente victoria de un candidato, Andrés Manuel López Obrador, cuya ventaja sobre los demás candidatos parece ser irremontable, y es que, con cada día que pasa, su porcentaje se aleja más y más de sus contrincantes. Debajo de él, existe todavía un duelo, una batalla entre Ricardo Anaya y José Antonio Meade, este último, candidato del oficialismo, que buscan con vehemencia, hacerse del tan anhelado segundo lugar de forma definitiva, para poder ganar algunos puntos sobre su contrincante, y apelar por el 'voto útil'.

Si algo es cierto en esta elección, es que Andrés Manuel, parece tenerla ganada, pues su discurso, lo ha convertido en el mecías de los desamparados, y de los abandonados, a diferencia de las elecciones de 2006 y 2012, ha sabido construirse como la verdadera 'esperanza de México', mientras lo único que han hecho los ataques de sus adversarios, ha sido consagrarlo como el salvador, y la alternancia a los últimos gobiernos del país, y ello se debe, a que sus propuestas son, en muchas ocasiones, las que la gente quiere oír, cansada del mismo discurso soez, repetido por panistas y priistas a lo largo de cada proceso electoral.

Ricardo Anaya, con su sonrisa fingida y malévola, no ha logrado congraciarse con la mayor parte de los electores, ni siquiera con los jóvenes de los que tanto habla, y con los que a fuerza de billetazos en publicidad ha querido identificarse; no ha logrado más que enemistarse con las cúpulas más altas de su partido, como el expresidente del Senado Ernesto Cordero, o con el propio Felipe Calderón, al tiempo que se rodea de los personajes más corruptos y señalados como Diego Fernández de Cevallos - quien en febrero lo acusó de corrupto y canalla -, o apáticos, como el excanciller Jorge Castañeda - quien en precampañas poco daba por el joven panista - o el propio exjefe de gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, que abandonó su administración en el silencio de la noche y del cobijo de las campañas, "por la puerta de atrás", y se ha dedicado, sin resultados, a intentar pregonar las bondades y benevolencias de un gobierno 'diferente', de una coalición que ni él entiende.

Por su parte, José Antonio Meade, fue designado a través de la vieja usanza priista, mediante la antigua tradición del dedazo presidencial. Meade, se convirtió en el elegido por el presidente Enrique Peña Nieto, sobre sus colaboradores más cercanos, como Miguel Ángel Osorio Chong, que, viendo el vendaval, prefirió dejar la Secretaría de Gobernación, para como su colega Enrique Ochoa, expresidente del PRI, no tener que cargar con la apabullante derrota del partido oficial, frente al 'populismo' de López Obrador. José Antonio Meade, fue elegido por una razón, de emergencia y como último recurso, hombre preparado, sí, con larga trayectoria en el servicio federal, también, pero su mejor característica, es la que ahora lo está aplastando: se vendió como alguien ajeno al PRI, un no militante, sin embargo, esa cualidad no le va a dar la presidencia, pues en su larga y 'pura' trayectoria, hay una mancha, el partido que lo postula, el jefe al que sirve, y que aunque lo niegue, representa todo aquello de lo que los mexicanos quieren deshacerse esta elección, representa el oficialismo, las décadas de poder priista, representa la continuidad del régimen actual, la continuidad, de Peña Nieto. Meade, tras largos meses de una campaña que no logra levantar, se muestra cansado, y su rostro, pálido, refleja ser el de un hombre derrotado; él, igual que el presidente, sabe que el verdadero lastre que va arrastrando es el de la imagen del priismo más añejo, que tiene a su servicio a los más grandes jefes sindicales, símbolos atemporales del caudillismo de los orígenes del PRI, y ahora, lejano a la figura de Javier Barros, tiene también al rector de la UNAM, cabeza del cónclave priista que gobierna la universidad, que viste a Meade con la chamarra de los Pumas, devolviendo el favor, de volver al exrector secretario de Estado, a la espera, sueño lejano con Meade en tercer lugar, que Graue, lo sea algún día también.

Aunque la ventaja de López Obrador sea grande e innegable, debe reconocerse que las elecciones no están aseguradas. Anaya y Meade no pueden tener como estrategia, descalificar las propuestas de Andrés Manuel, porque en los meses de campañas, hemos visto que eso no les ha funcionado, y sólo consiguen hundirse más en las encuestas. Reenfocan su estrategia a atacarse entre ellos, a descalificarse uno al otro, se han visto en la penosa necesidad de pelear por la carroña, de disputarse el segundo lugar, ese segundo lugar que puede, el 1 de julio, asegurarles la victoria sobre Andrés Manuel, porque lo que es cierto, es que los electores no van a votar por un tercer lugar.

López Obrador ha hecho propuestas que pueden parecer disparatadas o anacrónicas, pero no más extrañas que la estrategia de Anaya de venderse como un candidato incorruptible, cuando fue evidente su manera de suprimir el sistema democrático interno del PAN, para hacerse como único precandidato a la presidencia, o quizá la manera de atraer votos a su proyecto, con la renuncia de Margarita Zavala a su candidatura independiente; o la de Meade de apelar a su inmaculada trayectoria, pregonando que es independiente al partido que lo postuló, casi mendigando votos en los debates, en los spots, y en sus mítines.

Andrés Manuel, para consolidar su ventaja de frente a las últimas semanas rumbo a la elección, necesita continuar con su mensaje mesurado, sin saturarlo de simbolismos y sin aventurarse a más propuestas ambiciosas, pues en varias ocasiones han tenido que salir sus colaboradores a aclararlas.

En últimos días, muchos opositores a Andrés Manuel han criticado su propuesta de la autosuficiencia alimentaria, argumentando que ésta, se opone a las políticas del mercado dinámico y global actual, cuando lo cierto es que la autosuficiencia alimentaria existe en Canadá, Estados Unidos y la mayoría de los países de la Unión Europea, y esto no les impide participar de la globalización ni del modelo económico actual; sobre la amnistía, si bien este es un tema controversial, debe saberse que el primero en ofrecer una amnistía con este carácter, fue el propio Salinas de Gortari, durante el levantamiento del Ejército Zapatista en Chiapas. Estos dos habían sido los ejes a través de los cuales corrían la mayor parte de las descalificaciones que Anaya y Meade, y muchos medios y miembros de la sociedad, hacían a López Obrador y el proyecto que pacientemente, y con altibajos, ha construido desde que era Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, y durante los doce años que pasó construyendo el posible éxito que podría alcanzar el 1 de julio; cuando la carta más fuerte para atacarlo, ha sido poco usada, y es que el mayor problema de Andrés Manuel, no es él mismo, ni es que sea un 'peligro para México', el mayor reto, y el que debe enfrentar con sigilo de aquí a la elección, y con dureza en caso de ganar, es la bandera de su movimiento, la corrupción, pues mucho ha dicho sobre combatir la corrupción en su gobierno, cuando lo que ha hecho, desde 2006, ha sido rodearse de personajes señalados por corrupción, destacan Batres, Padierna y Bejarano, aunque no puede negarse, que Fernández de Cevallos está con Anaya, igual que Mauricio Toledo con el Frente en Coyoacán, o que el PRI, trata de ocultar su rostro tras la cara santa de Meade; ni tampoco se puede negar que buena parte de los intelectuales y universitarios mexicanos, apoyan abiertamente el movimiento de López Obrador, y síntoma, de la su combate a la corrupción y mala imagen dentro de su partido, podría ser la elección de Claudia Sheinbaum como candidata en la Ciudad de México, sobre Ricardo Monreal.

Al final, puede que la elección nos lleve a un parteaguas en la política del país, y signifique, o bien, la alternancia en el gobierno, con la que por fin, Andrés Manuel se haga con la silla presidencial, y tenga que enfrentarse a hacer gobierno con simpatizantes hambrientos de poder y opositores ávidos de caos, o terminemos de hundirnos en el atolladero en el que nos encontremos hace tiempo, reafirmando la sumisión y opresión a la que con tanto cariño y recelo hemos mirado a lo largo de décadas de priismo y dos gobiernos panistas, que no han significado más que la perpetuidad de un sistema político pútrido, cada vez más obsoleto y corrupto, que termine por encumbrar a Anaya o a Meade.

Andrés Manuel va a disputar la elección, contra el candidato que mejor logre hacerse en el segundo lugar, desde el que realmente podría significar contrincante para el puntero estrella de las encuestas, y ese segundo lugar, podría significar dos cosas: el fracaso de la voraz ambición de Anaya y su sed insaciable de poder, de llegar Meade; o, la derrota final y sepultura del PRI, y de años de presidencialismo mexicano; o ambas, en caso que las proyecciones se cumplan, y Andrés Manuel López Obrador, reciba de Peña Nieto la banda presidencial, el 1 de diciembre.

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