Cuando conocí a una sirena

Fue esa vez que me llevó el tío Juancho a estrenar su yate. Es curioso cómo puedes hablar de ese lujo, pararte sobre un aparato que corre sobre el agua y así aburrirte tanto. Es que todos hablaban de dinero, de política, de que Luis Miguel se casó con nosequién y que tal actor de novela era, en realidad, un "gran padre".

Yo me puse a pasear sobre esa especie de delfín metálico, a dibujar las olas, pero creo que me acerqué demasiado y me caí al agua. Ahí me atrapó una sirena. Me faltarían palabras para describirla, así que diré que era como Ariel para librarme de congojas.  Al principio quiso devorarme pero ya después congeniamos.

El hecho es que me regresó al yate del tío pero aproveché mis vacaciones en la playa para ver a la sirena lo más que se pudiera.

Resultó que era verdad eso que hay una forma en que a las sirenas les crecen las piernas. Fue una especie de noviazgo y nos enamoramos y todo eso. Pero el agua no siempre es azul, ella comenzó a hablar de matrimonio y de hijos. Y la verdad no tenía intensión de visitar a los suegros, más que nada porque me molesta que se me arruguen los dedos con el agua.

Así que ese pequeño idilio terminó. Me parece que ya no quiero otra relación con una criatura mitológica. Se quedan demasiado y nunca me perdonó eso de que por mi culpa ya no le creció su cola de pescado.

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