Atlas de la pandemia: España no protegió a sus ancianos

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Atlas de la pandemia: España no protegió a sus ancianos
Enfundados en trajes de protección, empleados funerarios retiran el cuerpo de un anciano que murió de COVID-19 en un asilo mientras otro residente del lugar duerme en su cama en Barcelona, España, el jueves 5 de noviembre de 2020. En 2020, los españoles normalizaron cosas impensables apenas un año antes. También descubrieron lo expresivos que pueden ser los ojos: el uso del cubrebocas es obligatorio y generalizado. Pero 2020 también pasará a ser el año en que un virus desconocido sacudió los cimientos del contrato social y expuso un sistema que fracasó para evitar tantas muertes. (AP Foto/Emilio Morenatti)

MADRID (AP) — Permanecen pacientemente alineados, distanciados, para comprar pan. Ven a sus nietos crecer a través de pantallas. Animan a un equipo de fútbol a kilómetros de distancia del estadio. Se reúnen para cenar, en grupos reducidos, a las 7 p.m. —lo suficientemente temprano para dar por terminada la fiesta antes del toque de queda.

En 2020, los españoles normalizaron cosas impensables apenas un año antes. También descubrieron lo expresivos que pueden ser los ojos: el uso del cubrebocas es obligatorio y generalizado.

Pero 2020 también pasará a ser el año en que un virus desconocido sacudió los cimientos del contrato social y expuso un sistema que fracasó para evitar tantas muertes.

Para el 13 de marzo, cuando España anunció el estado de emergencia, el virus ya se infiltraba desde hacía semanas. Al principio, pareció haber llegado con vacacionistas que buscaban el sol y fanáticos del fútbol que regresaban de un partido en Italia. Sin embargo, después se confirmó que personas que murieron de neumonía en febrero estaban infectadas con el nuevo coronavirus.

Dos semanas después de que los primeros brotes graves afectaran a Europa, España siguió el libro de jugadas italiano paso a paso, y dejó a la mayoría de las personas confinadas en su casa, lo que paralizó la economía.

Los políticos aún repiten que el sistema no colapsó durante esa primera ola, cuando el país llegó a registrar 929 muertes en un solo día. Muchos mostraron orgullo en el “milagro” de las camas de hospital y unidades de cuidados intensivos que se multiplicaban para atender a los enfermos.

Pero pregunte a los profesionales y le dirán que el costo actual fue un personal tan saturado de trabajo que enfermó más que en cualquier otro lugar del mundo y sufrió un enorme costo emocional.

La atención universal de sanidad ha sido la columna vertebral del estado de bienestar de España durante décadas. Si los funcionarios a cargo no pudieron prever una epidemia que lenta pero incesantemente se transformaba en pandemia, es claro que algo salió mal. Y tomó semanas que médicos y personal de enfermería recibieran el equipo de protección vital.

Sin embargo, tal vez el aspecto más trágico fue descubrir cómo una sociedad que envejece rápidamente fue incapaz de proteger a sus ancianos. Al menos 20.000 murieron en hogares para adultos mayores durante los primeros tres meses —los hospitales saturados rechazaron a los mismos hombres y mujeres que habían levantado a España del aislamiento de la era franquista y durante toda su vida pagaron contribuciones al sistema de seguridad social.

Y, no obstante, a pesar de la creciente desconfianza en el sistema, los españoles mostraron una capacidad ejemplar de resistencia y resiliencia. Hubo transgresores, como en todas partes, entre personas jóvenes que insistían en la fiesta, quienes burlaban la cuarentena y los que negaban la existencia del virus, junto con las muestras oportunistas de sectarismo político.

Pero, en su conjunto, el país soportó el que posiblemente fue el confinamiento nacional más intransigente del mundo. Durante semanas, los españoles se quedaron en casa y sacrificaron su economía de una manera que probablemente pesará en su futuro durante años.

La propagación del virus se detuvo casi por completo. El primer ministro declaró la victoria.

Pero ansiosa por abrir, la industria del turismo presionó al gobierno. La gente se apresuró a salir, ansiosa por reunirse con sus seres queridos y recuperar el tiempo perdido. Se suponía que sería un verano diferente, pero un verano después de todo.

Muy pronto, los contagios se dispararon y esta vez ubicaron a España al frente del resurgimiento en Europa. Después hubo horas de debates parlamentarios, miles de protocolos para todo, desde la reapertura de hoteles hasta cómo manejar adecuadamente los cadáveres de COVID-19, y promesas de hacerlo mejor. Pero a medida que el año llega a su fin, no se ha implementado un sistema efectivo de prueba y rastreo a lo largo de todo el país.

Los políticos culparon a los infractores de las reglas y con algunas de sus medidas, estigmatizaron a los pobres que no podían darse el lujo de aislarse o trabajar desde casa. Algunos incluso llegaron a culpar el “estilo de vida” de los migrantes.

Los expertos, quienes exigen una investigación externa e independiente, culpan a una combinación de factores: la prisa por reactivar la economía, el priorizar los bares y restaurantes sobre las escuelas o parques, además del cumplimiento de las reglas en público, pero no a puerta cerrada.

¿Influyó también la incapacidad política? Algunos gobiernos regionales españoles mostraron una miopía vergonzosa e intentaron ahorrar dinero al reducir gastos en la atención primaria o para financiar el rastreo de contactos.

A mediados de diciembre, España había reportado 3.680 casos por cada 100.000 habitantes.

A finales de año, los españoles mostraban una falta total de fe en sus instituciones, con las dudas más evidentes en las encuestas oficiales que encontraron que el 55% sospechaba de cualquier vacuna contra el COVID-19 y no se apresuraría a inocularse.

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