La Tormenta Silenciosa: Cómo las Tarifas de Trump Sacuden al Campo Estadounidense

Mientras los agricultores enfrentan la pérdida de su mayor mercado exportador, el temor a una nueva guerra comercial con China revive viejas heridas y desafía la supervivencia rural

En los verdes paisajes del medio oeste estadounidense, donde el aroma a tierra fértil y el rugido de las cosechadoras suelen marcar el ritmo de vida, se gesta una crisis silenciosa. La causa no es una sequía ni una plaga, sino una guerra comercial revivida por las decisiones de política exterior del expresidente Donald Trump.

Las recientes tarifas impuestas a productos chinos, y la inmediata respuesta de represalias por parte de ese país asiático, golpean duro a una zona que ya venía lidiando con márgenes de ganancia cada vez más ajustados. Los agricultores estadounidenses se preguntan ahora si el campo, símbolo del sueño americano, podrá resistir otro embate como el de 2018-2020.

El efecto dominó del conflicto comercial

La guerra comercial entre Estados Unidos y China comenzó durante la primera administración de Trump como una forma de presionar por acuerdos comerciales más equilibrados. Pero para los productores agrícolas, especialmente los de soya, maíz, carne y sorgo, la política exterior significó un duro revés económico.

Según el Departamento de Agricultura de EE.UU., el 50% de la producción de soya estadounidense se exporta, y su principal comprador es China. En 2023, China gastó 24.650 millones de dólares en productos agrícolas estadounidenses. Pero desde que China anunció un impuesto del 34% sobre estos productos en represalia por las nuevas tarifas de Trump, el futuro de esta relación comercial está en grave riesgo.

“Simplemente no hay margen de error en la economía agrícola actual”, dice Caleb Ragland, agricultor en Kentucky y presidente de la American Soybean Association. En un contexto de altos costos en fertilizantes, maquinarias y préstamos, estos nuevos aranceles podrían ser la gota que rebalsa el vaso para muchos.

Un campo fatigado por viejas heridas

Durante el anterior conflicto comercial, los agricultores recibieron ayudas federales de emergencia: 22 mil millones de dólares en 2019 y casi 46 mil millones en 2020 (aunque esta última cifra también incluye ayuda por la pandemia). Sin embargo, ahora el panorama es distinto.

Para agricultores como Andy Hineman, vicepresidente de la Kansas Grain Sorghum Producers Association, volver a depender de las ayudas no es una solución viable. “No queremos vivir de las ayudas del gobierno. Preferimos vender los cultivos que cultivamos”, afirma con voz firme.

Bryant Kagay, agricultor en el noroeste de Misuri, añade: “No tengo mucha fe en que estas tarifas —tal como están formuladas hoy— duren mucho tiempo. Y odio que la solución parezca ser sólo lanzar pagos gubernamentales improvisados para compensar esto.”

Considerando el ritmo del gasto federal, para muchos como Kagay, la gran pregunta es si un gobierno que ya funciona con déficit puede realmente permitirse esa ayuda de nuevo.

Impacto en la vida rural y desconfianza social

Más allá de lo económico, las tarifas y su repercusión están sacudiendo los pilares culturales y emocionales del campo estadounidense.

Don Herneisen, un consejero escolar jubilado de 77 años, expresa desde Kansas City: “Hay incertidumbre política, hay incertidumbre económica, y si estás jubilado, no gustas de la incertidumbre en este momento.”

El testimonio de Herneisen, compartido durante una visita familiar a Misuri, refleja el sentir de millones de ciudadanos cuyos ahorros e inversiones están expuestos a la volatilidad del mercado, agitada por cada nuevo anuncio de tarifas o represalias.

Muchos jubilados viven de pensiones, cuentas IRA y Seguridad Social. Aunque no todos muestran pánico, sí hay una creciente preocupación de que una economía rural debilitada podría erosionar el tejido social de muchas pequeñas comunidades, ya que agricultores quiebran, comercios cierran y los jóvenes emigran.

¿Un giro del mercado chino hacia América del Sur?

Uno de los mayores temores es que China diversifique permanentemente sus fuentes de importación. Países como Brasil, Argentina y Paraguay han estado mejorando su capacidad productiva para competir con EE.UU. en la venta de soya y carne.

Especialmente para cultivos como el sorgo, utilizado en China para destilar baijiu (una bebida alcohólica tan popular allí como el whisky en EE.UU.), existe la preocupación de que los granjeros estadounidenses pierdan cuota de mercado en favor de proveedores más estables.

“Perder acceso ahora puede ser irreversible. Es como correr una carrera y regalarle al otro una ventaja de tres vueltas”, dijo Tim Dufault, agricultor ya retirado en Minnesota que ha alquilado sus tierras a jóvenes aspirantes al oficio rural, cuyos sueños ahora están en la cuerda floja.

Perspectivas desde el mundo financiero

Chad NeSmith, gestor de portafolios en Florida, confiesa que la semana ha sido intensa. “El miedo está aumentando, especialmente con la represalia arancelaria de China.” Y agrega que los asesores financieros están recibiendo numerosas llamadas de clientes que buscan orientación.

Muchos de estos clientes son agricultores o jubilados con inversiones ligadas al sector agrícola. Paul Brahim, consejero de la firma Wealth Enhancement Group, lo resume: “La incertidumbre da miedo. La gente pregunta una y otra vez: ‘¿Voy a estar bien?’”

Aunque Brahim asegura que quienes se prepararon adecuadamente deberían tener reservas de liquidez, también admite que es emocionalmente desgastante ver cómo el valor de los activos se desploma en apenas unos días.

¿Puede haber una solución diplomática?

Lo que muchos agricultores esperan es una solución negociada que abra aún más los mercados en lugar de cerrarlos con tarifas punitivas. Para Ragland, el mensaje al gobierno es claro:

“En lugar de golpearnos con tarifazos, como si estuviéramos boxeando, deberíamos buscar OPORTUNIDADES. Porque esto no hace ganar a nadie; sólo nos hiere a todos.”

El campo estadounidense está en pie, pero tambaleante. Requiere políticas coherentes, negociaciones inteligentes y, sobre todo, respeto por quienes desde hace generaciones alimentan al país.

La batalla no se libra sólo en los despachos de Washington o en los pasillos del congreso. Se libra en los campos de soya de Kentucky, en los silos de maíz de Kansas, en las ferias rurales de Minnesota. Y, si no se gestiona bien, podría dejar una cicatriz permanente en el corazón agrícola de Estados Unidos.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press