Violencia fuera del campo: ¿Hasta dónde llega la pasión en el fútbol moderno?
Entre entradas peligrosas y acusaciones teatrales, el fútbol enfrenta su mayor desafío: la toxicidad en redes sociales y la pérdida del civismo
El fútbol, un deporte que une a millones de personas alrededor del mundo, está viviendo una transformación que no sólo ocurre dentro del terreno de juego. La violencia verbal y emocional en redes sociales, las reacciones exageradas de los protagonistas y la falta de respeto mutuo están comenzando a erosionar la esencia misma del deporte rey.
El caso Tarkowski-Mac Allister: cuando una entrada se convierte en amenaza de muerte
Lo ocurrido durante el reciente derbi de Merseyside entre Liverpool y Everton ha generado más titulares por lo que pasó después del partido que por el resultado en sí (victoria del Liverpool por 1-0). James Tarkowski, defensa del Everton, fue protagonista de una dura entrada sobre el argentino Alexis Mac Allister que lo dejó retorciéndose de dolor en el césped.
El árbitro le mostró una tarjeta amarilla en el momento, pero tras la revisión y reacción pública, incluso la liga admitió que merecía una expulsión directa. Sin embargo, lo más alarmante ocurrió fuera del terreno de juego: Tarkowski y su familia recibieron amenazas de muerte a través de las redes sociales.
Everton emitió un comunicado condenando firmemente estas amenazas: "Este comportamiento es completamente inaceptable y no tiene lugar ni en el fútbol ni en la sociedad". Su esposa, Samantha, también se pronunció, visiblemente afectada:
“El nivel de abuso que mi esposo está recibiendo —deseándole la muerte, comentarios repugnantes sobre mí y nuestra relación— es repugnante. La gente olvida que él es más que un futbolista.”
¿Red card o linchamiento digital?
David Moyes, entrenador del Everton, reconoció abiertamente que, tras ver la repetición, la acción merecía una tarjeta roja. No obstante, fue crítico con el nivel de agresividad dirigida hacia su jugador:
“Tarkowski cometió un error. Eso no justifica que sea víctima de acoso digital.”
Y aquí surge una gran pregunta: ¿en qué momento los aficionados cruzaron la línea del discurso deportivo hacia una violencia sociocultural digital?
Este no es un caso aislado: el escándalo Mourinho-Buruk en Turquía
También esta semana, en Turquía, un episodio polémico tensionó los ánimos tras la victoria del Galatasaray sobre el Fenerbahçe en la Copa de Turquía. En un momento de alta tensión tras el pitido final, José Mourinho —entrenador del Fenerbahçe— presuntamente tocó la nariz del técnico rival Okan Buruk, quien cayó teatralmente al suelo, según sus críticos, como si hubiera recibido un disparo.
La reacción fue inmediata. Fenerbahçe acusó a Buruk de "provocar" a Mourinho con gestos irrespetuosos y de actuar “como si hubiese sido alcanzado por una bala enfriada por el escándalo televisivo”. Por su parte, Galatasaray aseguró que el acto fue una agresión inaceptable y un ataque no solo a su entrenador sino “al fútbol turco”.
Este cruce de acusaciones recuerda que en el fútbol contemporáneo, las batallas ya no sólo se libran ni se resuelven sobre el césped.
Redes sociales: ¿el nuevo estadio de batalla?
En la era digital, todo es amplificado. Antes, los debates sobre acciones polémicas sucedían en bares, tertulias o cafés. Hoy, cualquier entrada, simulación o gesto puede llegar a miles o millones de personas en segundos, desencadenando olas de odio, acoso y desinformación.
Según un estudio del sindicato internacional de jugadores de fútbol FIFPro en conjunto con Threat Matrix, el 38% de los jugadores profesionales han sido víctimas de acoso online, especialmente tras partidos controversiales.
No sólo ellos. Las familias de los jugadores también sufren. En el caso de Tarkowski, su pareja fue directamente atacada, algo que empieza a alarmar a las instituciones deportivas.
¿Exageración o profesionalismo escénico?
Otro debate envuelve a los jugadores y entrenadores que, ya sea por presión o carácter, responden con teatralidad en momentos claves. El caso de Buruk es solo un ejemplo más entre muchos. El fútbol ha incorporado en su narrativa elementos teatrales que antes se reservaban para el cine o el drama clásico.
Ya en el Mundial 2006, el jugador italiano Marco Materazzi fue acusado de provocar a Zinedine Zidane con comentarios personales, lo que acabó con el famoso cabezazo del francés en su último partido profesional. ¿Quién fue más culpable? ¿El provocador o quien reacciona?
¿Regulación o censura?
Frente a esta dinámica tóxica, surgen propuestas para regular el contenido ofensivo en redes sociales. Algunos clubes están presionando para que las plataformas como X (antes Twitter), Instagram y Facebook actúen de forma más efectiva.
En 2022, la Premier League lanzó una campaña denominada #NoRoomForRacism (No hay espacio para el racismo), que también incluye medidas contra el acoso. La UEFA y la FIFA igualmente están involucrándose, aunque los resultados aún son tímidos.
¿Y si se aplicaran sanciones deportivas a los clubes con seguidores reincidentes en abuso digital? ¿O si ciertos contenidos desde cuentas anónimas fueran vetados inmediatamente?
El papel de los medios y comentaristas
Otra parte del problema reside en cómo los medios deportivos y figuras influyentes abordan estos temas. En lugar de invitar al análisis racional —algo deseable en espacios deportivos—, muchas veces escogen explotar la polémica. Los titulares que llaman a “linchamientos” o a dramatizar reacciones solo alimentan el ciclo de agresión.
El fútbol necesita más Julio Maldinis y menos opinólogos de cinco minutos. El deporte es emoción, pero también razón. No se puede permitir que la adrenalina eclipse la ética.
Más allá del marcador
El caso de James Tarkowski, la caída de Okan Buruk y los mensajes de odio que inundan las redes sociales son síntomas de una enfermedad que está creciendo en el fútbol contemporáneo: la falta de empatía. Olvidamos que detrás de cada jugador hay una persona, que un entrenador tiene familia como cualquiera y que el resultado del partido no debe justificar el abuso.
Como escribió Kevin De Bruyne, quien anunció su marcha del Manchester City esta semana: “Este club, esta ciudad, me dieron TODO. Solo me quedaba devolver TODO.”
Esa gratitud, esa conexión emocional positiva, parece aclarar el camino para una relación más saludable con el fútbol. ¿Qué tal si los aficionados recordamos que, antes de insultar o amenazar, hay una historia humana detrás del error o la provocación?
Ojalá el fútbol vuelva a ser ese lugar de pasión, no de agresión. Un lugar al que entramos con corazón abierto, no con los puños cerrados.