Francisco vs los Tradicionalistas: la batalla por el alma de la Iglesia Católica
Los ataques contra el Papa Francisco desde dentro del Vaticano ilustran una guerra cultural silenciosa que, lejos de calmarse, sigue desatando controversia y escándalos entre revolucionarios y conservadores
Una Iglesia dividida: entre la reforma y la tradición
Desde su elección en 2013, el papa Francisco ha sido una figura polarizante dentro de la Iglesia Católica. Su estilo pastoral y su agenda de reformas han desatado una profunda división entre los sectores progresistas y conservadores de la curia romana y más allá. Este cisma no es simplemente una diferencia de opiniones teológicas; se trata de una batalla abierta -aunque muchas veces disfrazada de discreción institucional- por el futuro mismo del catolicismo.
En el centro de esta disputa se encuentra una tensión que lleva décadas gestándose: ¿Debe la Iglesia seguir aferrada a los dictados de la doctrina tradicional o abrirse a las realidades sociales contemporáneas? Francisco, desde su primer momento en el balcón del Vaticano, dejó claro que su visión pastoral buscaba priorizar la misericordia por encima del juicio. Eso, para muchos, fue la señal de salida de una lucha que aún está lejos de resolverse.
El legado de Benedicto XVI: sombra y resistencia
Una de las circunstancias más inusuales e influyentes del papado de Francisco ha sido la existencia de un "papa emérito": Benedicto XVI. Aunque renunció en 2013, su decisión de conservar el hábito blanco y permanecer en el Vaticano con su secretario personal, el arzobispo Georg Gänswein, generó confusión y ofreció una figura de referencia a los críticos de Francisco.
En 2020, un escándalo puso al descubierto esta grieta institucional cuando el cardenal Robert Sarah publicó un libro que defendía el celibato sacerdotal, supuestamente coescrito con Benedicto. En un contexto en el que Francisco analizaba la posibilidad de permitir sacerdotes casados en la Amazonía, este gesto fue interpretado como una intervención indirecta del papa emérito en los asuntos del pontífice regente.
La respuesta del Vaticano no se hizo esperar. Benedicto se retiró del proyecto editorial, pero el conflicto subyacente quedó más expuesto que nunca. Poco después, Francisco destituyó a Gänswein de su puesto en la Casa Pontificia. En 2023, apenas días después del funeral de Benedicto, Gänswein publicó sus memorias, una obra cargada de críticas al papa argentino. Ese acto fue visto por muchos como una traición institucional.
Los cardenales del "dubia": la herejía como acusación
El motín conservador no se limitó a las filas del entorno del ex papa. En 2016, tras la publicación de Amoris Laetitia, documento en el cual Francisco abría la puerta para que algunos católicos divorciados y vueltos a casar pudieran recibir la comunión, cuatro influyentes cardenales arremetieron con fuerza. Presentaron formalmente sus "dubia" —preguntas teológicas para clarificar puntos doctrinales— acusando al pontífice de contradecir enseñanzas tradicionales. Francisco no respondió, lo que incendió aún más la polémica.
Uno de los líderes de ese grupo fue el estadounidense Cardenal Raymond Burke, quien ya había sido removido de sus responsabilidades como jefe del Tribunal Supremo del Vaticano. Detrás de esa ofensiva se escondía más que una simple inquietud por la doctrina matrimonial: era también una crítica abierta al modelo de sinodalidad que Francisco pretendía impulsar.
En 2023, durante la preparación del Sínodo sobre la Sinodalidad —el ambicioso proceso consultivo con laicos, mujeres y minorías— Burke volvió a la carga. Esta vez, Francisco no sólo respondió institucionalmente, sino también simbólicamente: retiró beneficios económicos personales al cardenal, enviando una señal clara a otros miembros del ala crítica.
Viganò, el conspirador excomulgado
No obstante, quizá el crítico más notorio (y polémico) del papa ha sido el exnuncio en Estados Unidos, Carlo Maria Viganò. En 2018, sorprendió al mundo eclesiástico con un comunicado que acusaba al papa de haber encubierto los abusos sexuales de Theodore McCarrick, exarzobispo de Washington.
Viganò no solo acusó sino también exigió la renuncia de Francisco. Aunque inicialmente recibió apoyo de sectores conservadores molestos con la línea reformista del pontífice, pronto se desmarcó aún más del cuerpo eclesial al abrazar teorías conspirativas sobre el COVID-19, el Nuevo Orden Mundial y la masonería.
En 2024, el Vaticano finalmente puso un freno formal excomulgando a Viganò por cisma, luego de que el exnuncio negara públicamente la legitimidad del papa y se distanciara de manera explícita de la Iglesia romana. Su caída, aunque rimbombante, no hizo sino evidenciar cuán fracturada estaba la unidad eclesial.
El simbolismo importa: misa en latín y el "anti-estilo" de Francisco
Para los sectores tradicionales, muchos de los gestos de Francisco han sido profundamente desconcertantes. El papa decidió limitar la celebración de la misa en latín, una medida que revirtió la liberalización impuesta por Benedicto XVI en 2007. Lo hizo, según explicó, en pro de la unidad eclesial, pero para los defensores del rito tridentino, fue una declaración de guerra a la tradición.
Además, el estilo personal del pontífice juega un papel esencial en esta controversia. Al renunciar a vestirse con la capa de armiño y los símbolos clásicos del poder papal, al vivir en la residencia Santa Marta en lugar del Palacio Apostólico y al mostrarse cercano a los migrantes, pobres y comunidades LGBTQ+, Francisco ha modelado una figura de autoridad distinta: servicial, horizontal y deliberadamente anti-burguesa.
Para algunos, eso no es más que una encarnación moderna de Jesús. Para otros, es el derrumbe de siglos de sacralidad eclesial.
¿Un papa progresista o simplemente evangélico?
Los sectores progresistas dentro del catolicismo mundial han acogido con entusiasmo muchas de las reformas del papa argentino. La apertura al diálogo interreligioso, la escucha activa de mujeres y laicos en los sínodos, el endurecimiento de la lucha contra los abusos sexuales y la condena feroz al capitalismo deshumanizado lo han ubicado más cerca del Evangelio que de los cánones jurídicos.
"Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a sus propias seguridades", dijo Francisco en Evangelii Gaudium, su manifiesto pastoral de 2013.
Este espíritu misionero ha despertado el rechazo de quienes consideran que la Iglesia debería resistirse al "mundo", no dialogar con él. Sin embargo, las críticas internas ilustran también el drama de una organización que busca relevancia en un mundo posmoderno sin perder su esencia divina.
Nuevas batallas, mismas heridas
En 2023, durante el Sínodo sobre la Sinodalidad, voces conservadoras describieron la iniciativa como una"protestantización" de la Iglesia. El fantasma del cisma rondó al Vaticano antes, durante y después del evento. Francisco respondió inquebrantable, reafirmando su visión sinodal, aunque sin emitir juicios concluyentes sobre temas divisivos como el sacerdocio femenino o el matrimonio homosexual.
La estructura monárquica del Vaticano ha demostrado ser terreno fértil tanto para las intrigas palaciegas como para las revoluciones silenciosas. Francisco enfrenta la contradicción de gobernar una Iglesia ligada profundamente a las formas tradicionales con el deseo de evangelizar un mundo radicalmente transformado por la secularización.
Quizá la verdadera lucha debajo de esta guerra entre reformas y tradición no sea simplemente teológica, sino simbólica: ¿Qué significa ser católico hoy? ¿Es más fiel al Evangelio quien defiende la doctrina a capa y espada o quien arriesga su prestigio para salir al encuentro de los marginados?
Un pontificado que marcará época
A pesar de los ataques, de los libros incómodos, de las cartas anónimas y de las maniobras internas, Francisco ha seguido adelante. Su presencia en balcones, prisiones y fronteras ha dado testimonio de una Iglesia que intenta responder a los desafíos éticos, migratorios, educativos y ecológicos del siglo XXI.
El papa que viaja a Mongolia, que celebra misa en la cárcel y que dice que "Dios no es católico" incomoda precisamente porque desestabiliza las certezas institucionales. Y, como suele pasar con los reformistas mayores, su legado se sabrá con exactitud cuando ya no esté. Hasta entonces, Francisco continúa navegando entre tempestades, sin perder jamás el timón.
Con este contexto de fondo, no sería sorprendente que, en el futuro, su pontificado sea visto como uno de los más importantes desde el Concilio Vaticano II, no por haber respondido todas las preguntas, sino por haber tenido el coraje de hacerlas.