El rostro humano de la inmigración: vidas en pausa en el corazón de Texas

Miles de inmigrantes enfrentan la incertidumbre legal y el miedo a la deportación en medio de políticas cada vez más restrictivas

Una bandera descolorida, dos sueños enfrentados

En una pequeña localidad del noreste de Texas llamada Panhandle, el silencio de las calles solo es interrumpido por el viento del campo y el rugido de algún tráiler pasando en la distancia. Allí vive Kevenson Jean, un camionero haitiano que llegó con su esposa buscando tranquilidad, trabajo digno y una nueva vida. En su jardín ondean dos banderas: la de Haití y la de Estados Unidos. Ambas descoloridas, ambas representando esperanzas que ahora parecen desvanecerse.

Como él, miles de inmigrantes legales que residen en Estados Unidos con estatus temporal se aferran a una estabilidad cada vez más frágil. Son trabajadores en industrias esenciales, algunos refugiados de zonas de guerra o violencia extrema, otros simplemente motivados por la posibilidad de construir algo mejor.

Del sueño americano a la pesadilla burocrática

La administración de Donald Trump prometió mano dura contra la inmigración desde su primera campaña. Si bien el foco mediático se concentró en la frontera sur y los cruces ilegales, silenciosamente, las políticas también apuntaron a cortar vías legales de ingreso o permanencia al país: extensiones de permisos, renovaciones de estatus, programas de protección temporal y procesos de asilo.

En abril de 2025, más de 500,000 haitianos, cubanos, venezolanos y nicaragüenses recibieron cartas del Departamento de Seguridad Nacional (DHS) indicando que perderían su permiso de estadía a partir del 24 de ese mes. A pesar de que un juez federal suspendió la medida de forma temporal, la incertidumbre se sembró profundamente.

“No somos delincuentes, no estamos quitando trabajos a nadie”, dice Jean, quien transporta carne procesada en rutas larguísimas por el país. Su esposa Sherlie trabaja en servicios de alimentación mientras perfecciona su inglés leyendo novelas románticas. “Cumplimos con todo, y ahora nos señalan.”

El músculo inmigrante de la industria cárnica

El Panhandle de Texas no solo es ganado y pastizales. También es hogar de algunas de las plantas empacadoras de carne más grandes de EE.UU., como la operada por JBS, una multinacional brasileña que emplea a alrededor de 3,700 trabajadores solo en su sede de Cactus, TX.

Aquí se cruzan culturas como en pocos lugares del sur estadounidense. Templos católicos, mezquitas, supermercados con productos tailandeses, birmanos y centroamericanos forman parte del paisaje. Y detrás de la diversidad, inmigrantes que realizan los trabajos más duros: destazar reses, limpiar maquinaria ensangrentada, operar en turnos nocturnos bajo condiciones insalubres y agotadoras.

La historia se remonta a más de un siglo. “Las empacadoras siempre se han sostenido con mano de obra extranjera”, recuerda Mark Lauritsen, dirigente del sindicato United Food and Commercial Workers. De rusos y sicilianos en Chicago a centroamericanos, somalíes y haitianos en Texas, ha sido la constante. Hoy, se estima que casi la mitad de los trabajadores en esta industria son nacidos fuera de EE.UU.

Identidades frágiles y el temor al día siguiente

Para muchos, perder un permiso de estadía no es solo perder un empleo, sino la vida entera que han construido. Es el caso de Nicole, una haitiana que trabaja en una planta de carne deshuesando vacas por más de $20 dólares/hora. Le llegó un correo indicándole que debía abandonar el país. Ella no lo entiende. Ha cumplido con todo. “No puedo regresar. No es una decisión para mí.”

Como ella, Desmond Jean y cientos más viven entre el miedo y la rutina. Sus comunidades aportan a la economía y a la cultura local, pero a menudo son invisibilizadas.

Dumas, Texas: soledad y sudor

Idaneau Mintor trabaja desde las 10 p.m. hasta el amanecer limpiando residuos de la faena. Vive en una casa compartida con otros inmigrantes en Dumas, TX. Duerme en un colchón en el piso, ahorra lo que puede para enviar dinero a su numerosa familia en Haití. “Sigo todas las reglas. Respeto todo. Pero vivo con miedo.”

Recibe $2,400 dólares mensuales y paga $350 dólares por su espacio. No sale. No confía. Y cada día sin noticias oficiales se convierte en una tortura emocional. “Solo cuando trabajo dejo de pensar.”

El último recorrido de Kevenson

Kevenson recibió la notificación del DHS: su permiso vence el 24 de abril. Se despidió de su tráiler como quien deja una parte de sí. Era probable que fuera su último viaje. Días después recibió una llamada: por ahora podía seguir trabajando. Pero la tregua legal es incierta.

“Solo quiero contribuir. No somos un problema. Somos parte del país que queremos ayudar a construir.”

Intimidación institucional: el caso de Iowa

En un episodio más del clima antiinmigrante, una organización en Iowa fue blanco de un intento de intimidación política. La Iowa Migrant Movement for Justice (Iowa MMJ) recibió en febrero de 2025 un requerimiento del Comité de Supervisión del Gobierno estatal solicitando todos los datos personales de sus donantes, miembros y clientes.

Erica Johnson, directora de la organización, lo vio como una afrenta directa contra quienes trabajan con inmigrantes. “No nos vamos a quedar callados”, escribió. La carta pedía incluso que la organización no hablara del requerimiento. Legisladores demócratas lo calificaron de “abuso de poder”.

Esto ocurre en paralelo a propuestas legislativas que buscan criminalizar la mera presencia de inmigrantes sin papeles en Iowa, haciendo que la colaboración entre policías locales e ICE (agencia de inmigración) sea obligatoria.

“¿Qué harían con esa información?”, se pregunta Johnson. “¿Asustar? ¿Deportar?”

¿América para los americanos?

En palabras de Lesvia Mendoza, una maestra venezolana de educación especial que vive en Amarillo con su esposo e hijo: “Todos los trabajos, toda la producción que existen gracias a los inmigrantes... es obvio que somos necesarios.”

La narrativa de “America First” puede sonar potente en discursos, pero cuando se quitan los permisos a quienes procesan alimentos, limpian hospitales o conducen los camiones que sostienen la economía, el efecto no solo es humano: es económico y profundo.

Este dilema —legal, ético y social— se desarrolla lejos del poder político, pero muy cerca de donde se corta la carne, se amasa el pan o se cuida a un anciano.

Los rostros del futuro

No se trata solo de regulaciones o decretos. Se trata de Kevenson, de Nicole, de Idaneau. Se trata de si el país que se dice forjado por inmigrantes recordará esa historia o decidirá borrarla.

“Lo único que pedimos”, cierra Jean mientras limpia su tráiler antes de partir, “es una oportunidad justa. Nosotros ya pusimos el corazón.”

Este artículo fue redactado con información de Associated Press