Oscuridad, trauma y belleza en ‘Salome’: La ópera que sacude los cimientos del Met

La estremecedora interpretación de Elza van den Heever y la provocadora visión de Claus Guth convierten a ‘Salome’ en una experiencia tan inquietante como inolvidable

Una nueva 'Salome' que perturba desde sus entrañas

La ópera Salome de Richard Strauss ha regresado al escenario del Metropolitan Opera de Nueva York con una producción tan impactante que ha dejado a cantantes, equipo y público profundamente conmovidos. Esta nueva puesta en escena, dirigida por el aclamado alemán Claus Guth, se distancia radicalmente de ediciones anteriores, sumergiéndose en una reinterpretación psicológica de alto voltaje emocional y estético.

Elza van den Heever, la soprano sudafricana que da vida a Salome, ha confesado públicamente que el papel la afecta incluso fuera del escenario: “Cada noche me despierto empapada en sudor, con las pesadillas más extrañas y perturbadoras”. No es para menos: Guth ha transformado la popular danza de los siete velos en una escenificación del trauma y el abuso infantil que acompaña a Salome a lo largo de toda su vida.

Una historia bíblica convertida en trauma permanente

Basada en la obra teatral de Oscar Wilde, Salome se construye a partir del relato bíblico de la princesa judía hija de Herodías y hijastra de Herodes Antipas. Originalmente estrenada en 1905, la ópera escandalizó con su representación de deseo, poder y violencia. Su escena más famosa —la danza que Salome realiza para Herodes a cambio de la cabeza de Juan el Bautista— es un símbolo del erotismo trastornado por la dominación patriarcal.

En manos de Guth, esta narrativa se aleja del exotismo tradicional y adquiere un enfoque profundamente psicológico. Seis dobles corporales de Salome, todas vestidas con tenebrosos atuendos victorianos, aparecen en escena representando distintas etapas de su niñez y adolescencia, rodeadas de símbolos como muñecas, caballitos de madera y osos de peluche. Según Guth, buscaba evocaciones escalofriantes similares a las gemelas Grady de la película El Resplandor de Stanley Kubrick.

La música como contraste perturbador

Lo que sucede en escena es repulsivo, pero la música, con su belleza hipnótica, lo hace aún más inquietante”, comenta Yannick Nézet-Séguin, director musical del Met. Salome está compuesta con una orquestación densa y brillante que, en esta producción, choca deliberadamente con la crudeza de las imágenes escénicas. El resultado, tal como buscaba el equipo, es un público incómodo, obligado a confrontar la violencia en el espectáculo con la belleza sonora que lo envuelve.

La puesta en escena comienza con un video de una pequeña Salome mientras suena una celesta grabada, en una reminiscencia siniestra a una caja de música infantil. Más adelante, durante la danza, Herodes aparece en escena junto a una máscara mezcla de carnero y humano —otra referencia inquietante al arte de Picasso—. Cada una de las Salomes es emparejada con él, proyectando episodios de abuso que recogen desde el grooming hasta el abandono emocional más profundo.

Una producción marcada por la política y la historia

Esta interpretación de Salome llega tras años de retrasos. Originalmente iba a ser una coproducción con el Teatro Bolshói de Moscú, protagonizada por Anna Netrebko. Sin embargo, la invasión rusa a Ucrania forzó al Met a romper vínculos culturales con instituciones rusas. El estreno, planeado para abrir la temporada 2021-22, se pospuso y el Met decidió construir nuevos escenarios por su cuenta, desvinculándose de Moscú.

Este contexto añade nuevos niveles de simbolismo a la historia. En lugar de un producto artístico nacido de la colaboración global, esta Salome se convierte en una poderosa alegoría sobre el trauma, la opresión y cómo una cultura puede buscar renovarse escapando de sus ataduras políticas pasadas.

Una actriz al límite: Elza van den Heever y su vínculo con el personaje

No es la primera vez que van den Heever interpreta a Salome. En 2022 debutó el papel en una provocativa producción del Opéra de París, dirigida por Lydia Steier, que convirtió la danza en una violación en grupo. Aunque ambas producciones son oscuras, la soprano destaca las diferencias: “La de Lydia fue una experiencia visceral. Esta de Claus es más psicológica. Ambas te dejan marcada”.

La colaboración entre Guth y van den Heever se retoma tras 17 años, desde su trabajo conjunto en Il Tabarro en la Ópera de Frankfurt. “Fue iluminador trabajar con él. Me enamoré del estilo escénico europeo desde entonces”, declaró la soprano. Asegura que la exigencia emocional y física de este montaje no tiene precedentes en su carrera.

Un clímax simbólico y brutal

Uno de los momentos cumbre —y más simbólicos— de la obra llega cuando Salome derriba una estatua de dos metros y más de 110 kilos de peso. Elaborada completamente en yeso y rellena con arpillera, esta escultura colapsa durante cada función, creando una nube de polvo que inunda el escenario. La jefa de utilería del Met, Gloria Sun, lideró un equipo que creó 16 estatuas para los ensayos y funciones. Cada una tiene un nombre: desde “Adam” hasta “Hamilton”, el que fue destruido en la noche del estreno.

Este acto no solo representa la liberación final de Salome, también simboliza la ruptura de su mente después del horror vivido. No es sorpresa que van den Heever se haya emocionado hasta las lágrimas durante el aplauso del ensayo general: “Estamos hablando de una situación profundamente perturbadora. Quien salga cómodo del espectáculo, es que no hicimos bien nuestro trabajo”.

El legado de 'Salome': belleza y oscuridad en tensión

Desde su polémico estreno en 1905, Salome ha sido una obra divisiva. Richard Strauss fue acusado de indecencia, y su ópera fue censurada en numerosas ciudades europeas. Sin embargo, su audaz combinación de sensualidad, horror y caos emocional ha mantenido su poder hipnótico. Esta nueva producción del Met, sin duda, empuja aún más lejos ese legado.

Lo que la convierte en algo especial no es solo su crudeza —ya presente en otras puestas en escena—, sino la forma en que Guth y van den Heever logran articular una narrativa donde el cuerpo femenino se convierte en campo de batalla cultural, político y emocional. En una era donde el trauma, la identidad y el consentimiento son temas cruciales, esta versión de Salome funciona casi como un exorcismo del inconsciente colectivo.

El Metropolitan Opera abre así una grieta inquietante en su temporada: una belleza perturbadora que deja huella. Una advertencia: no apta para almas frágiles.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press