El infierno en Haití: violencia de pandillas, crisis humanitaria y el abandono global
Petite Rivière bajo fuego, miles huyen cruzando ríos a pie mientras bandas armadas asedian el corazón de Haití; la comunidad internacional sigue sin actuar
Petite Rivière, Haití — En el devastado panorama de Haití, una nueva tragedia se cierne sobre los ciudadanos de la región central del país. El municipio de Petite Rivière, situado en el departamento de Artibonite, ha sido escenario de violentos ataques perpetrados por pandillas armadas, sumergiendo a su población en el caos, el miedo y el sufrimiento. Esta nueva oleada de violencia añade capítulos oscuros a una crisis humanitaria que, si bien es de larga data, ha adquirido en 2024 proporciones que desafían la dignidad humana básica.
El asedio: ¿qué está ocurriendo en Petite Rivière?
Desde el 24 de abril, bandas criminales lideradas por el grupo Gran Grif han atacado sistemáticamente Petite Rivière. Según Bertide Horace, portavoz de una organización civil local, los pandilleros han invadido toda la ciudad: “Hay gente atrapada en sus casas que no puede salir. Están quemando todo lo que encuentran a su paso”.
Las imágenes difundidas en redes sociales muestran a decenas de personas cruzando el río Artibonite, el más largo de Haití, con pertenencias en la cabeza o en bolsas improvisadas. Algunas pocas lanchas ayudaban a los que podían pagar ese privilegio; el resto, incluidos niños pequeños y ancianos, se aventuraban a pie. En otros videos se aprecia el horror: cuerpos sin vida, incluyendo el de un niño pequeño, y llantos de desesperación capturados por quienes huyen.
Violencia crónica, respuesta lenta e insuficiente
Estos nuevos ataques se enmarcan en una oleada de violencia que abarca toda la región de Artibonite. Grupos como Canaan y 400 Mawozo han realizado incursiones en otras localidades cercanas como Mirebalais y Saut d’Eau desde marzo. En Mirebalais, más de 500 presos escaparon de la cárcel tras un asalto armado, mientras que en Saut d’Eau se desató una masacre que también alcanzó a dos monjas.
Según un informe de la misión política de la ONU en Haití, los primeros ataques comenzaron el 21 de marzo y no fue sino hasta el 31 de ese mes que el gobierno desplegó unidades policiales especializadas. “Los ciudadanos pedían ayuda por redes sociales, pero no hubo respuesta inmediata”, señala el documento. En Mirebalais, al menos 15 personas murieron, muchas asesinadas dentro de sus hogares.
Gran Grif: el origen de una máquina de muerte
El grupo armado Gran Grif, señalado como responsable del asalto en Petite Rivière, tiene una historia reciente pero sangrienta. Fue fundado tras la caída de Prophane Victor, un exparlamentario que comenzó a armar a jóvenes de la región. Desde entonces se convirtió en la principal estructura criminal del centro haitiano. En octubre de 2024, fueron responsables de una masacre en Pont-Sondé, también en Artibonite, donde murieron 70 personas.
Los motivos del ataque a Petite Rivière parecen estar relacionados con la expansión territorial y el control de rutas de contrabando. La ONU ha advertido que las bandas buscan controlar pasos estratégicos para introducir armas y drogas desde la vecina República Dominicana.
Una guerra sin cuartel con cifras aterradoras
- Más de 1,600 personas fueron asesinadas en Haití entre enero y marzo de 2024.
- 850 personas resultaron heridas durante ese periodo.
- 161 personas fueron secuestradas, el 63% en el departamento de Artibonite.
- 85% de Puerto Príncipe está controlado por pandillas.
- Las bandas criminales son responsables del 35% de los muertos y heridos; el 56% se atribuye a fuerzas policiales y ejecuciones extrajudiciales, y el resto a grupos de autodefensa.
Estos datos, proporcionados por Naciones Unidas, revelan el colapso de la vida cívica y el orden institucional en Haití. No se trata de episodios aislados, sino de una guerra no declarada que mantiene a millones de personas bajo un perenne estado de terror.
Resistencia civil y una ayuda internacional insuficiente
Ante la total ausencia del Estado en vastas zonas del país, han surgido movimientos de autodefensa conocidos como brigades de vigilance. Estas agrupaciones intentan contener los avances criminales levantando barricadas y realizando patrullajes vecinales. Sin embargo, sus medios son limitados y muchas veces acaban enfrentándose con las pandillas en absoluta desigualdad de condiciones.
En teoría, la lucha contra las bandas cuenta con el apoyo de una misión internacional respaldada por la ONU y liderada por policías de Kenia. Pero, en la práctica, esa misión se ha visto obstaculizada por la falta de fondos, personal y una estrategia legal y territorial clara. De los 2,500 agentes prometidos, apenas 1,000 han sido desplegados.
¿Dónde están los gobiernos del hemisferio?
Lo más alarmante de la situación no es sólo la violencia desatada, sino el silencio ensordecedor de la comunidad internacional. Mientras las cámaras capturan a hombres armados caminando libremente por ciudades devastadas y a madres llorando a sus hijos asesinados, los gobiernos del continente apenas han emitido comunicados diplomáticos.
Estados Unidos y Canadá han promovido sanciones contra algunos líderes políticos y empresarios vinculados a las bandas, pero evacuar personalmente a ciudadanos extranjeros no evita la destrucción de un Estado. América Latina, por su parte, mantiene una inmovilidad que raya el cinismo. Haití está en llamas, y el continente —que comparte una historia de colonialismo, lucha e independencia con la isla— no responde.
Como señaló el analista haitiano Herby Jean-Baptiste en una entrevista para Radio Kiskeya: “Es cruel pensar que el mundo sólo voltea la mirada hacia Haití cuando hay un terremoto o una epidemia. Esta violencia es tan mortal como cualquiera de esas tragedias”.
Refugiados en su propia tierra
Quienes logran huir se enfrentan a otras calamidades: refugios improvisados, falta de alimentos y medicamentos, y ausencia total de atención psicológica. Petite Rivière, Mirebalais y más de 20 comunidades del centro del país viven un estado de desplazamiento interno masivo que recuerda a las peores tragedias africanas, como el conflicto en Darfur o el Sahel.
No hay una cifra oficial de desplazados, pero ONGs como Médicos Sin Fronteras calculan en más de 90,000 los haitianos que han abandonado sus hogares desde marzo. Y muchos de ellos no tienen a dónde ir, pues incluso Puerto Príncipe, la capital, está semiparalizada por la violencia.
Un espejo de abandono y desigualdad global
Haití se ha convertido en la metáfora más brutal de cómo el abandono sistémico, la corrupción endémica y la indiferencia global condenan a millones de personas a vivir en condiciones incompatibles con la dignidad humana. El país más pobre del hemisferio occidental arde en llamas, pero el resto del mundo prefiere mirar hacia otro lado.
¿Qué futuro le espera a una nación donde miles cruzan ríos a pie bajo el fuego de las balas? ¿Qué esperanza tiene un país donde el asesinato de un niño de 11 años apenas provoca una nota al pie de un informe internacional?
Tal vez la pregunta más urgente sea: ¿cuánto tiempo más podrá Haití seguir existiendo como nación antes de convertirse en un experimento fallido condenado al olvido total?