Periodismo de rodillas: cómo las entrevistas presidenciales están perdiendo su autonomía

El caso Trump vs. ABC y la elección del entrevistador reabre el debate sobre la integridad y la independencia del periodismo político

El poder de decidir quién hace la pregunta

La reciente entrevista del presidente Donald Trump con el periodista de ABC News, Terry Moran, ha provocado una intensa conversación en los círculos mediáticos, no tanto por lo que se dijo frente a cámara, sino por lo que ocurrió detrás de ella: ¿puede un presidente elegir al periodista que lo entrevistará, y con eso, condicionar el ejercicio periodístico?

Trump, fiel a su estilo confrontativo, no dudó en hacer alusión en cámara a que él había elegido a Moran: “Estás haciendo la entrevista porque yo te elegí. Francamente, nunca había oído hablar de ti, pero está bien”, espetó el mandatario en horario estelar. Lejos de ser una simple frase improvisada, sus palabras abren un cuestionamiento ético profundo sobre el periodismo político moderno.

¿Autonomía periodística o entrevista por conveniencia?

Desde un punto de vista ético, permitir que un entrevistado elija a su interlocutor es problemático. “Minar nuestra independencia como periodistas es inaceptable”, sentenció Kelly McBride, experta en ética de medios del Poynter Institute. “Estamos para servir a la audiencia, y si el poderoso decide quién le pregunta o qué se pregunta, rompemos ese compromiso.”

Sin embargo, el pragmatismo periodístico a menudo choca con estos principios. Una exclusiva con un presidente es oro puro: relevancia, primicia y audiencia garantizada. Según cifras de Nielsen, la entrevista entre Trump y Moran alcanzó casi 4 millones de espectadores, siendo el programa más visto de la noche. En un panorama mediático hambriento de audiencias, el sacrificio de ciertos estándares éticos se convierte, para algunos directores de noticias, en un mal necesario.

Una práctica común en la industria

Mark Whitaker, exdirectivo de CNN y NBC News, admite que durante sus años en altos cargos sí se discutían los nombres de los periodistas en negociaciones con la Casa Blanca. “Lo que no vi fue ofrecer al presidente una paleta de opciones para que él eligiera”, aclara.

Pero la lógica de “el entrevistado manda” no es nueva. Connie Chung, veterana periodista de CBS y ABC, recuerda cómo la lucha feroz por conseguir entrevistas no se limitaba a la política: “Era cuestión de quién se arrastraba mejor por la exclusiva de la semana. Era una competencia vergonzosa”, denuncia. En el caso del congresista Gary Condit en 2001, ABC designó a Barbara Walters para entrevistarlo, pero su equipo amenazó con irse a otra cadena si no era Chung. Y fue ella quien finalmente consiguió la nota.

Una trampa en la que todos caen (incluso involuntariamente)

Andrew Heyward, expresidente de CBS News, sostiene que aunque el principio ético es claro, la práctica suele ensuciarlo: “Es una negociación. No es blanco o negro”. Y cuando la audiencia responde—como en el caso de Trump-Moran—esas concesiones se ven justificadas en los rankings.

La gran ironía es que Moran no es exactamente un novato. Con 65 años, lleva en ABC desde 1997, fue corresponsal principal de la Casa Blanca durante el gobierno de George W. Bush y entrevistó a Barack Obama en nueve ocasiones. Su perfil decreció en los últimos años, relegado a la cobertura de la Corte Suprema y a la señal streaming “ABC News Live”. ¿Por qué entonces lo eligió Trump? ¿Una jugada estratégica para tener un interlocutor menos mediático? ¿Acaso una forma sutil de controlar el tono de la conversación?

Control, acceso y el nuevo juego de poder presidencial

La administración Trump ha dejado claro su deseo de controlar a los medios. Desde invitar a periodistas “más amigables” a las ruedas de prensa, hasta imponer condiciones que han desatado batallas legales como la sostenida contra la agencia de noticias AP por el acceso a la Oficina Oval.

Karoline Leavitt, secretaria de prensa de Trump, ha insinuado en varias ocasiones que buscan rediseñar la dinámica del acceso mediático a los espacios de poder, algo que algunos interpretan como una forma de filtrar a los críticos y premiar a los leales. Los mecanismos de acceso han dejado de ser neutrales para convertirse en un arma política en sí misma.

Cuando la celebridad es el poder

El fenómeno no es exclusivo de la política. Desde las épocas de frenesí por entrevistas con Michael Jackson o Britney Spears, hasta los modernos “talk shows”, las celebridades han buscado controlar no solo la narrativa, sino también al interlocutor. La diferencia es que hoy, la celebridad máxima es el presidente de los Estados Unidos.

Como dijo Heyward, “es una zona gris”. Pero cuando esa celebridad es también el hombre más poderoso del planeta, la diferencia entre cortesía editorial y manipulación comunicacional puede erosionar los fundamentos mismos del periodismo.

La lógica utilitaria y el riesgo de la complacencia

Los criterios editoriales se están viendo arrastrados por la lógica utilitaria: si la audiencia sube, el método se justifica. Pero como advierte McBride, este camino lleva directo a la pérdida de confianza pública. “Si dejamos que el poderoso decida cómo se lo cuestiona, rompemos nuestro principal contrato con el espectador: ser sus ojos y su voz.”

Y aún así, medios como ABC no han sido completamente transparentes. La cadena se negó a comentar cómo se eligió a Moran, limitándose a negar en privado que Trump viera una lista de candidatos. Una negativa que revela cómo incluso dentro de los medios, hay un malestar tácito respecto a este tipo de decisiones.

El periodista David Bauder resumió el dilema en términos de independencia mediática. Pero la entrevista de Trump con Moran es más que una anécdota editorial: es un espejo de cómo el poder moldea -y a veces doblega- las reglas del juego periodístico. Y sobre todo, de cómo los medios enfrentan o capitulan ante esas presiones.

¿Existe una salida?

Históricamente, el periodismo fue concebido como el “cuarto poder”, un contrapeso necesario frente a los abusos institucionales. Pero cuando el acceso se convierte en moneda de cambio y la integridad editorial en papel moneda inflado, estamos ante una crisis no solo de audiencias, sino de valores.

La solución no es sencilla. Los medios deben encontrar un equilibrio entre el acceso privilegiado y la independencia. Entre la necesidad de audiencia y la responsabilidad informativa. Y sobre todo, entre complacer al poder y fiscalizarlo. Porque si no lo hacen ellos, ¿quién lo hará?

Este artículo fue redactado con información de Associated Press