¿Un regreso a ‘La Roca’? El polémico plan de Trump para reabrir Alcatraz agita el debate nacional
La decisión de Donald Trump de reabrir la mítica prisión de Alcatraz refleja su visión radical sobre seguridad, inmigración y justicia criminal. ¿Es viable o pura retórica electoral?
Por décadas, Alcatraz ha sido un símbolo tan potente como contradictorio dentro del imaginario estadounidense. Desde sus años como prisión de máxima seguridad hasta su transformación en ícono cultural y atracción turística, esta isla en la bahía de San Francisco representa los límites del castigo y la fascinación por el control absoluto. Con su propuesta de reabrirla, Donald Trump reaviva no solo los recuerdos históricos, sino una batalla ideológica en pleno año electoral.
El anuncio: regreso a una era de mano dura
El expresidente y actual candidato Donald Trump publicó el pasado domingo en su red Truth Social una declaración que encendió alarmas y aplausos en partes iguales. Allí afirmó estar “dirigiendo al Buró de Prisiones, junto con el Departamento de Justicia, el FBI y Seguridad Nacional para reabrir una Alcatraz substantially enlarged and rebuilt (sustancialmente ampliada y reconstruida) para alojar a los criminales más despiadados y violentos de Estados Unidos”.
Para Trump, Alcatraz representa una época en que los “delincuentes reincidentes” eran tratados con la severidad que merecen. En sus palabras:
“Cuando éramos una nación seria, no dudábamos en aislar a los más peligrosos… Así es como se supone que debe ser”.
La reacción pública no tardó en llegar. La congresista demócrata Nancy Pelosi, cuyo distrito incluye la isla, catalogó la propuesta como “no seria”, mientras expertos penales y urbanistas se preguntan si la infraestructura puede reacondicionarse tras más de seis décadas de abandono penitenciario.
Una prisión con historia – y leyenda
Inaugurada en 1934, Alcatraz operó como prisión federal de máxima seguridad hasta 1963. Durante ese tiempo albergó a 1,576 reclusos, incluidos famosos como Al Capone y George “Machine Gun” Kelly. Su ubicación en una isla golpeada por corrientes oceánicas intensas pretendía hacerla inescapable, aunque hubo 14 intentos de fuga documentados por el FBI. De ellos, uno —el protagonizado por los hermanos Anglin y Frank Morris en 1962— todavía divide a los expertos entre la leyenda y la realidad.
El cine tampoco ha sido ajeno a su magnetismo. Películas como “The Rock” (1996), con Sean Connery y Nicolas Cage, y “Escape from Alcatraz” (1979), con Clint Eastwood, han reforzado su imagen casi mítica como bastión del castigo final.
¿Una 'nueva' Alcatraz? Costos, factibilidad y paradojas
Trump propone no solo reabrir la prisión, sino ampliarla. Hoy, Alcatraz forma parte del sistema de parques nacionales y es un monumento histórico designado, administrado por el National Park Service. Recibe más de un millón de visitantes anuales. Restaurarla como prisión no solo implicaría disputas legales, sino inversiones colosales en infraestructura, transporte y seguridad.
La razón por la cual se cerró en 1963 sigue vigente: el costo. Operar una prisión en una isla remota, donde todo —desde alimentos hasta combustible— debe ser transportado en barco, resultaba inviable. Según estimaciones de la época, mantener a cada recluso en Alcatraz costaba tres veces más que en cualquier otra prisión federal.
Hoy, el Buró de Prisiones administra 122 instalaciones, entre ellas la prisión de máxima seguridad en Florence, Colorado, donde están recluidos algunos de los criminales más peligrosos del país. ¿Se necesita realmente otra prisión de ese tipo?
Un símbolo de ley y orden… ¿o nostalgia de la represión?
Para los seguidores de Trump, reabrir Alcatraz representa un resurgir de la doctrina de “ley y orden” que él promovió extensamente en su primera administración. Sus críticos, sin embargo, ven en esta propuesta un llamado peligroso a políticas de encierro masivo sin garantías procesales.
No es la única idea radical impulsada por Trump en estos meses: también ha sugerido reinstaurar centros de detención masivos como Guantánamo —esta vez para migrantes indocumentados— e incluso enviar presos federales a instalaciones extranjeras como la megacárcel CECOT en El Salvador, administrada por el gobierno de Nayib Bukele.
El mensaje es claro: endurecer al máximo las penas, externas e internamente. Pero tal narrativa choca con una realidad más compleja. La población carcelaria en Estados Unidos viene disminuyendo desde 2009. A partir del 2023, la tasa de encarcelamiento fue de 350 por cada 100,000 adultos, la más baja en décadas (Bureau of Justice Statistics).
Política carcelaria y manipulación electoral
El anuncio no puede separarse del contexto electoral. Enfrentando procesos judiciales múltiples y buscando consolidar su base más “dura”, Trump apuesta por mensajes que asocien su imagen con la fortaleza, y a sus oponentes con la debilidad ante el crimen y la migración. Pero, ¿es el retorno de Alcatraz una política pública eficaz o una jugada de marketing político?
La administración Biden, por el contrario, se ha enfocado en reformas como el First Step Act, que promueve programas de educación y rehabilitación en lugar del castigo extremo. En contraposición, Trump acusa a jueces “radicales” de proteger delincuentes y frena en seco cualquier proceso de humanización del sistema penitenciario.
Réplicas y resistencias del partido Demócrata
Más allá de Pelosi, voces como las de Alexandria Ocasio-Cortez y J.B. Pritzker han surgido en respuesta al avance del trumpismo, abogando por una repolitización del discurso criminal. La congresista de Nueva York ha criticado el enfoque de encarcelamiento masivo como una táctica de control social con raíces en la inequidad racial y económica.
Pritzker, por su parte, ha denunciado el paralelismo entre la retórica de Trump y regímenes autoritarios, especialmente en su discurso de febrero donde comparó al expresidente con los nazis. “Cuando empieza el incendio de cinco alarmas, más vale tener un balde de agua si quieres detenerlo antes de que destruya todo”, dijo el gobernador en su discurso sobre el estado del Estado.
¿El inicio de una nueva era punitiva?
Expertos legales también advierten sobre las implicaciones de reabrir una cárcel como Alcatraz sin considerar el debido proceso. La idea de usarla como centro de detención para personas en proceso de deportación —muchas de ellas sin cargos penales— desafía el marco constitucional vigente.
Además, la viabilidad legal de recuperar una isla bajo gestión del Sistema de Parques Nacionales parece poco probable sin una ley del Congreso. El hecho de que Trump no haya consultado al Departamento del Interior es, para muchos, otra muestra de una política basada en impulsos más que en planificación realista.
Una idea vieja en un nuevo envoltorio
Reabrir Alcatraz no es una idea nueva. Varias veces ha sido sugerida —siempre por figuras que buscan enviar un mensaje simbólico más que una solución práctica. En 2006, por ejemplo, el senador republicano Tom Coburn propuso usar la isla como sitio de entrenamiento militar. Ninguna de estas propuestas prosperó.
La clave está en entender qué hay detrás del simbolismo. ¿Es Alcatraz una ilusión de control? ¿O la glorificación de una era que muchos consideran fracasada?
En un país donde cada año se gastan más de $80 mil millones en prisiones (Prison Policy Initiative), y donde el sistema de justicia penal enfrenta denuncias por abuso sexual, negligencia médica y corrupción interna, la idea de rejuvenecer Alcatraz puede parecer más un grito desesperado del pasado que una visión de futuro.
Como escribió una vez George Santayana: “Quien no conoce su historia está condenado a repetirla”. Y Alcatraz, tanto en piedra como en memoria, nos recuerda cada día el precio de elegir el miedo por encima de la justicia.