La otra cara de la migración: crisis ambiental en el Tapón del Darién

Comunidades indígenas panameñas enfrentan contaminación, enfermedades y amenazas ambientales tras el éxodo masivo de migrantes rumbo a EE. UU.

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Un paraíso contaminado

Durante siglos, el río Turquesa ha sido una fuente de vida para el pueblo indígena Emberá en Panamá. Este río, que serpentea a través del Tapón del Darién —una de las selvas más biodiversas del mundo—, proporcionaba agua, alimento y un lugar sagrado para cientos de comunidades. Pero todo cambió radicalmente cuando el tapón se convirtió en una ruta principal para migrantes provenientes de Sudamérica rumbo a Estados Unidos.

Más de 1.2 millones de migrantes atravesaron esta selva desde 2021, convirtiendo lo que era un entorno virgen en un corredor de desesperación humana... y contaminación ambiental.

Un legado tóxico: basura, gasolina y cuerpos

En Villa Caleta, una pequeña comunidad Emberá a la orilla del río, hay miedo de tocar el agua. Niños como el sobrino de Militza Olea, de apenas tres años, regresan con sarpullidos y llagas rojas después de bañarse. "Tenemos que tener cuidado. Todos salen del río con ronchas en la piel, especialmente los niños", afirma Militza.

Los datos recopilados por el gobierno panameño son alarmantes:

  • Se han dejado 2,500 toneladas de basura en la selva.
  • La limpieza del área tiene un costo estimado de $12 millones.
  • Pruebas hidrológicas recientes muestran altos niveles de bacterias coliformes fecales, lo que indica contaminación con desechos humanos.

No solo se ha encontrado basura personal como mochilas, ropa y colchones de espuma flotando en el río, sino también cuerpos en descomposición arrastrados por la corriente, según líderes comunitarios.

El costo humano e invisibilizado

Los Emberá, pueblo originario compuesto por unos 12,000 habitantes, vivían en armonía con la selva, cultivando plátano, pescando y bañándose en el río. Ahora, no pueden pescar: "Los peces huelen a gasolina", lamenta Cholino de Gracia, un líder comunitario.

Los pocos que aún lo hacen arriesgan su salud. Las familias han tenido que gastar dinero, que antes se destinaba a comida o transporte, en cremas antibióticas y medicamentos que deben traer desde pueblos lejanos. Y muchos simplemente no pueden costearlo.

Todo esto ha detonado inseguridad alimentaria y aumento en problemas de salud pública. A pesar de la instalación de una pequeña planta de agua potable por una ONG, no es suficiente para abastecer a la comunidad en temporada seca.

¿Quién debe pagar por la catástrofe?

El ministro de Medio Ambiente de Panamá, Juan Carlos Navarro, culpa directamente a Estados Unidos: “Si Estados Unidos es responsable porque abrió sus fronteras, entonces debe pagar por ello”, declaró. Alega que el país norteamericano permitió esta migración masiva sin prever ni mitigar las consecuencias, y que Washington no ha cumplido con sus promesas. Panamá esperaba $3 millones en ayuda, pero aún no han recibido ni un centavo.

El costo no solo es económico. Es la integridad ecológica del Darién —una de las últimas selvas vírgenes del hemisferio occidental— lo que está en juego.

Criminalidad en plena jungla

El caos humanitario abrió brechas para que grupos criminales como el Clan del Golfo de Colombia tomaran control de rutas migratorias. Lo que empezó como tráfico de personas mutó en minería ilegal, deforestación y cultivo de coca, usando métodos que involucran sustancias tóxicas como mercurio y cianuro.

Insight Crime, una organización dedicada al análisis de crimen organizado en América, ha reportado violaciones sistemáticas del medio ambiente asociadas con estos grupos. Henry Shuldiner, uno de sus investigadores, explica: “Estamos viendo un aumento en la apertura de tierras para cultivo de coca en municipios que colindan con el Darién”.

En Panamá, se ha detectado minería ilegal dentro de parques nacionales protegidos, y el gobierno ha tenido que intervenir y arrestar a ciudadanos colombianos y panameños responsables. Sin embargo, a nivel local, líderes comunitarios como Cholino y Militza denuncian que la fiscalización es casi inexistente.

Deforestación acelerada

Según Global Forest Watch, en 2023 la deforestación en el Darién aumentó tras años de relativa estabilidad. Esto representa una amenaza directa para la biodiversidad única que alberga esta región: jaguares, tapires, águilas harpías y cientos de especies endémicas.

El equilibrio del ecosistema se ha roto. Al deforestar y contaminar, se destruyen hábitats naturales, fuentes primarias de alimento y medios sostenibles de vida para las comunidades indígenas.

Indignación, abandono y resistencia

Sin agua, no hay vida aquí”, resume Militza con su sobrino en brazos, su pequeña piel aún cubierta de sarpullido. Villa Caleta y otras comunidades Emberá se sienten abandonadas tanto por el gobierno panameño como por la comunidad internacional.

Panamá, en palabras del ministro Navarro, enfrenta un estado de “anarquía ambiental” difícil de revertir, pero determinante para el futuro del ecosistema panameño y de toda América Latina. Mientras los líderes intentan restaurar el equilibrio, el daño emocional y físico ya está anclado en la memoria colectiva de estos pueblos.

Han traído el desastre a la jungla, y ahora nos toca a nosotros pagar el precio”, dice Cholino con resignación.

En medio de la crisis, la voz de estos líderes indígenas resuena con fuerza. No piden caridad, piden responsabilidad. Y sobre todo, claman por un futuro donde puedan, otra vez, beber del río sin miedo.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press