La guerra comercial según Trump: más allá de los aranceles, ¿una estrategia sostenible?
Una mirada crítica al enfoque de la administración Trump sobre barreras no arancelarias, sus implicancias globales y el posible impacto en el comercio internacional
Una visión ampliada de las barreras comerciales
La administración Trump redefinió por completo la forma en que se entienden las barreras comerciales. Si bien los aranceles han sido el arma tradicional del proteccionismo, Trump amplió abruptamente el repertorio de obstáculos que considera como "injustos" para el comercio estadounidense. Esta visión incluye políticas y normativas internas de otros países que rara vez han sido objeto directo de negociaciones comerciales multilaterales.
En abril de 2025, se dio a conocer una batería de aranceles que abarcaban desde el 10% hasta el 50% para productos importados de múltiples países. Sin embargo, se pospuso su implementación por 90 días con la intención de forzar concesiones multilaterales.
Los frentes abiertos: más allá de los números
Trump no solo busca menores aranceles extranjeros. Apunta a elementos estructurales de las políticas de sus socios comerciales como:
- Requisitos sanitarios agrícolas
- Tipos de cambio monetario
- Estándares técnicos de productos
- Regímenes fiscales (particularmente el IVA europeo)
- Burocracia aduanera
El objetivo: lograr que países como Alemania, Japón, Corea del Sur o la Unión Europea adapten sus políticas nacionales para facilitar el ingreso de productos estadounidenses.
¿Una jugada contra China disfrazada de política global?
Es evidente que muchos de estos reclamos apuntan a China, el mayor "villano comercial" según Trump. Desde 2018, EE.UU. ha mantenido una guerra comercial intermitente con Pekín. No obstante, ahora extiende exigencias similares a aliados tradicionales como Japón, Corea del Sur o países miembros de la Unión Europea.
La presión sobre los productos agrícolas
Durante años, EE.UU. ha presionado a países como Japón y Corea por restricciones sanitarias sobre productos agrícolas. Japón, por ejemplo, todavía impide la entrada de papas frescas estadounidenses a su mercado valorizado en aproximadamente 150 millones de dólares anuales. Las autoridades japonesas argumentan que los protocolos sanitarios son caros de homologar y que los agricultores locales temen verse desplazados.
En el caso de Corea, la icónica protesta contra la carne de res estadounidense por temor a la Encefalopatía Espongiforme Bovina en 2008 provocó una herida política aún abierta. Aún hoy, se prohíbe importar carne de res procedente de animales mayores de 30 meses desde EE.UU., norma que persiste a pesar de que este país se convirtió en el mayor proveedor de carne de res de Corea.
Una batalla con pocas esperanzas en el terreno fiscal
Uno de los puntos más complejos en la agenda protegeccionista de Trump es la crítica feroz hacia el Impuesto al Valor Agregado (IVA), utilizado por más de 170 países en el mundo. En la Unión Europea, este impuesto alcanza niveles del 20% al 25% y se aplica tanto a bienes importados como locales, lo que, según los economistas, lo hace fiscalmente neutro desde una perspectiva comercial.
Para Trump, sin embargo, este sistema penaliza a los productos estadounidenses que ingresan a Europa. Su solución tácita: imponer aranceles compensatorios o exigir cambios en los sistemas fiscales extranjeros. Un reclamo considerado inviable por expertos como Jaemin Lee, profesor de derecho comercial en la Universidad Nacional de Seúl:
“El sistema impositivo interno nunca ha sido un tema convencional de negociación porque toca soberanía nacional. Es difícil entender por qué el IVA se ha convertido en tema de discusión comercial.”
Cambio climático y emisiones: ¿obstáculo o excusa?
En el caso de automóviles y tecnología limpia, EE.UU. critica a Japón por apoyar estándares específicos como el enchufe ChaDeMo para vehículos eléctricos, lo que obliga a los fabricantes extranjeros a aceptar tecnologías obsoletas si desean subsidios.
Esto se inscribe en un capítulo más amplio que toca incluso aspectos medioambientales. Normas de emisiones, subsidios a tecnologías renovables y apoyo estatal al transporte público han sido mencionados por la Casa Blanca como barreras indirectas contra productos estadounidenses tradicionales como los automóviles de gasolina o el carbón.
La obsesión por el déficit comercial
Trump justifica todos estos frentes con un objetivo último: reducir el déficit comercial, que en 2024 fue de casi $800 mil millones. Cree que esta cifra refleja una pérdida de empleos industriales y una presión inadmisible del extranjero sobre las manufactureras estadounidenses.
Pero en palabras del analista Tobias Gehrke, del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores:
“Trump y su gabinete no se preocupan realmente por las normativas europeas sobre pollos clorados. Quieren obligar a las empresas europeas a producir más en EE.UU. Esa es su lógica central.”
Una visión política más que económica
Múltiples diplomáticos y funcionarios comerciales han dicho que no queda claro qué es exactamente lo que espera la administración estadounidense en cada negociación. Esta ambigüedad, sumada a la imposibilidad estructural de alterar políticas nacionales en 90 días, complica el avance de cualquier acuerdo significativo.
Por tanto, las amenazas de aranceles parecen más bien un instrumento político de presión que un plan coherente para un comercio libre y justo.
Impacto global y resistencia
La presión estadounidense ha generado resistencias en todas partes. Alemania, por ejemplo, ha defendido firmemente la independencia del Banco Central Europeo tras las acusaciones de manipular el euro para ganar ventajas comerciales. El euro ha oscilado fuertemente desde que Trump llegó al poder, y hoy supera los 1,10 dólares, en parte por el crecimiento europeo y la caída de tasas en EE.UU.
Por otro lado, Japón se encuentra caminando hacia una política monetaria más conservadora, elevando gradualmente las tasas tras años de estímulos. Esto debería haber impulsado al yen, pero la volatilidad del dólar ha hecho que esta relación no sea tan simple. Aún así, analistas como Shrikant Kale de Jefferies prevén una caída del dólar a 120 yenes en los próximos 18 meses.
¿Un nuevo tipo de proteccionismo disfrazado de negociación?
Uno de los aspectos más polémicos del enfoque Trump es que convierte cuestiones técnicas, regulaciones sanitarias y fiscales en armas de negociación comercial. Aunque en principio suena como un intento por igualar condiciones, en esencia busca que los países importadores transformen su estructura económica interna para beneficiar selectivamente a exportadores estadounidenses.
¿El destino del sistema multilateral?
Estas exigencias ponen en jaque décadas de avances bajo la Organización Mundial del Comercio (OMC). Mientras que el sistema multilateral defiende reglas claras y previsibles, la administración Trump busca alterar el campo de juego a través de presiones unilaterales, de carácter más político y mediático que jurídico.
La pregunta esencial es si este nuevo enfoque tendrá efectos sostenibles o simplemente intensificará las tensiones globales, afectando las cadenas de suministro y deteriorando la confianza en acordar normas comunes.
Por ahora, queda claro que el proteccionismo del siglo XXI ya no se disfraza solo con aranceles, sino con un amplio abanico de exigencias que rozan la intervención directa en la soberanía económica de otros países. ¿El precio? Un mundo más fragmentado y menos predecible.