Masacre en Cachemira: Entre el dolor, el nacionalismo y el riesgo de un nuevo conflicto entre potencias nucleares
El ataque en Pahalgam revive los fantasmas del pasado: ¿podrá la región sostener el frágil espejismo de normalidad que promueve el gobierno de Modi?
Un ataque inesperado en el corazón del paraíso
El 22 de abril de 2025, un escenario idílico conocido por su belleza y turismo, el prado de Baisaran en Pahalgam, Cachemira, se tiñó de sangre. Lo que debía ser un día de paseo para cientos de turistas indios —familias, parejas de recién casados y aventureros— se convirtió en una de las peores masacres de civiles en años recientes en la conflictiva región.
Hombres armados, vestidos con uniformes militares, emergieron de los bosques y dispararon de manera selectiva contra hombres hindúes, dejando un saldo mortal: 26 muertos y 17 heridos. El ataque estuvo cuidadosamente planeado. Los agresores desaparecieron entre la espesura, escapando de cualquier control de seguridad.
Cachemira: un territorio disputado con heridas abiertas
La región de Cachemira, dividida entre India y Pakistán, ha sido epicentro de tensiones desde la partición de 1947. Ambas naciones han peleado tres guerras por esta región.
Desde 2019, cuando el gobierno del primer ministro Narendra Modi revocó el estatus semiautónomo de Jammu y Cachemira, imponiendo un férreo control federal, las autoridades han intentado promover la imagen de una región en "normalización". El auge del turismo —que alcanzó su punto más alto en una década en 2023 con más de 18 millones de visitantes— fue usado como síntoma de calma.
Sin embargo, el ataque de abril pone en duda esa narrativa. D.S. Hooda, ex comandante del ejército indio en la zona norte, dijo: “Este ataque busca demostrar que no hay normalidad en Cachemira, y el turismo no es un indicador contundente.”
Fallas de inteligencia y seguridad reconocidas
Lo más revelador ha sido la admisión del gobierno de Modi sobre fallos de seguridad —algo inusual en su gestión. Kiren Rijiju, ministro de Asuntos Parlamentarios, confirmó en una reunión multipartidaria que hubo “fallas donde fue evidente que subestimamos a nuestro vecino hostil.”
Según informes de la prensa india, en el momento del atentado más de 1,000 turistas accedieron al área sin ninguna protección visible, a pesar de pasar por tres campamentos de seguridad y una comisaría. El descuido es mayúsculo considerando que Pahalgam también es punto de partida del Amarnath Yatra, una peregrinación hindú masiva que exige altos niveles de vigilancia cada año.
Avinash Mohananey, exagente de inteligencia en Cachemira, sentenció: “Quizá empezamos a creer demasiado en nuestra propia narrativa sobre la normalización.”
Pakistán, en la mira
India no perdió tiempo en acusar a Pakistán de estar detrás del ataque. Islamabad negó rotundamente cualquier implicación, como ha sido habitual en estos episodios. Sin embargo, analistas como Mohananey detectan similitudes entre este atentado y otro ocurrido en Pakistán en marzo, cuando insurgentes baluchis secuestraron un tren, matando a 25 personas. Pakistán acusó entonces a India de haber instigado la acción —algo que Nueva Delhi también negó.
Lo que llama la atención es que en ambos sucesos se observaron patrones similares de ejecución: hombres fueron blanco del ataque, mientras mujeres y menores fueron deliberadamente ignorados. Esto sugiere un cálculo estratégico detrás de las masacres, más allá del simple terror.
Presión nacionalista por una respuesta militar
La indignación en India fue inmediata. Las cadenas televisivas exigieron “acciones contundentes” contra Pakistán, y muchos panelistas abogaron incluso por una invasión directa. En las redes sociales, se multiplicaron los llamados a una “respuesta patriótica.”
Pero los expertos advierten que esto forma parte de un patrón nacionalista. Ajai Sahni, especialista contra el terrorismo en Nueva Delhi, aseguró: “Los discursos sobre atacar a Pakistán existen en cámaras de eco. Lo que importa no es lo que se haga, sino que se diga que se hizo y se declare como éxito.”
En 2016 y 2019, India ya anunció ataques a campos insurgentes ubicados en el lado paquistaní de Cachemira. Ambas ocasiones fueron ampliamente celebradas dentro de la narrativa nacionalista, aunque la opacidad en los detalles militares persiste hasta hoy.
Cachemira como símbolo político
Desde 2014, Modi ha usado a Cachemira como uno de los pilares de su agenda nacionalista hindú. La decisión de eliminar la autonomía de la región fue aplaudida por su base, y su discurso se cimentó en una “integración total al resto de India”. Pero a pesar del incremento turístico y la baja en ataques reportados en años recientes, los acontecimientos del 22 de abril demuestran que la insurgencia no ha desaparecido, simplemente se estaba reconfigurando.
“Hay una percepción falsa de que Cachemira está totalmente bajo control. Eso es un error”, advirtió Hooda.
Una escalada peligrosa entre dos potencias nucleares
El trasfondo de esta crisis no es menor: India y Pakistán son potencias nucleares. Cualquier escalada mal calibrada puede derivar en un enfrentamiento de consecuencias catastróficas para Asia del Sur y el mundo.
Con países mediadores como Irán e incluso Estados Unidos ofreciendo canales diplomáticos, los esfuerzos se vuelcan ahora a evitar una confrontación directa. Aun así, la presión interna en India es creciente, empujando a Modi a buscar una “respuesta ejemplar”, ya sea militar, diplomática o financiera.
El espejismo del turismo como símbolo de paz
Uno de los puntos más criticados por analistas es la estrategia del gobierno indio de medir la "normalidad" en Cachemira por el número de turistas. Si bien es cierto que la región ha vivido en calma relativa desde 2020, factores como el miedo, el estado policial, y la represión de medios y opositores también han contribuido a ese silencio aparente.
Omar Abdullah, líder opositor y ex primer ministro de Jammu y Cachemira, ya había advertido en 2023: “La normalidad no se mide con visitas turísticas sino por el respeto a los derechos civiles.”
¿Qué sigue?
La muerte de 26 personas en un lugar escénico y simbólico revela no solo los huecos en la seguridad india, sino también las profundas heridas geopolíticas no resueltas. Muchos piden ajustes inmediatos: presencia militar estratégica, sistemas de inteligencia proactivos y una evaluación seria —más allá del discurso— sobre la situación real en Cachemira.
Mohananey lo resume así: “Podemos llenar cada valle de Cachemira con turistas, pero si bajamos la guardia, el fantasma del extremismo volverá para cobrarse su deuda.”
Mientras tanto, la región espera. Entre el duelo y el miedo, la gente contempla si aquello que parecía una paz duradera no fue más que una ilusión construida sobre bases políticas frágiles.