Rwanda, migración y diplomacia: una nueva bicicleta para una ruta vieja

Entre acuerdos migratorios, tensiones geopolíticas en África y gestos humanitarios del Vaticano, el este africano se encuentra en una encrucijada clave en la política mundial

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Rwanda en el centro del ajedrez migratorio global

Rwanda, un país con apenas 13 millones de habitantes, se ha convertido en los últimos años en una pieza clave en los debates internacionales sobre migración. Esta nación del este africano, con una historia reciente marcada por el genocidio de 1994 y un crecimiento económico sostenido en la última década, ha vuelto a acaparar titulares tras confirmar esta semana conversaciones en curso con Estados Unidos para acoger a migrantes deportados.

El Ministro de Asuntos Exteriores, Olivier Nduhungirehe, confirmó que las pláticas están “en una etapa temprana”, sin revelar detalles concretos del posible acuerdo. Sin embargo, medios locales sugieren que, de concretarse, el acuerdo incluiría financiamiento estadounidense para programas de integración de migrantes en la sociedad ruandesa, a través de estipendios y programas de asistencia laboral.

"Esto refleja nuestro compromiso humanitario de largo plazo", declaró Nduhungirehe, en una declaración a la prensa estatal. Y aunque pueda parecer un gesto noble, los expertos internacionales se preguntan: ¿qué busca realmente Rwanda en este juego?

Un país con experiencia en asumir a migrantes ajenos

No es la primera vez que Rwanda se ofrece como destino de migrantes rechazados por potencias occidentales. En 2022, firmó un acuerdo con el gobierno del Reino Unido para acoger a solicitantes de asilo deportados del país europeo. El acuerdo fue promocionado como una respuesta 'creativa e innovadora' al problema de la inmigración irregular.

Sin embargo, la llegada al poder del Partido Laborista en el Reino Unido en 2024 hizo colapsar el acuerdo. Las críticas a nivel internacional -y dentro del propio RU- sobre la legalidad, ética y viabilidad del plan pesaron más que las promesas logísticas. Pero eso no detuvo a Rwanda.

Según el gobierno ruandés, el país está dispuesto a continuar su papel como actor diplomático humanitario, siempre que haya compromisos bilaterales firmes que aseguren el bienestar de los migrantes y beneficios económicos para la nación.

¿Refugio o moneda diplomática?

Más allá de la retórica humanitaria, Rwanda sabe que jugar el juego diplomático con países poderosos como EE. UU. o el Reino Unido puede traer ventajas colaterales: financiamiento, visibilidad y relaciones bilaterales fortalecidas. A cambio de recibir cientos de migrantes, el país podría asegurar fondos millonarios para desarrollo social, educación y salud.

La estrategia también sirve como una forma de diversificación diplomática en un contexto donde los retos regionales crecen. Rwanda, actualmente en proceso de firmar un acuerdo de paz con la República Democrática del Congo, ha sido acusado de respaldar a los rebeldes del M23, responsables de múltiples ataques en el este del Congo. Tener un pie en la ayuda migratoria y otro en conflictos fronterizos pone a Kigali en una situación contradictoria.

Como señala el periodista y analista político congolés Jean-Claude Katenda:

“Rwanda juega en todos los frentes: es pacificador, socio cooperante y a la vez parte del problema en la región. Es una ambigüedad peligrosa.”

Estados Unidos y la externalización del problema migratorio

La intención del gobierno estadounidense de buscar acuerdos con terceros países para deportar migrantes no es nueva. Políticas similares se han explorado en México, Guatemala y otros países del sur global, como parte de una estrategia de ‘externalización de fronteras’. El objetivo: mantener lejos de su territorio a solicitantes de asilo mientras se solucionan sus solicitudes o, en el peor caso, se les niega la entrada definitiva.

En ese sentido, Rwanda se presenta como una opción política viable: un país relativamente estable, con experiencia anterior en estos temas y con una administración fuerte y centralizada capaz de implementar acuerdos sin trabas parlamentarias.

Pero no todos en EE. UU. están convencidos. Organizaciones como Human Rights Watch y Amnesty International han criticado fuertemente esta clase de acuerdos, señalando que:

  • Violan el principio de non-refoulement (no devolución) de refugiados.
  • Exponen a los migrantes a violaciones de derechos humanos en países sin pleno respeto al debido proceso.
  • Convierten a seres humanos en monedas de cambio para objetivos políticos.

La otra cara del humanitarismo: el “papamóvil” que será ambulancia

Mientras Rwanda intenta consolidarse como un socio internacional para cuestiones migratorias y diplomáticas, otro actor global —más espiritual— realiza gestos humanitarios concretos. Esta semana, se supo que el Papa Francisco, antes de fallecer el 21 de abril a los 88 años, había donado uno de sus papamóviles para convertirlo en una unidad médica móvil destinada a los niños de Gaza.

Caritas Internationalis, en sus secciones de Jerusalén y Suecia, confirmó que el vehículo será equipado con equipos de diagnóstico, kits de sutura, oxígeno, vacunas y refrigeración para medicación esencial. El gesto, según Anton Asfar, secretario general de Caritas Jerusalén, “representa el amor, cuidado y cercanía del papa con los más vulnerables”.

Este hecho cobra particular relevancia frente a la crisis que sigue enfrentando Gaza, donde más de 15.000 niños han muerto desde el inicio del conflicto en octubre de 2023, según cifras de UNRWA.

Francisco no fue ajeno a esta realidad. Opositor declarado de los “métodos militares excesivos” de Israel, el Papa incluso mantenía una rutina nocturna de llamadas a la única parroquia católica en Gaza, para conocer el estado de las familias atrapadas en los combates.

La misión del papamóvil reconvertido es clara: proveer atención médica primaria cuando se reabra el corredor humanitario. Aún sin fecha concreta de despliegue, el vehículo se suma a los esfuerzos que simbolizan la cara visible de la compasión, en contraste con los juegos de poder que marcan las discusiones migratorias y bélicas en otras partes del mundo.

Entre los discursos y las acciones: ¿quién lidera el nuevo humanismo global?

En un escenario global donde los países del sur buscan redefinir su rol en la política internacional, Rwanda emerge como un actor protagónico en dos historias paralelas: los acuerdos para albergar migrantes y los intentos de pacificación regional con la RDC. Ambas misiones tienen el potencial de consolidar su figura como referente de pragmatismo y diplomacia estratégica.

Del otro lado, el Vaticano —a través de la figura de Francisco— deja un legado que, aunque simbólico, muestra un camino alternativo: el humanismo práctico.

Ambos enfoques reflejan tensiones clave del siglo XXI: ¿Debería el bienestar de migrantes y víctimas ser garantía de negociación política, o debemos pensar soluciones desde la compasión directa? Y si el Estado moderno negocia con vidas humanas, ¿quién audita el resultado?

Las respuestas quizás no sean fáciles. Pero lo que es claro es que Rwanda, Gaza, y actores como Caritas o el desaparecido Francisco seguirán formando parte de una narrativa global donde migración, dignidad humana y política exterior están más entrelazados que nunca.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press