Ciudades rebeldes frente a leyes anti-diversidad: Salt Lake City y Boise ondean la bandera del orgullo
Mientras sus estados prohíben símbolos del orgullo LGBTQ+, estas capitales redibujan sus banderas en señal de resistencia
En un contexto político cargado y polarizado en Estados Unidos, donde la expresión pública de la diversidad sexual enfrenta crecientes restricciones, dos ciudades capitales están defendiendo con orgullo a sus comunidades más vulnerables. Salt Lake City (Utah) y Boise (Idaho) han desafiado directamente las leyes estatales que prohíben la exhibición de banderas del orgullo LGBTQ+ en espacios gubernamentales, mediante la adopción oficial de nuevas banderas municipales que incorporan los colores del arcoíris.
Un acto de desafío creativo
El pasado martes, los concejos municipales de ambas ciudades aprobaron medidas atrevidas pero simbólicamente potentes. En Salt Lake City, se revelaron nuevos diseños de bandera que incorporan la segolily —flor estatal de Utah y símbolo de paz y resistencia— sobre las tradicionales banderas del orgullo LGBTQ+ y trans. Boise, por su parte, fue aún más directa: oficializó la bandera del orgullo como una de sus banderas municipales, junto con una nueva bandera en honor a los donantes de órganos.
Con estas acciones, ambas ciudades buscan eludir o responder creativamente a leyes estatales que buscan eliminar símbolos de expresión política o identitaria distinta a las oficiales. En Boise, la medida fue una respuesta directa a la ley de Idaho —en vigor desde el 3 de abril— que prohíbe la exhibición de cualquier bandera no contemplada en una lista cerrada. En Utah, la prohibición de banderas no autorizadas en edificios gubernamentales comenzó a aplicarse exactamente un día después del anuncio.
¿Neutralidad política o censura identitaria?
Los impulsores de estas leyes, mayoritariamente legisladores republicanos, argumentan que están destinadas a proteger la neutralidad política de los espacios públicos. Según sus defensores, permitir la muestra de símbolos como las banderas del orgullo LGBTQ+ podría interpretarse como una toma de posición por parte de instituciones que deben representar a toda la ciudadanía.
“Este proyecto de ley trata de mantener los espacios gubernamentales neutrales y acogedores para todos”, declaró Mike Schultz, presidente republicano de la Cámara de Representantes de Utah. “Salt Lake City debería enfocarse en problemas reales, no en espectáculos políticos”.
No obstante, numerosos críticos argumentan que esta narrativa de “neutralidad” esconde en realidad una voluntad de reprimir formas específicas de expresión cultural y política, particularmente aquellas vinculadas con derechos LGBTQ+. La congresista demócrata Meredith Stead, durante el debate en el consejo de Boise, fue enfática al señalar:
“Quitar una bandera que ha ondeado orgullosamente durante años no sería un acto neutral. Sería una retirada de valores que hemos sostenido durante mucho tiempo, y enviaría un mensaje desalentador a quienes han encontrado afirmación y pertenencia a través de su presencia en el ayuntamiento.”
Tradición vs. progreso: Una vieja batalla en una nueva era
La batalla por los símbolos no es nueva en Estados Unidos. Desde las luchas por los derechos civiles en los años 60, pasando por los debates sobre estatuas confederadas en la década pasada, hasta la actual controversia por la visibilidad de la comunidad LGBTQ+, los conflictos culturales han ocupado una parte central de la política nacional.
La diferencia ahora es que asistimos a un nuevo tipo de oposición: gobiernos locales, incluso en estados conservadores, adoptan acciones decididas que se enfrentan directamente con las legislaturas estatales. Este fenómeno, que podríamos describir como una nueva forma de resistencia creativa institucional, tiene como objetivo defender valores de inclusión, aun a riesgo de enfrentar consecuencias legales o políticas.
Boise y el uso simbólico del municipalismo
En Boise, la alcaldesa Lauren McLean no solo rechazó bajar la bandera del orgullo una vez implementada la ley estatal. Fue más allá: emitió una proclamación retroactiva que convierte la bandera en un emblema oficial de la ciudad. Esta movida, aunque cuestionable legalmente, fue diseñada estratégicamente para que la ciudad quedara en “cumplimiento legal”, según explicó, permitiéndole seguir izando la bandera junto al pabellón azul tradicional con el edificio del Capitolio y el eslogan “City of Trees”.
El concejo municipal respaldó su decisión con una votación de cinco a uno a favor. Durante la sesión, en la que algunos integrantes del público exhibían banderas del orgullo y otros solo la bandera estadounidense, se produjeron momentos tensos que obligaron a declarar un receso.
Salt Lake City y la reinvención de sus símbolos
Mientras tanto, en Utah, el conflicto no ha sido menor. La ley estatal, firmada tácitamente por el gobernador republicano Spencer Cox (quien dijo que era demasiado restrictiva pero no la vetó), permite multar con $500 diarios a cualquier edificio gubernamental que exhiba una bandera no autorizada.
Salt Lake City decidió reinterpretar la bandera permitida —la de la ciudad— incorporando a ella elementos del orgullo LGBTQ+ y trans. De esta manera, el concejo buscó mantener el cumplimiento normativo sin abandonar el mensaje de inclusión. El portavoz de la alcaldesa Erin Mendenhall fue claro en el enfoque:
“Nuestra intención no es provocar ni causar división. Se trata de representar los valores de la ciudad y honrar a nuestros residentes diversos que han soportado un legado de dolor y progreso.”
El diseño incluye una flor de segolily integrada dentro de las franjas del arcoíris y los colores trans (azul, rosa y blanco), representando simultáneamente la identidad local y la diversidad humana.
¿Qué está en juego?
Esta controversia va mucho más allá de simples decisiones estéticas o administrativas. Está en juego el derecho a la expresión cultural en espacios públicos, la autonomía de los gobiernos locales frente al poder estatal y, por supuesto, la lucha por la dignidad de comunidades históricamente marginadas.
Desde 2022, más de una docena de estados legislaron o están considerando legislaciones similares que limitan la visibilidad de temas LGBTQ+ en edificios escolares o gubernamentales. Según la ACLU, estos esfuerzos forman parte de un patrón nacional más amplio de restricción de derechos y expresiones relacionadas con cuestiones de género, sexualidad y raza.
En ese sentido, las decisiones de Salt Lake City y Boise representan un contraataque político con tintes morales. Un reflejo de cómo, incluso bajo contextos de adversidad, la política local puede convertirse en trincheras de resistencia para los derechos civiles modernos.
¿Una revuelta legislativa silenciosa?
No se trata solo de símbolos. Esta disputa revela el fortalecimiento de una corriente política dentro del municipalismo estadounidense que busca proteger, desde lo local, derechos que el poder estatal intenta limitar. Aunque algunas de estas medidas serán seguramente impugnadas en los tribunales, están sentando precedentes importantes, tanto legales como sociales.
Lo que antes se consideraba una defensa de valores era muchas veces una actitud pasiva. Hoy, sin embargo, los municipios están legislando de forma proactiva para blindar esos valores. ¿Estamos frente a una revuelta legal silenciosa desde abajo?
La respuesta ciudadana: entre el aplauso y la resistencia
La respuesta pública ha sido mixta. Mientras miembros de la comunidad LGBTQ+, activistas y ciudadanos celebran estas medidas como tecnologías legislativas contra la exclusión, sectores conservadores acusan a los gobiernos locales de “provocar innecesariamente” y politizar excesivamente los espacios comunes.
En redes sociales y medios locales, las opiniones se han polarizado. Desde mensajes como “Gracias, Salt Lake City, por recordarnos que aún hay lugares donde todos podemos ser visibles” hasta otros que afirman que “el gobierno no debe tomar partido en guerras culturales”.
Pero los datos sociales revelan una tendencia incontrastable: el apoyo a los derechos LGBTQ+ es cada vez mayor en la ciudadanía estadounidense, incluso en estados conservadores. Según una encuesta de Gallup (2023), el 71% de los estadounidenses apoya el matrimonio igualitario, y más del 60% considera que las personas trans deberían recibir las mismas protecciones legales que cualquier otro ciudadano.
El poder simbólico de una bandera
Una bandera puede ser más que tela. Puede ser historia, protesta, promesa… y, sobre todo, pertenencia. Para comunidades que históricamente han sido invisibilizadas, la visibilidad no es solo estética, es política. Boise y Salt Lake City lo entendieron: sus banderas no solo ondean en edificios, también ondean en la conciencia de quienes ansían un país más plural y respetuoso de la diferencia.
Y mientras tanto, aunque los gobernadores y legisladores estatales redoblan sus esfuerzos por controlar los símbolos, las ciudades —con creatividad, valentía y principios democráticos— siguen buscando mecanismos para no ceder en la defensa de sus valores fundamentales.
Como Meredith Stead dijo: “No es neutral quitar una bandera que ha sido hogar”.