El fin de Energy Star: ¿una eliminación que costará caro al medio ambiente y al bolsillo?
El plan de la EPA para eliminar el programa Energy Star pone en juego décadas de ahorro energético y protección ambiental. ¿A quién beneficia realmente esta decisión?
Energy Star: un programa que marcó una era
Desde su lanzamiento en 1992, el programa Energy Star de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (Environmental Protection Agency o EPA) ha sido un pilar de la eficiencia energética en hogares y empresas a lo largo del país. Más que una simple etiqueta, Energy Star se convirtió en un referente confiable para los consumidores al momento de elegir productos electrónicos y electrodomésticos eficientes.
Según datos oficiales del programa, desde su creación ha permitido:
- Ahorrar más de $500 mil millones de dólares en costos de energía al consumidor.
- Evitar la emisión de aproximadamente 4,000 millones de toneladas métricas de gases de efecto invernadero.
- Reducir significativamente la contaminación del aire asociada a la generación eléctrica, incluyendo dióxido de carbono, bióxido de azufre, óxidos de nitrógeno y partículas finas.
El impacto ha sido tanto económico como ambiental. Por ello, el reciente plan del gobierno de Donald Trump para eliminar las oficinas encargadas de Energy Star ha encendido las alarmas entre ambientalistas, defensores del consumidor y empresas comprometidas con la innovación energética.
Una decisión política con consecuencias medioambientales
La reorganización dentro de la EPA —que incluye la desaparición del programa Energy Star— es parte de un esfuerzo más amplio por desmantelar políticas ambientales establecidas durante administraciones anteriores. De acuerdo con documentos internos citados por CNN en un reportaje reciente, esta reestructuración eliminaría partes enteras del programa de Protección Atmosférica de la EPA.
El portal del programa afirma que el uso de productos certificados por Energy Star puede ahorrar alrededor de $450 anuales por hogar en consumo eléctrico, gracias a electrodomésticos como refrigeradores, lavavajillas, aires acondicionados y televisores que cumplen con sus estrictos estándares de eficiencia.
La EPA, sin confirmar categóricamente la eliminación, defendió la reorganización como una forma de "impulsar el renacer estadounidense", usando lenguaje propio de la narrativa de la administración Trump para justificar políticas regresivas en materia de sostenibilidad.
¿Qué perderemos si desaparece Energy Star?
Francis Dietz, vocero de la Air-Conditioning, Heating, and Refrigeration Institute, destacó uno de los puntos clave del programa: la confianza del consumidor.
“La gente lo reconoce de inmediato. Si ven un producto Energy Star, piensan: ‘Ah, este es el bueno’”, afirmó Dietz.
Por su parte, Steven Nadel, director ejecutivo del American Council for an Energy-Efficient Economy, señaló que el programa era uno de los pocos con respaldo bipartidista. A medida que más productos cumplían con los requisitos, Energy Star aumentaba sus estándares, incentivando la innovación tecnológica sin imponer cargas regulatorias innecesarias.
Eliminarlo podría tener múltiples consecuencias:
- Menor información confiable para consumidores sobre eficiencia energética.
- Reducción en la competencia entre empresas por lograr productos más sostenibles.
- Mayor gasto energético por parte de los usuarios.
- Incremento en emisiones de gases contaminantes por mayor consumo eléctrico.
Una visión empresarial también crítica
La Asociación de Fabricantes de Electrodomésticos incluso se mostró partidaria de mantener el programa, aunque con cierta reorganización y traslado de responsabilidades al Departamento de Energía (DOE). Su portavoz, Jill Notini, aseguró que ello permitiría conservar la amplitud del catálogo de productos sin imponer cargas regulatorias inflexibles a las empresas.
No obstante, esta visión pragmática contrasta con la narrativa dominante del gobierno de Trump, quien en múltiples ocasiones ha calificado programas como Energy Star como un “exceso de poder gubernamental” que atenta contra el libre mercado.
La propuesta más extrema: la eliminación completa del Programa de Protección Atmosférica, bajo el argumento de que impone regulaciones radicales en materia de cambio climático. En su lógica, eliminar programas de eficiencia energética es liberador.
El riesgo de retroceder: más dependencia y contaminación
Sarah Gleeson, investigadora de soluciones climáticas en la organización Project Drawdown, alertó sobre el peligro de eliminar Energy Star en un contexto donde la eficiencia energética debería ser una prioridad estratégica para la independencia energética de EE.UU.
“Perder Energy Star pone en peligro no solo la salud ambiental, sino también la capacidad del país para cubrir su demanda energética sin depender tanto de combustibles fósiles”, aseguró Gleeson.
Datos de la Administración de Información Energética (EIA) muestran que el consumo residencial representa aproximadamente el 21% del consumo total de energía en EE.UU. Si la eficiencia baja, ese porcentaje puede aumentar, generando mayor presión sobre redes eléctricas, infraestructura fósil y políticas de importación de recursos.
Una decisión que va en contra de la salud pública
Más allá del cambio climático y el ahorro económico, el programa Energy Star también ha tenido implicaciones claras en salud pública. Reducir el uso energético impacta directamente en la disminución de partículas contaminantes —como el material particulado de menos de 2.5 micras, NOx y SO2— que están relacionadas con enfermedades respiratorias y cardíacas.
La EPA misma ha publicado estudios en años anteriores que muestran cómo la adopción de políticas de eficiencia energética puede disminuir hospitalizaciones, ataques al corazón y episodios de asma.
“Menor eficiencia significa más consumo. Más consumo significa mayor producción de energía, y eso implica más contaminación”, afirmó Xavier Boatright del Sierra Club.
“Eliminar Energy Star es como dejar de usar cinturones de seguridad solo porque son una molestia: sí, puedes hacerlo, pero el costo de las consecuencias es altísimo”.
El discurso de la "libertad de consumo" y sus trampas
Trump ha insistido muchas veces en que estándares de eficiencia limitan la elección del consumidor, introducen productos menos efectivos y elevan los precios. Usó estos argumentos para revertir regulaciones sobre el flujo de agua en duchas y lavavajillas, entre otras cosas.
Pero organizaciones como el Rocky Mountain Institute han desmentido esas afirmaciones: las tecnologías eficientes suelen costar lo mismo o menos a largo plazo, son igualmente funcionales y además ayudan a reducir gastos mensuales.
La etiqueta Energy Star es además voluntaria. No impone prohibiciones, sino ofrece una guía reconocida que ha ganado la confianza del público por más de 30 años.
Una ideología por encima del bienestar común
Esta iniciativa encaja perfectamente con el enfoque general de desregulación ambiental promovido por la administración Trump, que incluyó medidas como:
- Retiro del Acuerdo de París sobre el clima (aunque luego EE.UU. se reincorporó bajo Biden).
- Derogación del Plan de Energía Limpia de la época Obama.
- Incentivos al uso de carbón e industrias extractivas.
Todo bajo la lógica de que reducir regulaciones impulsa el crecimiento económico. Pero, ¿qué tipo de crecimiento y a qué costo?
Las consecuencias no solo afectarán a las futuras generaciones. El impacto en la salud pública, el gasto energético y las emisiones de gases de efecto invernadero son inmediatos. Empresas responsables verán reducidos sus incentivos para innovar. Usuarios quedarán sin información clara para decisiones cotidianas.
Y en un contexto de crisis climática y energética, eso puede ser devastador.
Una etiqueta que vale más de lo que parece
Energy Star ha sido desde hace décadas mucho más que una insignia en una caja. Es un símbolo de responsabilidad promovida sin coerción, con base en la innovación, el ahorro, la información y la sostenibilidad.
Eliminarlo sería, en palabras de muchos expertos, un verdadero retroceso civilizatorio.
En tiempos donde la crisis climática exige más acción —no menos—, la eliminación de un programa como Energy Star no puede verse como una simple reestructuración administrativa. Es un ataque frontal a la eficiencia, la transparencia y el derecho del consumidor a saber y elegir con responsabilidad.
Quizás por eso la pregunta ya no es si Energy Star sobrevivirá, sino: ¿cuánto costará perderlo?