El nombre del Golfo: una nueva batalla simbólica y geopolítica de Trump
El intento de renombrar el Golfo Pérsico como 'Golfo Arábigo' abre una nueva controversia regional con implicaciones históricas, diplomáticas y culturales
Un gesto simbólico con enormes implicaciones diplomáticas
En una nueva maniobra cargada de simbolismo político e impulsada por consideraciones geoestratégicas, el expresidente Donald Trump anunció que está considerando cambiar la nomenclatura oficial utilizada por el gobierno de EE.UU. para referirse al cuerpo de agua regionalmente conocido como el Golfo Pérsico, a favor de la denominación "Golfo Arábigo" o "Golfo de Arabia".
Durante una rueda de prensa en la Casa Blanca, Trump afirmó que quiere tomar una decisión al respecto durante su visita a Arabia Saudita, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos, países que durante mucho tiempo han abogado por el uso del término alternativo por razones de identidad regional e influencia.
“No quiero herir los sentimientos de nadie”, dijo Trump. Pero como ha sucedido otras veces durante su mandato, el intento de contentar a sus aliados árabes generó una ola de críticas, esta vez provenientes de Irán y de otros sectores académicos y diplomáticos de diversas orientaciones.
Una historia de siglos grabada en mapas y tratados
El nombre ‘Golfo Pérsico’ tiene más de 2,000 años de uso documentado. Desde Heródoto en el siglo V a.C. hasta mapas europeos de los siglos XVII y XVIII, pasando por las crónicas islámicas medievales, esta denominación ha sido la norma tanto en Oriente como en Occidente.
En 1958, la Organización de las Naciones Unidas reconoció oficialmente el nombre ‘Persian Gulf’ en una resolución que respaldaba su uso en todos los documentos y mapas oficiales de la ONU. Incluso hoy, la mayoría de atlas académicos y mapas digitales como Apple Maps conservan esta denominación. Google Maps, en cambio, ha ofrecido ambas versiones: "Persian Gulf (Arabian Gulf)", intentando balancear sensibilidades geográficas y políticas.
Las reacciones de Irán: unidad insólita entre opuestos
Las declaraciones de Trump provocaron una reacción inmediata de figuras políticas iraníes de todos los espectros. Tanto representantes del gobierno islámico actual como Reza Pahlavi, el hijo del último Shah de Irán y opositor declarado del régimen clerical, coincidieron en denunciar el intento de cambiar el nombre del golfo como una afrenta a la identidad y soberanía cultural iraní.
El ministro de Relaciones Exteriores de Irán, Abbas Araghchi, advirtió que cualquier intento por parte de EE. UU. de oficializar el cambio de nombre representaría una "intención hostil" hacia el pueblo iraní:
“Cualquier intento políticamente motivado de alterar el nombre históricamente establecido del Golfo Pérsico es una declaración de hostilidad hacia Irán y su gente. Sólo provocará la ira de todos los iraníes, sean oficialistas o no.”
¿Por qué importa tanto un nombre?
Esta controversia no es un simple capricho semántico. En geopolítica, los nombres importan porque son portadores de identidad, historia y legitimidad. Nombrar un espacio geográfico implica una forma de reclamo, directa o indirectamente.
Arabia Saudita y sus aliados del Golfo han promovido el término "Golfo Arábigo" como parte de una estrategia geopolítica para minimizar la influencia regional iraní y proyectar una narrativa panarabista. Irán, por su parte, ve el uso del término correcto como un derecho histórico nacional irrenunciable.
Trump y su agenda personal: alinearse con aliados del Golfo
Durante su presidencia, Trump mostró una preferencia clara por estrechar lazos comerciales y militares con Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, firmando acuerdos de armamento por decenas de miles de millones de dólares. Recordemos que fue en Riad donde Trump realizó su primer viaje internacional como presidente, en el 2017.
Este intento de renombrar el Golfo también debe leerse como un guiño a estos aliados, en especial a la dinastía saudí, con la que ha mantenido vínculos personales y comerciales. En contraste, su administración rompió con el tradicional equilibrio diplomático de EE.UU. en Medio Oriente al retirar a EE.UU. del acuerdo nuclear con Irán y aplicar una dura política de sanciones.
El precedente del “Golfo de América”
Este no es el primer intento de redefinir nombres geográficos por parte de Trump. En meses anteriores, propuso que el Golfo de México pasara a llamarse “Gulf of America”, una idea que fue ridiculizada tanto por expertos como por autoridades mexicanas.
En sus palabras en la Oficina Oval, Trump sostuvo que “mucha gente saca ideas de nosotros”, dándole un cariz casi de “soft power” a su iniciativa. Pero ese tipo de decisiones unilaterales pueden tener efectos contraproducentes en la diplomacia y la imagen internacional del país.
El poder simbólico de los mapas y el rol de las plataformas tecnológicas
Las plataformas digitales como Google y Apple se ven en medio de esta disputa. En 2012, Irán amenazó con demandar a Google por omitir deliberadamente el nombre del Golfo en sus mapas. Estas empresas tecnológicas, aunque son privadas, tienen un peso enorme en la percepción global de los nombres geográficos.
Si Trump promulga de manera oficial el término ‘Gulf of Arabia’ en documentos e instituciones federales, es posible que aumente la presión sobre estas empresas, generando un nuevo frente de discusión sobre la neutralidad cartográfica digital.
¿Qué podría ocurrir si el cambio se formaliza?
- Diplomáticamente: Un deterioro aún mayor en las relaciones entre EE.UU. e Irán, ya tensas por el tema nuclear y las sanciones.
- Académicamente: Un desafío para las universidades y organismos internacionales que basan su trabajo en nomenclaturas reconocidas.
- Comercialmente: Confusión en el transporte marítimo y en mercancías del sector energético (recordemos que esta zona es clave en la exportación de petróleo).
- Socialmente: Aumento del sentimiento antiamericano en sectores de Irán y otras regiones que ven este cambio como un acto de arrogancia cultural.
La imposibilidad legal e histórica del cambio
Trump puede firmar órdenes ejecutivas para cambiar el nombre de uso interno, pero no podrá forzar al resto del mundo a adoptar esa nomenclatura. Las decisiones cartográficas en tratados internacionales se rigen por normas y consensos multilaterales, no por dictados presidenciales.
Además, la comunidad de historiadores y geógrafos ha reaccionado en bloque. En una carta abierta, varios académicos estadounidenses y europeos recordaron que “los intentos de revisar la historia a través de modificar topónimos son peligrosos, y socavan la credibilidad de quien los impulsa”.
Geopolítica del lenguaje: ¿quién tiene el poder de nombrar?
En última instancia, esta disputa no es sólo cartográfica. Es una manifestación de la geopolítica del lenguaje, de cómo los imperios, las potencias actuales y emergentes, disputan narrativas desde las palabras que usamos para nombrar el mundo.
Trump, alineándose con una región históricamente rival de Irán, escoge un bando no solo diplomáticamente, sino también culturalmente. Pero al hacerlo, ignora cientos de años de consenso y el derecho de los pueblos a preservar sus símbolos y denominaciones.
La etiqueta “Persian Gulf” es más que un título en un mapa: es una parte del patrimonio cultural de una civilización milenaria. Alterarlo desde una narrativa de poder unilateral sólo puede generar más división y resentimiento, no solo en Medio Oriente, sino en el orden multilateral que sostiene cada día más grietas.
Como dijo una vez el geógrafo británico John Agnew:
“Los mapas no sólo nos dicen dónde estamos. Nos dicen quiénes somos y qué creemos.”