Escuelas en riesgo: La lucha por el futuro educativo de niños palestinos en Jerusalén Este
El cierre inminente de escuelas de la UNRWA amenaza el acceso a la educación de cientos de estudiantes en el campamento de Shuafat
Un golpe devastador a la educación en Jerusalén Este
Las recientes órdenes de cierre impuestas por el gobierno israelí a las escuelas de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina (UNRWA) en Jerusalén Este, han generado una oleada de preocupación entre padres, docentes y defensores de la educación. Estas instituciones, que han sido pilares fundamentales para la educación de jóvenes palestinos desde hace décadas, enfrentan ahora lo que muchos ven como una ofensiva política más amplia contra la población palestina residente en la zona.
El caso de Laith: sueños entre muros y gases lacrimógenos
Ahmad Shweikeh, un trabajador de la construcción de 38 años, observa a su hijo de 9 años, Laith, escribir cuidadosamente en su pupitre. Laith ha demostrado ser uno de los mejores alumnos de su clase y su padre sueña con verlo convertirse en cirujano. Sin embargo, ese sueño se tambalea ante la posibilidad de que su escuela, ubicada en el campamento de refugiados de Shuafat, sea cerrada en cuestión de días.
“Solo quiero que siga estudiando en un ambiente seguro”, confiesa Ahmad. “No quiero que mi hijo pase cada mañana por un puesto de control militar o se enfrente a una policía armada mientras juega en el recreo”.
El papel crucial de la UNRWA
Las escuelas gestionadas por la UNRWA han sido históricamente un refugio para miles de niños palestinos. Fundada en 1949 tras el conflicto árabe-israelí, la agencia fue la respuesta de la comunidad internacional al masivo desplazamiento palestino resultante de la creación del Estado de Israel.
En Jerusalén Este, donde Israel mantiene un férreo control desde su anexión en 1967, estas escuelas ofrecen algo más que educación: brindan estructura, esperanza y normalidad en una realidad profundamente marcada por la ocupación, los desalojos forzados y la represión policial.
Actualmente, cerca de 800 estudiantes, desde primero hasta noveno grado, asisten a las escuelas de la UNRWA en la zona. La amenaza de cierre no solo afectaría su aprendizaje, sino también su estabilidad emocional, cultural y social.
Pretextos administrativos, consecuencias humanas
Según el Ministerio de Educación de Israel, la decisión se basa en que las escuelas operan sin licencia. No obstante, activistas y padres interpretan estas acciones como parte de una campaña sistemática para desmantelar la presencia institucional de la UNRWA en Jerusalén.
“Esta excusa administrativa es solo una cortina de humo. Es un paso más hacia la despalestinización de Jerusalén Este”, asegura Fahed Qatousa, subdirector de la Escuela de Niños de Shuafat.
Las consecuencias podrían ser desastrosas. Muchos estudiantes provienen de familias con identificaciones en Cisjordania, lo que les impediría legalmente cruzar el muro de separación que divide a Shuafat del resto de Jerusalén. La reubicación prometida por Israel no será viable para todos.
Educación entre gases y represalias
El pasado 29 de abril, mientras los alumnos jugaban en el patio de la UNRWA, la policía israelí lanzó gas lacrimógeno en las inmediaciones del colegio. Las imágenes muestran a estudiantes corriendo aterrados, tosiendo y llorando, mientras las profesoras trataban de mantener la calma y asegurar su bienestar.
“Nos cerramos en las aulas, cerramos ventanas y puertas. Porque esta es su escuela, y debería ser un lugar seguro para ellos”, relató la maestra Duaa Zourba, con más de 20 años de experiencia en la institución.
Críticas contra los contenidos y acusaciones mutuas
Israel ha sostenido que los libros de texto utilizados en las escuelas de la UNRWA incitan al odio y contienen propuestas antisemitas. Sin embargo, una revisión interna llevada a cabo por la agencia concluyó que menos del 4% de las páginas revisadas presentaban “cuestiones preocupantes respecto a los valores y directrices de la ONU”.
Además, un panel independiente recomendó a la agencia reforzar su política de "tolerancia cero" frente a discursos que promuevan odio en su currículum. Las recomendaciones están siendo implementadas gradualmente, pero no han impedido la ofensiva israelí.
Educación como acto de resistencia
Docentes, estudiantes y padres se han unido para resistir los ataques y mantener su derecho a la educación vivo. “Todavía planeo realizar los exámenes de fin de curso a finales de mayo”, afirma la maestra Zourba, determinada a seguir enseñando mientras haya alumnos en su aula.
El aprendizaje en Shuafat no es solo académico, sino también simbólico. En palabras del escritor palestino Ghassan Kanafani: “La educación es la herramienta más poderosa contra la ocupación” — una cita que resuena profundamente en las aulas de estas escuelas amenazadas.
Problemas mayores: el acceso físico al aula
Uno de los elementos críticos es el muro de separación que Israel comenzó a construir en 2002. Este muro no solo altera el paisaje urbano, sino que fragmenta comunidades y dificulta aún más el desplazamiento diario a centros educativos. Para decenas de alumnos con documentación emitida por Cisjordania, los cierres significan quedar desconectados por completo del sistema escolar.
“Al menos 100 de nuestros niños no podrán pasar legalmente al otro lado del muro”, advierte Qatousa. Pasar por los controles implica un tiempo incierto, riesgos de detención y una erosión constante del tejido social y emocional del estudiante.
¿Qué propone Israel?
El Ministerio de Educación israelí ha prometido que los niños serán integrados en otras escuelas administradas por el Estado en Jerusalén. Pero esas escuelas ya se encuentran saturadas y muchos docentes locales dudan de la calidad culturalmente apropiada para los estudiantes palestinos.
Además, múltiples reportes apuntan a una falta de currículos bilingües y de sensibilidad respecto a la identidad árabe-palestina. Al perder estas instituciones, también se pierde la lengua, la narrativa y la contextualización que permite a los niños palestinos entender su lugar en el mundo.
Una lucha por la memoria, la identidad y el conocimiento
Para muchos, el cierre de las escuelas de la UNRWA en Jerusalén Este representa una pérdida de comunidad. Son lugares cargados de memorias, donde generaciones han aprendido no solo fórmulas matemáticas o historia, sino también resiliencia, dignidad y orgullo cultural.
“Los profesores lloraron cuando llegó la orden de cierre”, cuenta Zourba. “Este colegio es nuestra vida. ¿Cómo van a decirnos que simplemente lo abandonemos?”.
¿La comunidad internacional responderá?
La clausura de escuelas sostenidas por la ONU en Jerusalén ha encendido las alarmas dentro de organismos multilaterales. El futuro de la UNRWA está siendo debatido con intensidad desde que se emitieron acusaciones contra algunos de sus trabajadores en Gaza, vinculándolos con ataques del grupo Hamas. No obstante, ninguna investigación ha encontrado pruebas que justifiquen la penalización masiva al conjunto de la agencia.
La educación de más de medio millón de estudiantes en toda la región —incluyendo Gaza, Cisjordania, Líbano, Siria y Jordania— depende directa o indirectamente de los servicios de la UNRWA. Si el cierre de escuelas continúa expandiéndose, los efectos podrían ser catastróficos para generaciones enteras.
Imágenes que duelen
Las imágenes de estudiantes tosiendo por el gas lacrimógeno mientras juegan en su recreo son una prueba tangible del entorno hostil en el que se desarrolla la infancia palestina. Escuelas que deberían ser santuarios, convertidas en campos de batalla por decisiones políticas sin consideración humanitaria.
El derecho a aprender
La educación es un derecho universal. Está consagrado en la Convención sobre los Derechos del Niño, firmada por Israel en 1991. Ignorar, limitar o destruir las instituciones educativas que sostienen a las poblaciones más vulnerables no solo contraviene tratados internacionales, sino que daña irreparablemente el tejido de la convivencia.
Laith quiere ser cirujano. Como cualquier niño, tiene derecho a soñar. Pero bajo ocupación, los sueños requieren más que esfuerzo: necesitan protección política, respaldo institucional y, sobre todo, voluntad internacional para no permitir que la educación misma se convierta en un frente de guerra.