¿'Golfo de América'? Política, identidad y símbolos en la era del trumpismo

La propuesta republicana de renombrar el Golfo de México evidencia cómo los símbolos geográficos se transforman en armas ideológicas

Un nuevo frente político: ¿Golfo de México o Golfo de América?

En una movida legislativa que ha generado sorpresa, burlas e indignación, la Cámara de Representantes de EE. UU., liderada por los republicanos, aprobó recientemente un proyecto de ley para cambiar oficialmente el nombre del Golfo de México por el de Golfo de América. Esta decisión, que fue aprobada con una votación de 211 contra 206, responde a una proclamación previa del expresidente Donald Trump, que desde su primer día en el cargo promovió el cambio como un acto de "orgullo nacional".

Más allá del absurdo aparente, esta iniciativa revela la manera en que las identidades nacionales, los símbolos geográficos y los discursos de poder se utilizan como instrumentos de branding político. Analicemos por qué esta decisión va mucho más allá de un simple cambio de nombre.

¿Un acto simbólico o una distracción política?

Desde las bancadas demócratas, la decisión fue criticada como una pérdida de tiempo legislativa. La congresista Mary Gay Scanlon (D-Pa.) declaró: “Es fácil burlarse de esta legislación porque es tan absurda y embarazosa —y lo hemos hecho—. Pero su mera existencia y el hecho de que los republicanos de la Cámara hayan decidido dedicar tiempo y dinero del contribuyente a debatirla es digno de análisis”.

Por su parte, el líder demócrata Hakeem Jeffries tildó la medida como una “pieza de legislación servil y mezquina”.

La propuesta surgió de Marjorie Taylor Greene, congresista por Georgia y aliada del trumpismo más radical, quien afirmó que el renombramiento “es una de las cosas más importantes que puede hacer este Congreso” y que representa “una promoción del orgullo en nuestro país”.

El problema no es el nombre, es el mensaje

Este intento de rebautizar el Golfo no es novedoso en la historia de la política estadounidense. Las guerras simbólicas sobre el lenguaje, los monumentos o los topónimos forman parte de una batalla cultural constante. Sin embargo, en este caso, lo que se disputa es una recodificación nacionalista desde la narrativa trumpista: Estados Unidos como dueño legítimo de las geografías que explota económicamente.

La congresista republicana Virginia Foxx defendió la iniciativa afirmando que “el nombre original proviene de un periodo donde la influencia española dominaba, pero ahora es EE. UU. quien ostenta el poder económico, comercial y cultural del Golfo”.

Antecedentes históricos: ¿Es tan fácil renombrar un mar?

El Golfo de México ha conservado ese nombre por más de 400 años, desde al menos el siglo XVI, cuando exploradores españoles lo documentaron formalmente en mapas imperiales. Es una designación aceptada por organismos internacionales de cartografía y política marítima.

Si bien Estados Unidos puede modificar sus propios documentos oficiales, no tiene autoridad para imponer el cambio a otros países o a organismos multilaterales. México, por obvias razones históricas, culturales y geográficas, no reconocerá dicha modificación.

El cambio sería entonces cosmético y aplicable solo a papeles gubernamentales estadounidenses. Como señala The Atlantic, se trata de una iniciativa que proyecta fuerza unilateral, pero que en realidad revela impotencia diplomática y miopía cultural.

El papel del nacionalismo simbólico en la era Trump

Desde 2016 hasta hoy, el trumpismo ha elevado el uso de símbolos nacionales a nivel de política de Estado. Desde la estética de las gorras rojas MAGA, hasta propuestas como comprar Groenlandia y renombrarla “Red, White and Blueland”, lo simbólico ha sido central en su estrategia para consolidar una identidad nacionalista y excluyente entre su base electoral.

Esto conecta con un fenómeno global, donde líderes populistas tienden a redefinir los símbolos públicos como forma de consolidar lo que Jan-Werner Müller llamaría “la única voz auténtica del pueblo”. En esa lógica, cambiar el nombre al Golfo no es un absurdo, sino una forma de declarar dominancia simbólica sobre territorios que conjugan riqueza natural, poder geopolítico y memoria colonial.

Más allá del agua: tensiones con México y Latinoamérica

La propuesta no sólo tiene dimensiones simbólicas internas. Renombrar el Golfo también envía un mensaje diplomático de desdén hacia México y América Latina. Como si no bastaran las tensiones por migración, comercio o cultura, ahora se suma un gesto profundamente ofensivo: apropiarse nominalmente de un espacio compartido y borrarlo de los mapas. Literalmente.

El gobierno mexicano no ha emitido un pronunciamiento oficial, pero desde sectores académicos y sociales la reacción ha sido de rechazo e incredulidad. El historiador Lorenzo Meyer señaló en una charla en El Colegio de México que “este intento de renombrar el Golfo es una versión geográfica de construir el muro; es otro gesto para marcar supremacía y desdén hacia nuestros vínculos históricos”.

¿Y los verdaderos problemas?

Tanto en el Congreso como en la calle, muchos ciudadanos estadounidenses se preguntan: ¿esto es lo prioritario? Mientras la inflación, el acceso a la salud y la seguridad afectan la vida diaria, el legislativo dedica tiempo a una ocurrencia sin impacto práctico alguno.

El congresista George Latimer (D-NY) fue tajante: “En vez de rebautizar masas de agua, deberíamos estar legislando para bajar los costos de vida. Nadie está reclamando un nuevo nombre para una bahía. La gente quiere comida más barata”.

Trumpismo y control del lenguaje

El fenómeno no es nuevo, ni exclusivo de Trump. George Orwell ya advertía en 1984 que quien domina el lenguaje, domina el pensamiento. De este modo, cada campus universitario, bandera o nombre de un lugar se convierte en frente de batalla.

Desde esa perspectiva, el cambio de “Golfo de México” a “Golfo de América” es un intento por no solo establecer hegemonía simbólica, sino también por reprogramar el discurso público. Y como sucede a menudo, el desvío narrativo acaba ocultando las verdaderas urgencias: la migración irregular, la contaminación del Golfo, la justicia racial o el desmantelamiento de derechos reproductivos.

Gigantesca ironía: de errores migratorios a errores simbólicos

Mientras esto ocurre, la administración también enfrenta críticas por la deportación errónea de Kilmar Abrego García, un inmigrante que fue expulsado del país a El Salvador basándose en señalamientos no comprobados de miembros de pandillas. Su caso ha generado escándalo, dado que su expulsión fue una violación directa a órdenes judiciales.

Paradójicamente, mientras el Congreso busca eliminar cualquier rastro de nombre “mexicano” de los mapas, comete errores graves en materia migratoria, mostrando un doble estándar entre simbolismo patriótico y derechos humanos concretos.

Esta desconexión entre los discursos de “grandeza nacional” y las prácticas institucionales reales es una característica clave del autoritarismo banal, donde decisiones superficiales se disfrazan de políticas estratégicas para el aplauso de las bases, mientras se castiga el disenso, incluso de instituciones como la prensa.

Un nombre no borra la historia

Finalmente, cambiar un nombre no cambia los hechos históricos, culturales ni políticos. El Golfo seguirá llamándose de México para México y gran parte del mundo. Pero el gesto revela el rumbo que parte del liderazgo republicano actual desea imprimir a sus políticas.

Como dijo el historiador mexicano Enrique Krauze: “Los topónimos no son decorativos; su historia está escrita con sangre, sudor y palabras. Borrarlos es un acto de agresión cultural”.

¿Qué sigue?

Aún no se sabe si el Senado, controlado por el Partido Demócrata, aprobará esta ley. Muy probablemente no, lo cual terminará archivando el proyecto. No obstante, el daño ya está hecho en cuanto al campo simbólico: se ha abierto una nueva grieta cultural, instrumentalizada políticamente para reavivar un identitarismo nacionalista basado en fronteras, exclusión y revisionismo geográfico.

Sea o no adoptado oficialmente, el llamado “Golfo de América” es hoy una idea, un eslogan, que ocupará espacio en el imaginario colectivo del trumpismo y de quienes ven en los símbolos una herramienta para reconfigurar la narrativa de lo que significa ser “americano”.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press