Kashmir en llamas: Entre la artillería, el miedo y la manipulación de dos potencias nucleares

Mientras India y Pakistán intercambian bombardeos y culpas, los civiles kashmiríes se convierten en víctimas silenciosas de una lucha sin fin

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Por décadas, la región de Cachemira ha sido el epicentro de una disputa entre dos potencias nucleares: India y Pakistán. Cada nueva ola de violencia trae consigo no solo daños materiales, sino una angustia profunda y cotidiana para sus habitantes. En esta hot take, vamos a explorar cómo la reciente escalada militar está dejando cicatrices imborrables entre la población civil que vive atrapada entre fronteras, nacionalismos y política internacional.

Un conflicto reavivado por el dolor

Todo comenzó con una masacre el 22 de abril de 2025, cuando 26 turistas indios —la mayoría hindúes— fueron asesinados en Cachemira controlada por la India. Este ataque, cuyo origen aún se disputa, fue atribuido por Nueva Delhi a militantes respaldados por Pakistán. Islamabad, como era de esperarse, negó las acusaciones.

La respuesta de la India fue inmediata: el 7 de mayo lanzó misiles sobre territorio pakistaní, apuntando a lo que catalogó como “campamentos de entrenamiento terrorista”. Las consecuencias fueron devastadoras. Según informes, los ataques mataron a 31 personas, incluidas mujeres y niños.

Pakistán no tardó en responder con artillería en la Línea de Control (LoC), especialmente en áreas como Poonch y Uri, donde murieron 13 civiles, entre ellos tres mujeres y tres niños, y se reportaron 44 heridos.

El cierre del espacio aéreo: un país paralizado

En medio de la tensión, el Ministerio de Aviación Civil de la India ordenó el cierre preventivo de más de dos docenas de aeropuertos situados al norte y oeste del país, afectando seriamente la conectividad aérea. Aerolíneas como IndiGo, Air India y Air India Express suspendieron cientos de vuelos.

Rahul, un empresario de 32 años cuyos planes de regreso desde Dubái se vieron truncados por la cancelación del aeropuerto de Chandigarh, se resignó con serenidad: “Es una situación de seguridad. Lo entiendo”.

Sin embargo, no todos los ciudadanos comparten ese grado de conformidad. Miles de personas no han podido regresar a casa o asistir a compromisos importantes, lo que ha paralizado, por momentos, el funcionamiento de regiones enteras.

Kashmir: una historia de fuego, sangre y abandono

Zareef Ahmed Zareef, poeta nacido en 1947 —el mismo año en que India y Pakistán obtuvieron su independencia del Imperio Británico—, ha sido testigo de dos guerras oficiales y múltiples conflictos no declarados. “Nos dijeron que Cachemira era el paraíso en la Tierra”, lamenta. “Pero para nosotros, es vivir con un miedo permanente al infierno”.

Desde 1989, más de 70.000 personas han muerto en el contexto de una rebelión armada contra el gobierno indio. Este levantamiento, respaldado según India por Pakistán, ha degenerado en una violencia cíclica que ha destrozado generaciones y erosionado los lazos sociales.

Una tregua que se esfumó

En 2021, ambos países revivieron un acuerdo de cese al fuego que ofreció un breve respiro. Pero la ilusión de paz se esfumó esta semana cuando comenzaron nuevamente los ataques cruzados a lo largo de la Línea de Control. La población en aldeas como Salamabad y Poonch vive en una nueva pesadilla: bombardeos al amanecer, casas destruidas, desplazamientos forzados.

Rubina Begum, habitante de Salamabad, describió con desesperación el caos reciente: “Hubo confusión y humo por todas partes. Gracias a Dios, estamos vivos”, decía mientras lloraba frente a su hogar destrozado.

Una zona militarizada como ninguna otra

En Cachemira, la Línea de Control es más que una frontera: es un campo de batalla permanente. Torres de vigilancia cada pocos cientos de metros, alambre de púas, minas, campamentos militares y batallones enteros instalados cerca de zonas residenciales. En esas mismas áreas viven familias, agricultores y pastores que han aprendido a esquivar bombas y a identificar los sonidos antes de una explosión.

Mehtab Din, habitante de Poonch, fue herido junto a su esposa cuando tres proyectiles impactaron sobre su vivienda. “Los líderes están seguros en sus casas. El hacha brutal de la guerra que ellos comienzan cae sobre nosotros”, afirmó con coraje.

¿Y los kashmiríes?

Este conflicto eterno ha convertido a la población kashmirí en una especie de ficha geopolítica. India sostiene su narrativa de lucha contra el terrorismo, mientras Pakistán apela al derecho de autodeterminación del pueblo musulmán kashmirí. Pero en ambos casos, los civiles son quienes pagan las consecuencias.

Jagmohan Singh Raina, empresario sij de 72 años, lo expresa con claridad: “No nos empujen más. Acaben con esta guerra y dejen que los kashmiríes vivan en paz”.

Modi, Cachemira y la represión

Desde que el primer ministro indio Narendra Modi abolió la autonomía semiespecial de Jammu y Cachemira en 2019, el control sobre la región ha sido más estricto. Según organizaciones como Human Rights Watch y Amnistía Internacional, se han incrementado las restricciones a la libertad de prensa, las detenciones arbitrarias y el control sobre los medios de comunicación locales.

Mientras tanto, la narrativa oficial india promueve la integración y desarrollo, pero para muchos en la región solo ha significado represión, toque de queda, y extralimitación de fuerzas armadas.

Las dos caras de una misma bala

El periodista y analista político Aakar Patel escribió en 2019 que “en Cachemira no hay paz, hay silencio impuesto por la fuerza”. Esta cita cobra ahora más vigencia que nunca. La carrera armamentística, el nacionalismo exacerbado y los intereses estratégicos, sobre todo en tiempos electorales, no hacen sino exacerbar una tragedia que parece no tener fin.

Ambas potencias manejan arsenales nucleares. Según el SIPRI (Stockholm International Peace Research Institute), India tiene aproximadamente 164 cabezas nucleares, mientras que Pakistán posee alrededor de 170. Un conflicto a gran escala podría tener consecuencias impredecibles no solo para el sur de Asia, sino para todo el planeta.

¿Y la comunidad internacional?

A pesar de las altas tensiones, la respuesta internacional ha sido tibia. Algunos países del Golfo, a solicitud de Pakistán, han iniciado discretas gestiones diplomáticas. Naciones Unidas ha hecho llamados a la contención, sin resultados visibles.

Mientras tanto, miles de familias abandonan sus hogares, conviven con la ansiedad, y viven bajo el temor constante de no saber cuándo caerá el próximo proyectil.

El precio civil de una guerra sin fin

La imagen de Rubina Begum llorando frente a su casa destruida, con solo humo y escombros en el horizonte, resume toda esta tragedia. La guerra no se libra solo con misiles. Se libra también en corazones rotos, en inocentes enterrados, en sueños congelados por el miedo.

Mientras Nueva Delhi y Islamabad se enfrascan en una peligrosa partida de ajedrez político-militar, los kashmiríes siguen siendo —como bien lo dijo el poeta Zareef— “carne de cañón”.

¿Hasta cuándo durará esta danza macabra? Quizás hasta que ambos países comprendan finalmente que no se puede ganar un conflicto donde todos pierden.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press