Una guerra no declarada: Negociaciones de alto riesgo entre EE.UU. y China sacuden la economía mundial
Mientras Washington y Pekín retoman conversaciones cruciales en Ginebra, los aranceles y las tensiones ideológicas amenazan con desestabilizar el comercio global
Las sombras de una guerra comercial
El pulso económico y estratégico entre Estados Unidos y China volvió a tomar protagonismo este domingo en Ginebra, con el reinicio de unas negociaciones envueltas en secretismo pero cargadas de tensión. Las conversaciones, sostenidas en la residencia del embajador suizo ante la ONU, buscan darle un respiro a los mercados globales sacudidos por una escalada de aranceles impuesta recientemente.
“Estamos haciendo grandes progresos”, escribió el expresidente de EE.UU., Donald Trump, en su red Truth Social. Aunque ofreció pocos detalles, su tono optimista contrasta con el lenguaje mucho más beligerante que adoptó la agencia oficial china Xinhua, que advirtió que “China rechaza firmemente cualquier propuesta que comprometa sus principios fundamentales o socave la equidad global”.
Guerra de tarifas: una bomba de tiempo
Las cifras hablan por sí solas: EE.UU. impuso aranceles que elevan la carga impositiva sobre bienes chinos hasta un 145%, mientras que China respondió con un 125% de incremento sobre productos estadounidenses. En la práctica, ambas potencias están boicoteando sus productos mutuamente. Es una guerra no declarada cuyo impacto global es innegable: en 2023, el intercambio comercial entre los dos países superó los $660 mil millones.
El punto neurálgico no es solo económico. Como señaló Jake Werner, director del East Asia Program del Quincy Institute: “Las negociaciones para desescalar la creciente guerra comercial entre EE.UU. y China son urgentemente necesarias. Es positivo que ambas partes hayan dado el paso de sentarse a hablar” (fuente: Quincy Institute).
La geopolítica tras bambalinas
Detrás del choque económico subyace una disputa más profunda: modelos ideológicos incompatibles, competencia tecnológica, y aspiraciones de hegemonía regional y global. El propio Trump, en su primer mandato, inició esta guerra comercial con el objetivo de presionar a China en temas como el robo de propiedad intelectual y el déficit comercial estadounidense, que alcanzó los $263 mil millones el año pasado con respecto a China.
En paralelo, EE.UU. ha vinculado su política comercial con cuestiones de seguridad nacional, como la lucha contra el fentanilo, originado en buena medida desde China. Un 20% de los nuevos aranceles están dirigidos como presión para frenar ese flujo.
Una diplomacia hermética y simbólica
Los elementos simbólicos del encuentro también son reveladores. La elección de Ginebra como sede —convocada en la residencia del embajador suizo— busca un lugar neutral que evite interferencias políticas o mediáticas. Decenas de vehículos negros entraban y salían del recinto, sin declaraciones públicas de los funcionarios tras la primera jornada.
El hermetismo parece ser la regla. La única filtración provino de funcionarios estadounidenses sin identificar que hablaron bajo condición de anonimato, confirmando la reanudación de las conversaciones el domingo a primera hora.
Xinhua reacciona: ¿firmeza o provocación?
Mientras Trump elogiaba el diálogo, Xinhua, vocera del Partido Comunista Chino, alzaba la voz en un editorial tajante: “Las conversaciones nunca deben ser pretexto para coerción o extorsión”. La frase, aunque diplomática en forma, es una declaración de confrontación en contenido.
La narrativa de Beijing gira en torno a la protección de su modelo económico y político. Para China, los principios básicos que están en juego no se negocian: soberanía tecnológica, control estatal sobre sectores estratégicos, y liderazgo en regiones clave como Asia-Pacífico.
¿Un “reseteo total” o una desescalada calculada?
Trump sugirió incluso un “reseteo total” en caso de avances importantes, un mensaje ambiguo que puede interpretarse como disposición a una revisión integral de las relaciones bilaterales... o como una simple jugada retórica que amplifique su posición en la mesa de negociación.
En esta pugna, incluso una reducción modesta en los aranceles podría representar un avance. Los mercados, de hecho, comienzan a mostrar signos de esperanza. Las bolsas asiáticas cerraron con ligeras alzas, y el yuan chino se apreció marginalmente frente al dólar.
Los fantasmas del pasado y los riesgos del presente
Los actuales entredichos remiten a episodios anteriores. Durante el mandato de Trump (2017-2021), ya se impusieron aranceles similares. En esos años, sectores diversos como la agricultura estadounidense y la manufactura china experimentaron caídas abruptas por el frenazo comercial. Ahora, con tarifas combinadas que superan el 145%, el margen de maniobra es estrecho.
La industria naviera ya acusa el golpe: productos chinos llegan a los puertos estadounidenses, pero no se descargan ante la incertidumbre sobre su rentabilidad tras pagar los aranceles.
“80% parece justo”: el factor Trump
En un post polémico en Truth Social, Trump volvió a agitar el tablero: “¡80% de arancel parece justo! Hasta Scott”, refiriéndose al secretario del Tesoro y negociador principal, Scott Bessent. El comentario ha generado preocupación entre empresarios y analistas: ¿es una amenaza real o simplemente una estrategia para ganar concesiones?
Los analistas coinciden en que se trata de una táctica de presión. Como señala Eswar Prasad, exjefe del Departamento China del Fondo Monetario Internacional, “la incertidumbre es una herramienta que Trump entiende muy bien. No saber si cumplirá sus amenazas lo convierte en un negociador temible” (fuente: Financial Times).
¿Un nuevo Bretton Woods o un callejón sin salida?
Algunos observadores internacionales se preguntan si estamos ante una posible reconfiguración del orden económico mundial. La confrontación China-EE.UU. ha generado alianzas entre economías medianas, como Brasil, India o Rusia, que buscan ampliar el uso de monedas nacionales en el comercio, reduciendo su dependencia del dólar.
En paralelo, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, creado por Beijing, otorga préstamos que compiten con los del Fondo Monetario Internacional. Estas dinámicas revelan una competencia no solo comercial, sino sistémica: dos visiones del mundo pugnando por el futuro del comercio, la tecnología y la diplomacia internacional.
Los actores silenciosos: Europa y América Latina
En medio de este pulso, la Unión Europea observa con inquietud. Alemania, altamente dependiente del comercio con China, teme posibles represalias si apoya políticas estadounidenses. América Latina, por su parte, se ve atrapada entre dos gigantes económicos: principal destino de exportaciones agrícolas hacia China, y aliado histórico comercial de EE.UU.
La CEPAL ha advertido que “una guerra comercial prolongada impactaría los precios de materias primas y las cadenas industriales globales”, afectando especialmente a países como México, Chile y Brasil.
Perspectivas: ¿giro estratégico o crisis prolongada?
Si bien no hay expectativas de un acuerdo inminente, cualquier gesto positivo —como una moratoria arancelaria o el establecimiento de una comisión binacional permanente— sería bien recibido por los mercados y los ciudadanos de ambos países, presionados por la inflación y las disrupciones causadas por la guerra comercial.
No obstante, también hay riesgos. Voces dentro del propio gobierno chino señalan que aceptar una reducción significativa de sus prácticas industriales o tecnológicas socavaría el liderazgo del Partido Comunista. Y en EE.UU., cualquier concesión podría ser explotada políticamente por candidatos presidenciales en un año electoral.
Un nuevo capítulo se escribe en Ginebra
En un contexto global ya tenso —marcado por el conflicto en Gaza, las tensiones entre Irán e Israel, y la pugna energética global— el reinicio del diálogo China-EE.UU. es una luz en medio del caos. Pero está lejos de ser una solución definitiva.
“La historia demuestra que las guerras comerciales son fáciles de iniciar y difíciles de ganar”, afirmó una vez el propio Trump. Quizás sea hora de que ambas potencias escriban un nuevo guión, más pragmático y menos beligerante. Porque algo está claro: el mundo ya no puede permitirse un conflicto prolongado entre Beijing y Washington.