El Ejército bajo fuego en Hawái: Tierra, cultura y desconfianza en disputa
El rechazo del estudio ambiental del Ejército revela una creciente ruptura entre la comunidad nativa hawaiana y las fuerzas armadas estadounidenses
Un rechazo inesperado con profundas implicancias
El pasado viernes, la Junta de Tierras y Recursos Naturales del estado de Hawái votó en contra de la declaración de impacto ambiental presentada por el Ejército de los Estados Unidos. Esta decisión impide, por el momento, que el Ejército continúe sus entrenamientos en vivo en el Área de Entrenamiento Pohakuloa (PTA), ubicada en la Isla Grande de Hawái. Aunque no es una negativa definitiva a su presencia militar, la decisión ha sido interpretada por muchos líderes nativos hawaianos como un esfuerzo significativo para limitar el poder de los militares en su tierra ancestral.
¿Qué es el Área de Entrenamiento Pohakuloa?
El PTA es una base militar establecida en el centro de la Isla Grande que abarca unas 23,000 acres (9,308 hectáreas). Durante décadas ha sido utilizada como el principal campo de entrenamiento del Pacífico para las fuerzas terrestres estadounidenses, incluyendo el Ejército, la Marina, la Fuerza Aérea y la Infantería de Marina. Este terreno volcánico ha sido considerado estratégico por su aislamiento, similitud con zonas montañosas de otros teatros bélicos y la posibilidad de realizar ejercicios con fuego real.
La postura del Ejército y la respuesta del estado
Pese a que el Ejército asegura que su estudio ambiental fue realizado con una amplia participación comunitaria y requisitos técnicos rigurosos, la presidenta de la Junta, Dawn Chang, explicó que la votación se basó exclusivamente en la insuficiencia del informe presentado, y no en el valor de la presencia militar per se. Pero más allá del tecnicismo, la votación es interpretada ampliamente como una reacción a una serie de incidentes que han erosionado la confianza de la población hawaiana hacia las instituciones militares.
El gran derrame de Red Hill y su legado de desconfianza
Muchos señalan como punto de inflexión la crisis del derrame de combustible de Red Hill en 2021, cuando miles de residentes militares resultaron intoxicados por la contaminación del sistema de agua potable debido a una fuga en los tanques de almacenamiento de combustible de la Marina. Este incidente afectó a más de 93,000 personas, provocando protestas generalizadas y fortaleciendo movimientos ya existentes de resistencia indígena.
Los tanques subterráneos de Red Hill se encuentran encima de un acuífero que suministra agua potable a unos 400,000 habitantes de Honolulu, lo que generó temores generalizados en la población sobre futuras catástrofes medioambientales. En consecuencia, la Marina aceptó, con presión estatal y comunitaria, cerrar y drenar los tanques.
La dimensión cultural del conflicto
Para los nativos hawaianos, la tierra no es simplemente espacio físico: es una entidad sagrada llamada ʻĀina. Muchos de ellos consideran el uso militar de estos territorios como una forma de profanación espiritual y ecológica. El PTA, por ejemplo, contiene enterramientos ancestrales, especies únicas y ecosistemas frágiles que podrían correr riesgo.
Healani Sonoda-Pale, una prominente activista nativa, afirmó tras la votación: “Este voto deja claro que se está produciendo un cambio. La confianza se ha perdido. Necesitamos recuperar nuestras tierras para proteger nuestras aguas, nuestra cultura y nuestras vidas”.
Economía versus medioambiente y cultura
El Ejército y sus partidarios argumentan que su presencia proporciona beneficios económicos clave para el estado de Hawái. Contribuyen en infraestructura, empleos locales y en la defensa nacional, un argumento especialmente relevante frente a crecientes tensiones en el Pacífico, en referencia a China y Corea del Norte.
Sin embargo, el impacto económico no basta para calmar las preocupaciones ambientales y culturales. Las comunidades exigen participación equitativa, respeto por los derechos indígenas y transparencia. “No se trata solo de economía o seguridad nacional, se trata de soberanía, salud pública y justicia ambiental”, declaró Kealoha Pisciotta, líder del movimiento Mauna Kea.
Propuestas del Ejército y respuesta política
En un intento por conciliar, el Ejército propuso devolver 3,300 acres de los terrenos utilizados y retener solo 19,700 acres para continuar con su programa de entrenamiento. Aun así, la declaración ambiental no fue considerada adecuada, ni suficiente para garantizar que el uso militar no cause más daño irreversible.
El comandante del área de Pohakuloa, Teniente Coronel Tim Alvarado, reconoció la pérdida de confianza comunitaria: “Entendemos profundamente las preocupaciones expresadas. Aceptamos nuestra responsabilidad por los errores del pasado y deseamos construir una relación basada en el respeto cultural y ambiental”.
Por su parte, el gobernador de Hawái, Josh Green, señaló que esta situación representa un desafío pero también una oportunidad para construir puntes: “Este no es el fin de la conversación. Es momento de colaborar, no dividirnos. Podemos encontrar una solución que respete nuestra herencia y al mismo tiempo nuestra seguridad”.
El siguiente paso: incertidumbre y presión pública
Actualmente, el Ejército se encuentra en un período de espera de 30 días antes de decidir si continuará insistiendo para quedarse en Pohakuloa. Mientras tanto, la presión pública aumenta, y organizaciones indígenas y ambientalistas están redoblando sus esfuerzos para impedir cualquier renovación del contrato.
En el horizonte se vislumbran batallas legales, protestas y posibles acciones federales. Muchos anticipan una resistencia similar a la que ocurrió en Mauna Kea, donde durante meses cientos de personas bloquearon el acceso al monte sagrado en protesta por la construcción del telescopio TMT.
¿Podrá el Ejército reconciliarse con la comunidad hawaiana?
La historia de la relación entre Hawái y el Ejército está marcada por contradicciones: defensa nacional y ocupación; ayuda económica y colonialismo; modernización y destrucción cultural. La votación reciente sugiere un cambio de paradigma. Ya no basta con consultorías y reportes; se exige una transformación profunda en la forma en que las instituciones militares interactúan con las comunidades que históricamente han ignorado.
Mientras tanto, los ojos del mundo observan cómo se desarrolla esta nueva era de defensa, diplomacia y dignidad nativa en un archipiélago que ha sido por demasiado tiempo un peón estratégico en el tablero del Pacífico.
Como señalaron algunos asistentes a la audiencia: “Hawái no es simplemente una base militar. Es nuestro hogar, nuestra cultura, nuestra alma. Y no puede seguir pagando el precio de una guerra que no es suya”.