Libia se desangra: nuevas luchas de poder entre milicias y viejas heridas sin cerrar

La reciente muerte de un poderoso señor de la guerra desata enfrentamientos en Trípoli. ¿Está Libia destinada a una guerra perpetua?

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¿Un país rehén de sus propias armas?

Libia, un país que a comienzos del siglo XXI tenía una de las tasas de desarrollo humano más altas de África bajo el mando de Muammar Gaddafi, hoy lucha por mantenerse a flote entre ruinas institucionales, batallas callejeras e ingentes juegos de poder entre milicias. Esta semana, el asesinato de Abdel-Ghani al-Kikli, conocido como “Gheniwa” y comandante de la Autoridad de Apoyo a la Estabilidad (SSA, por sus siglas en inglés), ha hecho que el país vuelva a incendiarse –literalmente.

¿Quién era Abdel-Ghani al-Kikli?

Conocido en círculos de poder y combate como Gheniwa, al-Kikli fue uno de los comandantes más notorios y, también, una figura polarizante en la guerra civil libia. Lideró la SSA, una poderosa coalición de milicias con presencia dominante en Trípoli. La SSA fue creada oficialmente en 2021 bajo pretexto de brindar “apoyo a la estabilización del país”, pero sus métodos y su historial están plagados de denuncias de abusos a los derechos humanos.

Amnistía Internacional lo acusó de crímenes de guerra, secuestros, torturas y ejecuciones extrajudiciales. Lo que para algunos era una figura de autoridad necesaria en tiempos de caos, para otros era un oscuro símbolo de la impunidad con la que operan ciertos grupos armados.

Escalada de violencia: la noche de los cañones

La muerte de al-Kikli, ocurrida en un centro controlado por la Brigada 444 –leal al primer ministro Abdul Hamid Dbeibah–, desató una furiosa represalia. La SSA, debilitada pero no derrotada, respondió con enfrentamientos intensos que sacudieron la zona sur de Trípoli, concretamente el barrio de Abu Salim, bastión de Gheniwa.

El choque fue de tal magnitud que la ONU expresó su alarma por el uso de armamento pesado en zonas densamente pobladas. Seis personas murieron en los enfrentamientos, aunque se estima que la cifra podría subir. Hay decenas de detenidos, edificios destruidos y familias desplazadas.

“Fue una pesadilla”, declaró Ahmed Ammer, residente del centro de Trípoli a medios locales. “Lo que vivimos fue un eco de la guerra de 2011. Explosiones, balaceras en las calles, humo... era imposible dormir, y mucho menos salir.”

El gobierno dividido y en silencio

El caos fue tal que, al día siguiente, las clases escolares y universitarias fueron suspendidas. En tanto, el gobierno de Dbeibah confirmó que sus fuerzas tomaron el control completo de Abu Salim, pero no ofreció mayores detalles.

Para quien no sigue día a día el infierno libio, resulta difícil comprender que el país está actualmente gobernado por dos administraciones paralelas: una en Trípoli (occidente) bajo el mando del propio Dbeibah, y otra en el este liderada por Ossama Hammad, respaldada por el general Khalifa Haftar. Cada lado tiene su propio ejército, aliados extranjeros y redes de poder económico y militar.

Milicias: el verdadero poder en Libia

Desde la caída de Gaddafi en 2011, Libia ha sido víctima de una balcanización armada. El vacío de poder fue llenado por decenas de milicias, cada una con sus propios objetivos, ideologías y fuentes de financiamiento.

Estados Unidos, Francia, Emiratos Árabes Unidos, Turquía y Rusia han intervenido directa o indirectamente en el conflicto, apoyando diferentes facciones según sus intereses estratégicos.

Hasta 2023, se estimaba que alrededor de 20.000 combatientes extranjeros estaban activos en el país, incluyendo paramilitares rusos del grupo Wagner, unidades sirias prófugas migradas para pelear, y mercenarios subsaharianos.

¿Quién gana con esta guerra perpetua?

  • Las milicias: A través del contrabando, tráfico de personas y control de infraestructura clave como puertos y carreteras, acumulan riqueza y poder.
  • Los gobiernos paralelos: Cada facción justifica su existencia en función del ‘otro’, perpetuando un ciclo sin fin de enfrentamientos.
  • Los actores internacionales: Quienes buscan mantener influencia en el Mediterráneo (por razones geopolíticas, energéticas o migratorias), encuentran en Libia un peón útil.

La mayor víctima, evidentemente, es el pueblo libio. Cientos de miles de desplazados. Más de 7.500 muertos desde 2014. Una economía paralizada. Libertad de expresión limitada al silencio. Y esperanza, cada vez más tenue.

La ONU y su rol impotente

La Misión de Apoyo de las Naciones Unidas en Libia (UNSMIL) ha condenado los acontecimientos de Abu Salim y ha llamado al cese inmediato de hostilidades. Sin embargo, sus llamados rara vez pasan de ser declaraciones formales.

Los intentos de establecer un proceso electoral han fracasado reiteradamente. Desde 2021 se han pospuesto cuatro fechas electorales. Ni el gobierno de Trípoli ni el del este están dispuestos a renunciar a sus instrumentos de poder político y militar.

Un trauma que no encuentra sutura

El conflicto libio tiene una dimensión estructural que lo hace difícil de desmontar. Sus raíces están en la desigualdad regional, en la distribución de los recursos petroleros, y en las heridas sociales que dejó décadas del autoritarismo de Gaddafi.

En un país con las mayores reservas de petróleo de África (47 mil millones de barriles), la pobreza sigue azotando a millones de personas. La corrupción campa a sus anchas, y el miedo ha sustituido a la seguridad jurídica.

¿Hay salida?

Aunque parezca un panorama desolador, existen pequeñas señales de resistencia cívica. Jóvenes activistas que se organizan clandestinamente, ONGs libias que promueven diálogo intercomunitario, periodistas que arriesgan su vida para mostrar la verdad, y acuerdos locales de pacificación que —aunque frágiles— muestran que otra Libia es posible.

Sin embargo, mientras el sistema siga premiando a quienes tienen armas y no ideas, y mientras los gobiernos internacionales sigan interviniendo según sus intereses, Libia seguirá atrapada en un eterno retorno a la guerra.

La muerte de al-Kikli no es el fin de una era, sino una más de las llamas de un incendio que no cesa.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press