Trump y la nueva Siria: ¿acercamiento diplomático o blanqueamiento estratégico?
El expresidente de EE.UU. se reúne con el líder insurgente convertido en presidente de Siria, mientras baraja levantar sanciones: un giro sorpresivo en la política estadounidense hacia Medio Oriente
Donald Trump se encuentra nuevamente en el centro de la geopolítica internacional. En un movimiento que ha despertado tensiones en Washington y más allá, el expresidente de Estados Unidos acordó reunirse con el nuevo presidente sirio, Ahmad al-Sharaa, durante una visita a Riad, Arabia Saudita. Esta inesperada cita marca un momento histórico: será la primera vez que un presidente estadounidense se reúna con un jefe de Estado sirio desde hace más de dos décadas.
Pero más allá del simbolismo, la reunión plantea interrogantes fundamentales sobre el rumbo de la diplomacia estadounidense, el papel de las potencias regionales como Turquía y Arabia Saudita, y los intereses cruzados en un país devastado por más de una década de guerra civil.
¿Quién es Ahmad al-Sharaa?
Para comprender la magnitud de este giro diplomático, es necesario entender quién es Ahmad al-Sharaa. Este hombre, también conocido en sus días de militancia como Abu Mohammed al-Golani, fue uno de los insurgentes más buscados del conflicto posterior a la invasión estadounidense de Irak en 2003. El gobierno de EE.UU. llegó a ofrecer 10 millones de dólares por información que condujera a su captura debido a su vinculación directa con Al-Qaeda.
Tras regresar a Siria en 2011, Al-Sharaa encabezó el brazo sirio de Al-Qaeda, conocido como el Frente al-Nusra, que posteriormente se transformó en Hayat Tahrir al-Sham (HTS), cortando oficialmente lazos con la organización terrorista madre.
Durante años, HTS dominó vastas regiones del noroeste sirio, e incluso fue acusado de crímenes de guerra por parte de organismos internacionales. Sin embargo, el punto culminante de su carrera llegó en diciembre pasado, cuando lideró una ofensiva relámpago en Damasco que terminó con el fin de los 54 años de gobierno de la familia Assad.
De insurgente a presidente
La toma de poder de al-Sharaa fue vista por muchos en Occidente y el Golfo como el "peor entre los males posibles". Pero la realidad geopolítica es tozuda. Desde que asumió la presidencia en enero de 2025, al-Sharaa ha buscado blanquear su imagen mediante la formación de un gobierno de transición, un aparente distanciamiento de los métodos más radicales del pasado e incluso coqueteando con la idea de elecciones supervisadas por observadores internacionales.
¿Mero maquillaje o primer paso hacia la estabilidad? La gran pregunta que se hacen analistas y diplomáticos es si este cambio es genuino o simplemente una estrategia para ganar legitimidad internacional sin abandonar el autoritarismo y el sectarismo que caracterizó tanto a Assad como a las agrupaciones yihadistas que protagonizaron la guerra civil.
Trump y el dilema sirio
Donald Trump ha mostrado posturas contradictorias sobre Siria durante su trayectoria política. Si bien durante su presidencia ordenó ataques militares contra posiciones del régimen de Assad (como en 2017 tras el uso de armas químicas en Khan Shaykhun), también expresó durante la campaña de 2016 su frustración con los constantes "cambios de régimen" promovidos por anteriores gobiernos.
Ahora, en 2025, el Trump en campaña por un retorno al poder se muestra dispuesto a eliminar las sanciones impuestas a Siria si al-Sharaa logra mostrar voluntad de estabilizar la región y cortar definitivamente todos los lazos con grupos terroristas.
“Puede que queramos quitarlas (las sanciones), porque queremos darles un nuevo comienzo”, dijo Trump antes de viajar a Medio Oriente.
Sus declaraciones fueron matizadas por la propia Casa Blanca, que aún no ha reconocido oficialmente al nuevo gobierno sirio. Sin embargo, el solo hecho de reunirse con al-Sharaa representa una legitimación de facto, y eso no es poca cosa diplomáticamente.
El tablero regional: Irán, Turquía y la apuesta saudí
Una de las claves del respaldo cauteloso que ha recibido al-Sharaa en su nueva etapa como presidente proviene de los intereses regionales. Arabia Saudita, anfitrión de la reunión, ve en él una posible barrera contra la creciente influencia de Irán en el Levante.
Durante más de una década, Teherán se ha mantenido como el principal respaldo del régimen de Bashar al-Assad, junto con Rusia. La caída de Assad representa una granular fractura estratégica para Irán, y los países del Golfo, interesados en debilitar el eje Teherán-Damasco-Hezbolá, parecen apostar por al-Sharaa como opción utilitaria.
Otro actor relevante, Turquía, también ha jugado un rol ambiguo. El presidente Recep Tayyip Erdogan ha presionado a Trump para que levante sanciones, con la esperanza de que eso estabilice la región norte de Siria, poblada por kurdos y motivo de tensiones permanentes entre Ankara y Damasco.
Una moralidad en entredicho: ¿es aceptable sentarse con un ex yihadista?
Quizás uno de los aspectos más controversiales de esta reunión es de tinte ético. Activistas de derechos humanos, académicos y veteranos del ejército estadounidense han manifestado su profunda preocupación por el giro en la política de Washington hacia un hombre que no hace tanto era considerado terrorista.
Es cierto que la historia política contemporánea está plagada de realpolitik: dirigentes que pasaron de insurgentes a presidentes —Nelson Mandela fue acusado de terrorismo por el apartheid sudafricano—. Pero la pregunta incómoda es si al-Sharaa ha demostrado verdadera transformación o si se trata de un simple cambio de nombre y discurso.
“No se puede esperar paz duradera si se cierra el pacto con quienes llevaron adelante actos de terrorismo. La memoria de los pueblos no es tan corta”, afirmó Sarah Whitaker, analista del Middle East Institute.
¿Qué viene ahora?
Lo que ocurra en este encuentro puede tener consecuencias inmediatas trascendentales. Es posible que Trump utilice esta reunión como una bandera electoral en su carrera hacia 2026. Ya ha reiterado su voluntad de replegar el rol militar estadounidense en el extranjero y dejar que "otros pueblos resuelvan sus conflictos". Pero al mismo tiempo, acoge a líderes fuertemente cuestionados y acusa a las universidades de EE.UU. —como Harvard— de albergar el antisemitismo e ideologías extremas. Esa dicotomía no pasa desapercibida.
Mientras tanto, al-Sharaa obtiene lo que más necesita: reconocimiento internacional. Ya cuenta con el apoyo retórico del Golfo, y si logra que Trump anuncie el levantamiento de sanciones, podría iniciar negociaciones con Europa y otras potencias. Esto podría redibujar por completo el ajedrez en Medio Oriente.
¿Está EE.UU. renunciando a sus principios democráticos?
Hay quienes argumentan que Washington, al sentarse a la mesa con alguien como al-Sharaa, se contradice en su política de promoción de valores democráticos. De hecho, esta reunión ocurre en paralelo a una campaña del gobierno estadounidense (liderada por Trump) para castigar a universidades como Harvard por supuestamente no reprimir suficiente el activismo pro-palestino y por prácticas de diversidad institucional.
La paradoja es clara: se sanciona a centros académicos por no alinearse ideológicamente con el gobierno federal, mientras se da protagonismo diplomático a un líder que hace pocos años figuraba en la lista de terroristas más buscados del mundo.
Más allá del juicio moral, lo cierto es que el escenario diplomático global ha cambiado. Lo que antes era inaceptable, hoy se interpreta como una maniobra estratégica. La legitimación de Ahmad al-Sharaa no solo representa un posible punto de inflexión en Siria, sino también una redefinición del papel histórico que Estados Unidos ha desempeñado —para bien o para mal— como garante de cierto orden internacional.