Trump y el giro en la política estadounidense hacia Arabia Saudita: ¿Negocios primero, derechos humanos después?
Una mirada crítica al nuevo enfoque de la administración Trump hacia los líderes del Golfo y el impacto en los derechos humanos en la región
Un nuevo tono desde Washington
Durante su más reciente visita a Riad, en el marco del Foro de Inversión Saudí-Estadounidense, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, pronunció un discurso que marcó un drástico cambio respecto a la postura tradicional de Washington en Oriente Medio. Acompañado de empresarios, políticos y figuras de alto perfil, Trump aseguró frente a la élite saudí que habían quedado atrás los tiempos en que Estados Unidos "los sermoneaba sobre cómo vivir y gobernar".
Esto no solo fue recibido con entusiasmo por figuras como el príncipe heredero Mohammed bin Salman (MBS), sentado en primera fila, sino también con inquietud por activistas, periodistas y exiliados árabes que interpretaron sus palabras como una luz verde para el autoritarismo regional, sin el contrapeso tradicional de Washington.
¿Tregua o complicidad estratégica?
El discurso de Trump no fue únicamente simbólico. Refleja un viraje estratégico en la política exterior estadounidense. Aunque muchos analistas coinciden en que Arabia Saudita ha logrado algunas mejoras en materia de derechos humanos, como el levantamiento de ciertas prohibiciones para las mujeres, también es cierto que cientos siguen presos por expresar opiniones disidentes. A pesar de eso, la Casa Blanca ha optado por una narrativa de progreso sin cuestionar públicamente al régimen saudí.
Sarah Leah Whitson, directora ejecutiva de Democracy for the Arab World Now (DAWN), comentó que este nuevo tono “es una señal clara para los regímenes autoritarios de que la presión desde Washington se ha desinflado”. La organización, fundada por el periodista asesinado Jamal Khashoggi, hoy asesora a saudíes en el exilio sobre cómo protegerse, incluso en suelo estadounidense.
El caso Khashoggi y el retroceso del liderazgo moral
El asesinato del periodista Jamal Khashoggi en 2018 fue un punto de inflexión en las relaciones entre Estados Unidos y Arabia Saudita. Incluso el entonces candidato Joe Biden prometió convertir a MBS en un “paria”. Sin embargo, esa promesa se diluyó tras el ascenso de Biden a la presidencia y el aumento de los precios del petróleo en 2022, lo que lo llevó a visitar Riad e incluso protagonizar el polémico “fist bump” con el príncipe saudí.
Mientras tanto, Trump ha profundizado su cercanía con los líderes del Golfo, viendo en ellos no violadores de derechos sino aliados comerciales estratégicos para inversiones y megaproyectos inmobiliarios impulsados por sus hijos en Dubái y otras ciudades de la región.
Un silencio con consecuencias
Durante la actual administración, muchos activistas saudíes en el exilio han optado por alejarse de las redes sociales y de la denuncia pública. Es el caso de Abdullah Alaoudh, cuya familia permanece detenida o con prohibición de salida del reino. “Trump no solo guarda silencio ante la persecución que sufrimos. Su cercanía con MBS valida ese comportamiento”, afirma desde Washington.
Casos como el de Saad Almadi, ciudadano saudí-estadounidense de 75 años encarcelado por tuits críticos, reflejan lo frágiles que son las promesas de protección consular de EE. UU. Incluso su hijo, Ibrahim, afirma que ningún congresista ni funcionario republicano ha querido comprometerse para plantear su caso ante Trump. “Bastaría un comentario del presidente al príncipe para que mi padre quede libre”, dice con resignación.
¿Reformas reales o cosméticas?
Desde 2017, MBS ha impulsado un paquete de reformas sociales y económicas que incluye permitir a las mujeres conducir, eliminar ciertas restricciones del tutelaje masculino y liberalizar aspectos del mercado laboral.
No obstante, organizaciones de derechos humanos como Human Rights Watch y Amnistía Internacional advierten que estas medidas coexisten con una represión sostenida hacia periodistas, blogueros y defensores de derechos. Muchos de ellos —como Loujain al-Hathloul, arrestada por promover el derecho de las mujeres a conducir— han sido liberados tras años tras las rejas, pero viven con penas suspendidas o medidas de restricción.
¿Un nuevo paradigma?
El nuevo enfoque de la administración Trump responde a una estrategia: dar prioridad a las inversiones, el petróleo y la estabilidad económica sobre los valores democráticos. Este paradigma plantea una ecuación simple: a mayor cooperación económica con Arabia Saudita, menor presión por temas políticamente sensibles como las libertades civiles o la represión gubernamental.
Y mientras algunas organizaciones elogian los modestos avances sauditas, otras avisan de un “efecto boomerang”, donde el desinterés estadounidense puede prolongar o incluso endurecer la vigilancia estatal en países aliados.
¿Qué dice esto de Estados Unidos?
Voces críticas sostienen que parte de este giro se debe también a la crisis de credibilidad de Estados Unidos como líder moral global. Desde la guerra en Gaza —donde Estados Unidos brinda apoyo militar a Israel— hasta las detenciones de inmigrantes y manifestantes pro-palestinos dentro de su territorio, el país norteamericano enfrenta cuestionamientos similares a los que solía dirigirse hacia gobiernos autoritarios.
“Hoy por hoy, Estados Unidos no tiene suficiente autoridad moral para señalar a otros. La vara con la que mide a sus enemigos no siempre se aplica a sus aliados”, sostiene Whitson de DAWN.
Implicaciones geopolíticas
- Fortalecimiento del eje Washington-Riad: Empresas saudíes como Aramco y fondos soberanos como el PIF han incrementado sus inversiones en EE. UU.
- Desplazamiento del liderazgo europeo: Europa, tradicionalmente más crítica con Arabia Saudita, pierde posición frente al pragmatismo estadounidense.
- Rediseño del discurso sobre derechos humanos: Activistas temen que esta nueva etapa minimice causas como la libertad de prensa o la igualdad de género.
¿Qué sigue para la política exterior de EE.UU.?
En un contexto donde los precios del petróleo siguen influenciando decisiones geopolíticas y el ascenso de China como socio alienta a las naciones del Golfo a diversificar apoyos, Trump parece haber optado por un rumbo claro: negocios sin reprimendas morales.
Queda por ver cómo reaccionarán las nuevas generaciones de ciudadanos saudíes que, aunque beneficiados por ciertas reformas, siguen anhelando mayores libertades. También será clave observar si un eventual retorno de Biden u otro presidente cambia nuevamente el guion.
Por ahora, la era de la “diplomacia de valores” en la relación Estados Unidos-Arabia Saudita parece haberse archivado para dar paso a una etapa de transacciones más que transformaciones.