Diego Marín: El nuevo ‘César del Contrabando’ y cómo la DEA creó a su propio monstruo

La historia explosiva de cómo un presunto lavador del cartel de Cali logró construir un imperio criminal de $100 millones al año con ayuda (involuntaria y corrupta) de la DEA

Una historia de contrabando, corrupción e impunidad que desafía a toda lógica

En los bajos fondos del crimen organizado colombiano, pocos nombres generan tanto temor e intriga como el de Diego Marín. Nacido en Palestina, Caldas, Marín comenzó vendiendo dulces en la plaza del pueblo. Décadas después, se convertiría en uno de los lavadores de dinero más sofisticados del narcotráfico, manejando una red que llegaba a cuatro continentes y generaba más de 100 millones de dólares al año, según informes del Internal Revenue Service (IRS).

Sin embargo, el verdadero escándalo no radica solo en su habilidad para sortear a la justicia, sobornar políticos y manipular a las autoridades colombianas. La mayor sorpresa —y vergüenza institucional— la proporciona su relación con la DEA, la agencia estadounidense dedicada precisamente a la lucha contra el narcotráfico. Un agente corrupto, José Irizarry, habría sido corrompido por Marín al punto de convertirse en su protector, facilitador y hasta compadre.

El modus operandi: dinero, mercancías y “San Andresitos”

La especialidad de Marín era el lavado de dinero basado en comercio (“Trade-Based Money Laundering”, o TBML). Este método permite mover dinero sucio mediante la subdeclaración de mercancías, empresas ficticias y redes complejas de transporte internacional. Parte del contrabando que distribuía terminaba siendo vendido al por mayor en los célebres “San Andresitos” de Colombia: centros comerciales informales repletos de electrónicos y electrodomésticos a bajo precio.

Todo esto le permitió pasar casi tres décadas sin ser capturado, manteniéndose lejos del radar de forma oficial —aunque, como hoy sabemos, muy vigilado por agencias estadounidenses que, en teoría, deberían haberlo detenido mucho antes.

La DEA: ¿guardián o cómplice?

Marín fue, durante años, una especie de informante “fantasma” para la DEA. Según documentos del Departamento de Justicia y testimonios de más de una docena de agentes, Marín fue simultáneamente investigado, reclutado e incluso protegido por algunos miembros corruptos de la agencia. José Irizarry, agente puertorriqueño con un historial dudoso de ingreso, se convirtió en una pieza clave de este escándalo.

Irizarry no solo aceptó joyas, cenas de lujo, mujeres y hasta apartamentos de lujo por parte de Marín, sino que terminó colaborando activamente en maniobras de lavado de dinero, disfrazando operaciones bajo una tapadera oficial de la DEA: la operación “White Wash”.

White Wash fue presentada como una iniciativa para infiltrar y destruir la red de lavado de Marín pero, como lo descubriría una auditoría interna en 2020, los datos habían sido inflados, los resultados manipulados y una gran cantidad de dinero —más de 19 millones de dólares— sigue sin poder ser localizada.

White Wash: el gran engaño

White Wash” pretendía ser la punta de lanza de la DEA contra las estructuras de lavado basadas en comercio. Originalmente descrita como una operación destinada a erradicar actividades ilícitas asociadas a Marín, terminó siendo un sistema de fiesta constante, lujo desenfrenado y corrupción profunda, según revela un informe de 216 páginas.

Entre los “activos incautados” de la supuesta operación se incluyen dos pinturas de Van Gogh robadas encontradas por investigadores italianos, que no tenían relación directa con White Wash, pero fueron contabilizadas para inflar el impacto del operativo. En la realidad, la operación solo derivó en cinco condenas —una cifra escandalosamente baja para una supuesta red de tal magnitud— y en gastos operativos de la DEA que superaron los fondos incautados.

El “padrino” con cara de niño

El vínculo entre Marín e Irizarry trascendió los límites institucionales. Irizarry llegó a referirse a Marín como “una figura paterna”, e incluso lo nombró padrino de sus gemelos. A cambio, Marín obtuvo protección directa de operaciones encubiertas, desactivación de investigaciones y acceso a información privilegiada de cinco agencias federales estadounidenses.

Las fiestas incluían todo tipo de excesos: viajes en yate, lap dances pagados por sicarios y regalos para esposas y amantes. Uno de los sicarios, apodado “Iguana”, se jactó de haber asesinado a 15 personas en nombre de Marín, según los registros del caso.

La caída del telón

En 2020, la historia tomó un giro cuando Irizarry fue descubierto intentando bloquear la incautación de un contenedor con ropa, licor y cigarrillos de contrabando relacionado con Marín. La embajada de EE.UU. lo expulsó de Colombia, y poco después fue acusado y condenado a más de 12 años de prisión por lavado de dinero.

Marín, por su parte, fue arrestado recientemente en España —acusado de pagar sobornos a funcionarios públicos colombianos para garantizar que sus cargamentos no fueran detenidos—, y posteriormente huyó hacia Portugal, donde actualmente solicita asilo. Entre las revelaciones más explosivas está su supuesta donación ilegal por $125,000 al presidente colombiano Gustavo Petro, lo que pone en jaque incluso a la presidencia actual.

Una historia que recuerda a Whitey Bulger

Muchos funcionarios comparan este caso con el escándalo del FBI y Whitey Bulger: el notorio mafioso de Boston que también fue protegido por autoridades federales como informante. Buitrago, general de la policía colombiana ya retirado, lo resume así: “La DEA terminó creando un monstruo”.

Con el FBI, el IRS, el Departamento de Justicia y la DEA bajo la lupa, esta historia no solo expone una faceta oscura del narcotráfico, sino de las fallas estructurales del sistema global de justicia antidrogas.

¿Cuántos más como Marín hay por ahí?

El caso plantea preguntas alarmantes: ¿Cuántos otros ‘intocables’ existen bajo el manto de agencias supuestamente incorruptibles? ¿Hasta qué punto puede llegar la negligencia (o complicidad) de los agentes encargados de protegernos del crimen internacional?

Como dijo recientemente el presidente Petro: “Sé cuánto luchó Marín por llegar hasta mí. Pensó que yo era como los demás.” ¿Y si la diferencia entre un narco encarcelado y un magnate protegido por el Estado radicara solo en cuánto esté dispuesto a pagar?

Este artículo fue redactado con información de Associated Press