Una terminal sin salida: la crisis de personas sin hogar en el aeropuerto de Madrid

Cómo la falta de vivienda y el enfrentamiento político han convertido Barajas en un refugio improvisado para cientos de personas

Un nuevo hogar en la Terminal 4

Para Teresa, una mujer de 54 años, la rutina comienza todos los días a las 6 de la mañana, buscando empleo, una ducha y algo de ejercicio. Pero, a diferencia de la mayoría de los madrileños, Teresa regresa cada noche a la Terminal 4 del Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas, que ha sido su hogar improvisado durante los últimos seis meses.

Teresa no está sola. Se estima que cientos de personas sin hogar duermen hoy en los pasillos del tercer aeropuerto más transitado de Europa. El aeropuerto madrileño, que vio pasar a 66 millones de pasajeros en 2023 según Eurostat, se ha convertido también en refugio para quienes ya no pueden permitirse una vivienda en la creciente burbuja inmobiliaria de la capital española.

Una crisis habitacional desbordada

España atraviesa una de sus peores crisis habitacionales en décadas. Según el portal inmobiliario Idealista, el precio medio del alquiler casi se ha duplicado en la última década. Madrid y Barcelona encabezan el aumento con incrementos de hasta el 70% en algunas zonas desde 2015. Además, España cuenta con una de las proporciones más bajas de vivienda pública en Europa.

Esto ha dejado a miles de personas vulnerables: migrantes, jubilados, trabajadores informales, madres con hijos, y ahora, inquilinos que fueron expulsados de su vivienda por la subida incontrolada de precios. Muchos, como Teresa, están empleados, pero en condiciones irregulares que no les permiten costear un alquiler.

Vivir en el aeropuerto: ¿una solución o una trampa?

El aeropuerto de Madrid ha sido durante mucho tiempo un espacio de tránsito, pero para muchos se ha convertido en un destino final. Las personas sin hogar ocupan discretamente rincones de la terminal con mantas, carros de compras y sacos de dormir. Aprovechan los baños para la higiene diaria, los enchufes para cargar sus móviles y los pasillos para descansar.

Teresa dice que, aunque nunca imaginó vivir en un aeropuerto, la estabilidad relativa, la iluminación constante y cierta seguridad la convencieron de quedarse. Gracias a un empleo no oficial como cuidadora de una persona mayor, gana 400 euros al mes, lo justo para pagar una taquilla de almacenamiento, comida, transporte, y una suscripción al gimnasio donde puede ducharse.

Una política fallida y autoridades que se lavan las manos

Con el creciente número de personas habitando el aeropuerto, el operador AENA (Aeropuertos Españoles y Navegación Aérea), una empresa estatal cotizada en bolsa, anunció recientemente que limitará el acceso a las terminales en horas de baja afluencia. Exigirán mostrar billetes de avión para acceder, lo cual podría empujar a docenas a buscar refugio en bancos de parques o paradas de metro.

Sin embargo, esta medida ha desencadenado una guerra política entre el Ayuntamiento de Madrid y el gobierno central. AENA acusa al consistorio madrileño de "desidia" y de no brindar apoyo social adecuado, mientras que el ayuntamiento ha exigido que varios ministerios nacionales y la región de Madrid se involucren.

"Es como un perro persiguiéndose la cola", resume Marta Cecilia Cárdenas, una mujer colombiana de 58 años que duerme en la misma terminal.

La invisibilidad institucional

El ayuntamiento asegura haber prestado ayuda a 94 personas identificadas en abril, logrando reintegrar a 12 en instalaciones municipales. Pero organizaciones benéficas, como Cáritas o la Fundación RAIS, calculan que hay más de 400 personas viviendo de forma intermitente en el aeropuerto.

Además, muchas personas rechazan los centros de acogida debido a sus estrictas normas, falta de privacidad, horarios restrictivos o por sufrir trastornos mentales o de adicciones, realidades que confluyen en la terminal junto a personas como Teresa, que solo desean una oportunidad laboral formal.

El estigma del “okupa aeroportuario”

Teresa utiliza una palabra muy cargada de juicio en España: "okupa". "No podemos exigir nada. Somos okupas. Pero lo que queremos es ayuda, no nos están ayudando", señala con resignación, matizando que está consciente de habitar una propiedad que no les pertenece.

El término aparece con frecuencia en el discurso político, a menudo asociado a personas que invaden viviendas vacías. Sin embargo, este fenómeno aeroportuario plantea una realidad diferente: es gente que trabaja, intenta solventarse con dignidad y ha sido empujada al límite por causas estructurales fuera de su control.

Cuando la precariedad atraca en la pista de aterrizaje

Madrid-Barajas no es el único aeropuerto europeo donde se ha desarrollado este fenómeno, pero su escala ha captado la atención nacional. Desde hace meses, vídeos y reportajes han denunciado las condiciones insalubres y la falta de atención institucional. Las autoridades han reaccionado tarde. Y mientras se debaten estrategias, las personas continúan sobreviviendo entre el bullicio de viajeros y el eco constante de anuncios de embarque.

Elena, otra residente involuntaria del aeropuerto, explica: "Aquí escuchamos cada día a gente que va de vacaciones, y lo único que deseamos es tener un lugar donde dormir sin miedo". Su voz se apaga entre el sonido metálico de maletas rodando.

¿Dónde está el derecho a la vivienda?

La Constitución Española garantiza el derecho a una vivienda digna (Artículo 47), pero este derecho rara vez se traduce en una obligación para los poderes públicos. Las ONG exigen un plan nacional de vivienda accesible, un refuerzo en los albergues y alternativas a las políticas de seguridad que solo buscan "limpiar" el espacio público sin atender la raíz del problema.

En palabras de Lucía Martín, portavoz municipal en temas de igualdad: “Sin el Gobierno central y la Comunidad de Madrid a nuestro lado, es imposible una solución.”

Mientras tanto, las medidas coercitivas como el cierre parcial del aeropuerto sólo trasladan el problema, no lo solucionan.

Voces desde el suelo

"Nunca te acostumbras, pero terminas aceptándolo", dice Teresa entre anuncios de salida. Su mayor deseo es conseguir un empleo estable para salir del aeropuerto de una vez por todas.

En una Europa que se enorgullece de sus avances sociales, las escenas en la Terminal 4 de Barajas retan la narrativa del progreso. A falta de acciones coordinadas y sostenibles, el aeropuerto sigue actuando como refugio involuntario —una pista sin salida para cientos de ciudadanos olvidados.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press