Wes Anderson y su mundo encantado: Anatomía emocional de ‘The Phoenician Scheme’ y la inquietud creativa de un cineasta singular

En Cannes, el director texano presenta su nuevo filme, viaja en autobús con su elenco estelar y lanza una reflexión íntima sobre el paso del tiempo, el arte de dirigir y lo que significa crear en un mundo donde la industria ha cambiado radicalmente.

Un autobús, un Cannes, una película

Cada año en Cannes, mientras otros directores llegan en los negros y relucientes coches oficiales de los festivales, Wes Anderson aparece de una forma singular: en su propio autobús, junto a los actores de su última película. Un gesto excéntrico, sí, pero también profundamente simbólico de lo que Anderson representa: una visión fílmica profunda, meticulosamente estilizada y siempre fiel a sí misma.

En 2025, ese autobús llega con "The Phoenician Scheme", su más reciente obra que se estrena en el prestigioso certamen de la Riviera Francesa. Benicio del Toro, Scarlett Johansson, Michael Cera, Mia Threapleton y Bryan Cranston lo acompañan, tanto en pantalla como en el viaje literal hacia el corazón del cine de autor contemporáneo europeo.

Un cineasta de rituales improbables

Para quienes siguen su carrera desde el debut con "Bottle Rocket" en 1996, la idea de Anderson como un director de ritos únicos no es novedad. El director texano ha tallado su leyenda con una estética que mezcla el teatro de títeres, las postales vintage y una simetría obsesiva que transforma cada segundo de metraje en una obra de orfebrería visual. Sin embargo, bajo ese hermetismo visual, laten emociones profundas: las ausencias familiares, la melancolía inherente a crecer y los vínculos rotos que buscan (y a veces encuentran) redención.

El legado sentimental de "The Phoenician Scheme"

En "The Phoenician Scheme", Anderson añade un nuevo capítulo a ese catálogo emocional. La película narra la historia de Zsa-Zsa Korda (Del Toro), un magnate que decide dejar su fortuna — de procedencia cuestionable — a su hija novicia, interpretada por Mia Threapleton. Es un filme más compacto que los anteriores, una especie de thriller cómico con tintes poéticos, que según algunos críticos recuerda a "The Royal Tenenbaums" en tono, pero con la ligereza de pasajes de "Moonrise Kingdom".

La historia no solo carga consigo la marca indeleble del estilo Anderson, sino también una nueva sensibilidad que podría atribuirse al Wes padre: "No escribí esta historia para hablar de mí como padre", afirma, "pero no creo que este personaje hubiese tenido una hija, si yo no tuviera una también". Desde su experiencia personal, Anderson infiltra humanidad incluso en personajes construidos sobre la caricatura.

Benicio del Toro: un rostro que impulsa la narrativa

La chispa de inspiración de Anderson para comenzar “The Phoenician Scheme” fue nada menos que el rostro de Del Toro. “No comencé con un guion", cuenta, "sino con la imagen de Benicio en primer plano". Esta declaración revela una constante andersoniana: su cine se origina con frecuencia en la fascinación por los actores, más en sus rostros que en sus historias.

Así como Ralph Fiennes era la clave para “Grand Budapest Hotel” o Bill Murray lo fue para “Rushmore”, Del Toro representa aquí una nueva musa cinematográfica. Un rostro que expresa conmoción, ternura, poder y desesperación, todo esto sin decir una palabra. Anderson subraya su magnetismo — ese que ya pulió en “The French Dispatch” — y lo lleva a un nuevo nivel narrativo.

Sobre el paso del tiempo: retrospectivas y reflexión

Anderson tiene 56 años. Y aunque muchos pensarían que eso apenas equivale a la madurez de un autor, el propio director admite sentir el paso de las décadas. Mientras su hija juega en casa con los títeres de "Fantastic Mr. Fox", la Cinémathèque de París le dedica una retrospectiva con objetos originales, guiones, vestuarios y escenografía rescatados de su propio archivo personal. La exposición se convierte en un acto de memoria, no solo de su cine sino de su vida.

"Revisar todo lo que hemos guardado fue una experiencia increíble — explica Anderson — había cosas que ni recordaba tener, y otras que mi hija ha convertido en parte del mobiliario familiar".

La industria que ya no es la misma

En un momento de la conversación, Anderson lanza una de las reflexiones más crudas que ha ofrecido en los últimos años sobre la situación de la industria cinematográfica: "El camino que yo tomé ya no está disponible". Y no exagera. Dirigir películas con estética autoral, lejos de las exigencias comerciales del streaming o del espectáculo pirotécnico de Hollywood, parece un privilegio en vías de extinción.

“No sé si mis primeras películas se hubiesen producido hoy. No con ese apoyo ni esa escala. No veo cómo alguien de 25 años podría hacer eso ahora”, confiesa. Sus palabras son tanto un homenaje a la fortuna de haber tenido un inicio artístico distinto como una advertencia para los nuevos creadores.

Gene Hackman y los conflictos creativos

Uno de los momentos más emotivos de la entrevista llega cuando recuerda su trabajo con Gene Hackman, uno de los protagonistas de "The Royal Tenenbaums". "Hackman, posiblemente uno de los mejores actores de todos los tiempos, era intensamente complicado", dice. Aunque el veterano actor terminó apreciando su trabajo en la película, el proceso de rodaje fue tenso. “A veces rozaba lo abusivo'', reconoce Wes entre risas nerviosas. Y sin embargo, aquello fue formativo para el joven cineasta: aprender a comunicarse durante el conflicto, sacar provecho de la incomodidad emocional y entender los límites del otro. "Lo que más me hubiera gustado”, dice, “es haber pausado el rodaje tres días, editar algunas escenas y mostrárselas: ‘esto es lo que estamos haciendo’. Quizá todo habría sido más amable".

Un cine para adultos hecho con alma de niño

"Tus películas no son para niños, pero es como si lo fueran... para cuando esos niños crezcan", dijo Jason Schwartzman una vez a Anderson. Una frase tan perspicaz que el propio director no puede evitar reírse y coincidir.

El cine de Anderson, más allá de sus formas calculadas, posee una ingenuidad emocional que suele perderse en el cine contemporáneo. Sus personajes, profundamente heridos, se expresan con lógica de cuento: sus decisiones son autoprotección emocional, incluso si el mundo las llama excentricidad.

Esta cualidad intangible conecta su cine con la infancia, no por temática sino por emoción. Esa misma emoción que lo ha mantenido como uno de los pocos cineastas “grandes” actuales que puede seguir explorando, con libertad y presupuesto, mundos interiores sin comprometerse con el algoritmo.

Lo que sigue: la devoción y la sinceridad

En “The Phoenician Scheme”, uno de los personajes repite en cierto momento: “Lo que importa es la sinceridad de tu devoción”. Para muchos, puede parecer una frase cursi o críptica. Para Wes Anderson, es un manifiesto. Su cine — tenazmente devoto al diseño, a su elenco, a los matices de las relaciones humanas — sigue ofreciendo un espacio donde la sinceridad aún importa.

Mientras cientos de películas son tragadas por el algoritmo o por la velocidad de plataformas que no permiten digerir ni sentir, Wes Anderson sigue subido en su autobús, avanzando, con sus actores, amigos y arte, por la carretera de Cannes hacia otro destino — no siempre claro, pero sin duda, genuino.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press