Donald Trump y la batalla por el alma del arte en EE.UU.: una cruzada ideológica desde el Kennedy Center
El expresidente transforma el Kennedy Center en un faro cultural conservador, desatando tensiones sin precedentes en el panorama artístico nacional
Un centro cultural bajo nueva dirección
El Centro John F. Kennedy para las Artes Escénicas, símbolo de la cultura estadounidense desde su apertura en 1971, ha sido durante décadas un espacio de encuentro entre tradición artística y diversidad cultural. Pero en los últimos años ha vivido una sacudida tan dramática como polémica. El regreso de Donald Trump a la presidencia no solo ha significado un reacomodo político, también ha inaugurado una transformación ideológica del ecosistema cultural norteamericano con el Kennedy Center como epicentro.
Desde febrero, Trump no solo asumió la presidencia directa del consejo del centro —rompiendo protocolos históricos—, sino que también se encargó de remodelar su composición con aliados ideológicos y personas de su círculo más cercano: Susie Wiles, jefa de gabinete de la Casa Blanca; Pam Bondi, Fiscal General; Usha Vance, esposa del vicepresidente JD Vance, y el cantante Lee Greenwood, famoso por su tema patriótico “God Bless the USA”.
El fin de la neutralidad cultural
Para Trump, el Kennedy Center se había convertido en un bastión del liberalismo y la "agenda woke". “Era terrible”, afirmó en una de sus múltiples intervenciones, al calificar la programación previa como sesgada hacia la izquierda. En sintonía con ese diagnóstico, su administración canceló eventos destinados a celebrar los derechos LGBTQ+ durante el World Pride de este verano en Washington y retiró fondos federales ya otorgados a centros culturales.
En su propuesta presupuestaria más reciente, Trump apuesta por eliminar la National Endowment for the Arts (NEA) y la National Endowment for the Humanities (NEH), lo que significaría un desmantelamiento sin precedentes del apoyo estatal a las artes en EE.UU. Desde 1965, estas entidades han otorgado más de $5 mil millones en fondos a proyectos culturales de todo el país.
Del arte apolítico al arte patriótico
El Kennedy Center, que fue escenario de reconocimientos ilustres como los premios a Arthur Miller bajo Ronald Reagan o exhibiciones de pinturas de George W. Bush, había mantenido un delicado equilibrio entre gobiernos de distinto signo ideológico. Pero ahora, bajo mandato trumpeano, se le exige fidelidad a una visión explícita de lo que significa la cultura americana.
Las instalaciones también están siendo modificadas en lo estético. Ahora, su iluminación exterior es permanentemente roja, blanca y azul. Además, Trump expresó desdén por la expansión de “The Reach”, un anexo del centro con estudios y espacios creativos construidos en 2019, diciendo que no tenía ventanas e insinuando que podría cerrarlo.
Resistencia desde las trincheras artísticas
La respuesta del mundo cultural no se ha hecho esperar. El elenco del musical Hamilton canceló funciones previstas en marzo y abril. Estrellas como Issa Rae y Rhiannon Giddens suspendieron sus actuaciones programadas. En un caso sin precedentes, el elenco de Les Misérables anunció que durante la visita de Trump el 11 de junio posiblemente actuarán únicamente suplentes, en señal de boicot.
La congresista demócrata por Nevada, Dina Titus, lo resumió en una columna reciente: “Lo que alguna vez fue una institución no partidista dedicada a las artes ahora está bajo control directo de un presidente deseoso de imponer su visión ideológica”.
Arte, propaganda o control narrativo
Para muchos expertos, lo que Trump está promoviendo es más que una reforma administrativa; representa un esfuerzo por redefinir el ADN cultural de Estados Unidos. La periodista cultural Anne Midgette opinó en The Atlantic que “este momento recuerda al arte estatal promovido por regímenes autoritarios, donde las expresiones artísticas se alinean con el nacionalismo y hieren la libertad expresiva”.
No es la primera vez que un gobierno interviene culturalmente. Durante la Guerra Fría, Estados Unidos financió exposiciones con contenido liberal y antibélico para mostrar su superioridad moral ante la Unión Soviética. La diferencia hoy, según críticos, es que ese mismo aparato ahora busca estrechar la pluralidad, no ampliarla.
Un precedente en la era Reagan
Ronald Reagan también favoreció el esencialismo patriótico en las artes, pero sin intervenir de forma directa en la programación del Kennedy Center. En contraste, Trump no oculta su deseo de “arreglar lo que está roto” según sus propios términos: “Vengan y miren una presentación ahora. Con el tiempo, todo mejorará. Y tendremos buenos espectáculos”, afirmó reiterando su visión transformadora.
Durante su primer mandato, Trump fue el único presidente en esquivar sistemáticamente asistir a los Kennedy Center Honors. Ni siquiera asistió cuando fue homenajeado Norman Lear, quien incluso le advirtió que no lo haría si él se presentaba. Ahora, sin embargo, ha pasado de evitar el centro a dominarlo por completo.
¿Qué está en juego realmente?
Este redireccionamiento político-cultural pone sobre la mesa preguntas profundas: ¿debería un gobierno moldear el arte nacional según su visión política? ¿Dónde termina la gestión pública y empieza la imposición ideológica?
Algunos artistas y gestores culturales temen un efecto dominó. Si el Kennedy Center, ícono del ecumenismo cultural, se alinea con una ideología específica, otras instituciones podrían seguir su ejemplo para mantener financiamiento estatal. Ser "patriótico" según un estándar oficial podría volverse un requisito, algo que resuena más con realidades del siglo XX europeo que con el espíritu estadounidense.
Una nueva era cultural o una alerta roja
Mientras el público espera ver si las promesas de “muy buenos espectáculos” se traducen en contenido de calidad o simplemente en propaganda conservadora, el debate se intensifica. La cultura no es solo arte: es memoria, identidad y motor de cambio.
Y ahora mismo, la pregunta más incómoda que muchos se hacen es: ¿quién escribe la historia cultural de Estados Unidos cuando el telón cae cada noche en el Kennedy Center?
Una cosa es clara: la disputa por el alma cultural de Estados Unidos ha comenzado, y su principal escenario tiene nombre propio —y, hoy más que nunca, también el sello de un presidente.