El busto perdido de Jim Morrison: el mito, la tumba y el retorno inesperado
A casi cuatro décadas de su robo, la escultura del líder de The Doors reaparece en París y revive la leyenda que rodea su vida, muerte y legado artístico
Una leyenda hecha mármol y bronce
Jim Morrison, símbolo del rock psicodélico de los años 60, ha trascendido en el imaginario colectivo mucho más allá de sus años activos con The Doors. En 1981, diez años después de su prematura muerte a los 27 años en París, se instaló un busto de bronce en su tumba ubicada en el cementerio Père-Lachaise, famoso por albergar los restos de otras figuras culturales como Oscar Wilde, Marcel Proust y Edith Piaf.
La escultura fue obra del artista croata Mladen Mikulin y pesaba unos 136 kilos (300 libras). Representaba la cabellera ondulada, la expresión melancólica y el aura casi mística que caracterizaba a Morrison. Sin embargo, en 1988, el busto desapareció sin dejar rastro, lo que añadió una capa más al mito de Morrison, rodeado ya de rumores sobre su muerte, visiones chamánicas y un culto de seguidores que viajan desde todas partes del mundo a rendirle homenaje.
El misterioso regreso
En mayo de 2025, más de 37 años después de aquel robo enigmático, la policía parisina anunció que la escultura había sido hallada durante una investigación no relacionada llevada a cabo por una unidad antifraude financiera. Fue un giro inesperado digno de una novela policiaca.
No se han revelado detalles sobre cómo fue hallada la pieza, en qué condiciones se encontraba ni si será devuelta a su emplazamiento original. Las redes sociales estallaron con pedidos para restituirla a la tumba de Morrison, en parte para revitalizar esa «experiencia mágica» que muchos vivieron décadas atrás visitando el lugar.
“Sería increíble si volvieran a colocar el busto donde estuvo. Atraería muchísima más gente, aunque el cementerio quizás no podría soportarlo”, comentó Jade Jezzini, guía turística en París, al portal local Le Paris Culturel.
Père-Lachaise: entre la tranquilidad y el culto rockero
El cementerio Père-Lachaise ha sido durante años un refugio para amantes de la literatura, la música y la historia. Pero desde la década de los 80, la tumba de Jim Morrison se convirtió en un sitio de peregrinación lleno de grafitis, botellas de licor, flores, poemas y velas. Algunos años incluso se organizaban encuentros en los aniversarios de su muerte. En el 50º aniversario, en 2021, más de 2.000 personas se congregaron en silencio y canto frente a su lápida.
La desaparición de la escultura volvió ese lugar algo más austero, más «plano», como lo describen algunos visitantes. Sam Burcher, una artista británica, recuerda su primera visita a la tumba en los años 80:
“El busto era mucho más modesto que los imponentes mausoleos cercanos. Pero lo que más me sorprendió fue la atmósfera: había música, gente bailando, fumando. Era como una ceremonia pagana espontánea”.
Jim Morrison: el vivo en el muerto
Morrison y The Doors irrumpieron en la escena musical en 1965 en Los Ángeles junto a Ray Manzarek, Robby Krieger y John Densmore. Su álbum debut The Doors (1967) incluyó himnos como Break on Through (To the Other Side) y The End, mientras que Light My Fire alcanzó el número 1 en Billboard.
Su paso por la música fue breve pero incendiario. Sus letras cargadas de simbolismo, temas oscuros y existencialismo, mezcladas con su presencia escénica —camisa abierta, pantalones de cuero y mirada perdida—, crearon un personaje que incluso llegó a llamarse a sí mismo «El Rey Lagarto».
Al final, aquello por lo que fue idolatrado —su intensidad emocional y espiritual— también pareció consumirlo. En 1971, tras lanzar el álbum L.A. Woman, Morrison se mudó a París con su pareja Pamela Courson buscando tranquilidad. Murió meses después, en su bañera, de un paro cardíaco, según el reporte oficial.
Misterios, películas y resurrecciones
No hubo autopsia, lo cual dio pie a múltiples teorías conspirativas: sobredosis, suicidio, asesinato… incluso rumores de que fingió su muerte y aún vivía. Este tipo de mitología fue avivada por la película “The Doors” (1991) dirigida por Oliver Stone y protagonizada por Val Kilmer, quien se mimetizó con el cantante de manera sobrecogedora. La cinta relanzó el interés por Morrison, y por un tiempo, la tumba volvió a ser epicentro de fanáticos y curiosos.
El propio busto robado era ya parte de esa narrativa mística. Algunos decían que fue sustraído por un admirador que quiso “liberarlo” del statu quo; otros sugieren que fue una protesta artística. La historia real sigue sin contarse del todo.
¿Devolver o no devolver?
Ahora que el busto ha sido hallado se abre un nuevo debate: ¿debe reubicarse en la tumba? Por un lado, restauraría el sentido original del monumento y atraería nuevas generaciones de visitantes. Sin embargo, la administración del cementerio y las autoridades culturales francesas podrían declinar esto por motivos de seguridad y conservación del patrimonio.
Desde 2001, las medidas de seguridad alrededor de la tumba han sido más estrictas. Se instalaron cámaras, se prohibió fumar y beber, y algunos grafitis fueron limpiados. “El busto podría volver solo si se garantiza su integridad”, comentó Étienne Cazeneuve, historiador de arte y conservador del cementerio. “Debemos recordar que esto es también un espacio de descanso para otros”.
El culto contemporáneo
Jim Morrison sigue siendo una figura única en la cultura pop. No encaja del todo en el molde de estrella de rock, poeta maldito o rebelde contracultural, porque era todas esas cosas al mismo tiempo. Fans continúan dejando flores, botellas de absenta y poemas escritos a mano en su tumba. Hay quienes dicen que su espíritu aún deambula por el barrio parisino de Le Marais.
Desde 1971 han surgido más de 20 biografías sobre Morrison, documentales, álbumes recopilatorios y adaptaciones teatrales de sus poemas. En 2023 se publicó una canción inédita que contenía grabaciones de voz de sus diarios mezcladas con sesionistas contemporáneos. Aunque su cuerpo esté bajo tierra, su presencia se mantiene viva.
Quizás eso explica por qué el hallazgo del busto resuena más allá de la anécdota criminal: es una señal de que el mito no se desvanece, sino que encuentra nuevas formas de manifestarse. En bronce, en versos o en generaciones que aún encuentran en sus palabras un espejo de rebeldía e intensidad.