Pickleball en la iglesia: el deporte que une fe, comunidad y diversión

Las iglesias de Estados Unidos adoptan el pickleball como vía innovadora para el encuentro social y espiritual

En un gimnasio al sur de Chicago, lejos de los púlpitos y los himnarios, el sonido predominante no es un himno devocional ni una oración en voz alta, sino el eco de una pelota rebotando contra una paleta y las risas de personas mayores y jóvenes compartiendo una cancha improvisada. El deporte que causa furor no es el baloncesto ni el voleibol. Es pickleball, el juego que está revolucionando no solo el mundo del fitness, sino también el ministerio comunitario en las iglesias.

¿Qué es el pickleball?

El pickleball es un deporte de pala que combina elementos del tenis, bádminton y ping-pong. Se juega en una cancha similar a la de bádminton, pero con red baja y palas sólidas. Inventado en 1965 por tres padres en Washington buscando entretener a sus hijos aburridos un verano, hoy es una de las actividades deportivas de más rápido crecimiento en Estados Unidos.

De hecho, unos 20 millones de estadounidenses jugaron pickleball en 2024, de acuerdo con cifras de la Sports & Fitness Industry Association (SFIA). Su popularidad se debe a que es accesible para personas de todas las edades y niveles de habilidad. Basta poco tiempo para comenzar a divertirse.

Pickleball y la iglesia: un inesperado matrimonio

Aunque el deporte ha ganado fuerza en clubes y centros comunitarios, en los últimos años también ha encontrado un espacio sorprendente: las iglesias. Congregaciones, desde megatemplos urbanos hasta pequeñas capillas en zonas rurales, están incorporando el pickleball como herramienta de conexión social y espiritual.

En el centro deportivo Adventure Commons, gestionado por la Adventure Christian Church en Bourbonnais, Illinois, el pickleball es ya parte de la rutina semanal. Kathy Henricks, exagente inmobiliaria jubilada y miembro de la iglesia, fue una de las impulsoras: “Dije: ‘¿Por qué no tenemos pickleball?’ Y un tiempo después, teníamos redes y estábamos listos para jugar”.

Una forma moderna de evangelización

Para muchos pastores, el pickleball es más que un juego: es una nueva puerta de entrada a la fe. Todd Katter, pastor del campus Huntley de Willow Creek Community Church, ha organizado eventos donde participan hasta 150 personas. “Es un patio de recreo para adultos”, dice. “Antes la gente iba a Starbucks a pasar el rato. Hoy pasan en auto, recogen su bebida, y se van a jugar pickleball.”

En Glenview, Illinois, Hope Community Church, nacida en la pandemia, vio en la actividad una manera de elevar el compromiso comunitario. El pastor Jason Young recuerda cómo un torneo de vóleibol lo acercó a la religión hace décadas y ahora replica esa experiencia con el pickleball: “El deporte y la amistad me hicieron abrirme a la fe”.

Una actividad inclusiva y generacional

Kay Seamayer, de 85 años y exatleta competitiva, se unió con entusiasmo a los partidos ofrecidos por la First Baptist Church en Dallas. Aunque aún compite en basquetbol 3-en-3, admite que jugar en la iglesia ha implicado controlar su lado competitivo, guiada —según ella— por un mensaje divino: “No tienes que competir en todo. Tranquilízate, ayuda a los demás y juega por diversión”.

El pickleball es, según lo expresado por muchos de estos jugadores, una actividad sin barreras: no hay límite de edad, género o afiliación religiosa. Su facilidad para integrarse socialmente lo ha posicionado como un espacio neutral, incluso terapéutico.

Pickleball como estrategia pastoral

Las iglesias están usando el pickleball como parte de sus ministerios deportivos. En Dallas, First Baptist ofrece ligas durante otoño e invierno, con sesiones que inician con una oración y una reflexión espiritual.

“Muchos participantes no son miembros de la iglesia”, explica Brent McFadden, encargado del ministerio deportivo. “Y eso está bien. Este es un punto de entrada fácil para personas escépticas a asistir directamente a un servicio religioso”.

En Gilford Community Church, New Hampshire, incluso el reverendo Michael Graham, quien se muestra reticente a muchas modas, sucumbió al encanto del pickleball al recibir una paleta de regalo de cumpleaños. Aunque pospuso su debut por una cirugía, celebró la expansión en el centro juvenil del templo: “Hoy tenemos tres canchas activas. La comunidad lo demandaba”.

Una solución económica y funcional

La sencillez del equipo y montaje lo hacen ideal para espacios religiosos. En Worcester, Massachusetts, la Iglesia Armenia Ortodoxa de Nuestro Salvador transformó su auditorio multifuncional en dos canchas de pickleball temporales, gracias a cinta adhesiva para marcar líneas.

“Tarda media hora prepararlas y unos minutos limpiarlas después”, comenta Bryan Davis, miembro de la congregación. Los jugadores pagan $5 por sesión, fondos que se destinan al mantenimiento y la compra de equipamiento. “Incluso el sacerdote vino a jugar. Le encantó. Fue algo maravilloso”.

No solo salud física, sino emocional

Terrie Golwitzer, jugadora frecuente en Adventure Commons, destaca lo social del deporte: “Después de 10 minutos, me enganché. Ahora juego tres días a la semana y tenemos un grupo de chat con amigos que conocí aquí”.

En un contexto social polarizado y sobrecargado de discusiones políticas y sobresaltos culturales, el pickleball aparece como un espacio libre de tensiones. “Aquí nadie discute sobre política. Es un alivio”, dice Golwitzer. “Y sí, pickleball es ejercicio, pero sobre todo se trata de las personas”.

Pickleball como tercer espacio

El concepto de “tercer espacio”, acuñado por el sociólogo Ray Oldenburg, se refiere a lugares fuera del hogar o del trabajo donde las personas construyen comunidad y conexión. Durante décadas, las iglesias han tratado de convertirse en ese espacio. Hoy, el pickleball podría ser el puente perfecto.

Más allá de su función estructural, muchas iglesias ven en el pickleball una estrategia pastoral contemporánea, digna del siglo XXI. Es accesible, acogedor, divertido y contribuye a otro valor fundamental: el bienestar integral.

Quizás lo más importante no sea el resultado de los partidos, sino la mezcla de risas, confesiones, nuevos lazos y fe que brota entre paletazos, servicios cortos y pelotazos fallidos.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press