La cruzada contra los estudiantes internacionales: Harvard, ICE y la nueva guerra ideológica en EE.UU.
Del castigo a Harvard a la batalla judicial por las visas estudiantiles: cómo la administración Trump reconfigura la educación internacional en Estados Unidos
Por mucho tiempo, Estados Unidos fue el destino por excelencia para los estudiantes internacionales. Universidades prestigiosas, oportunidades laborales y una cultura académica vibrante eran parte del atractivo del llamado sueño americano. Sin embargo, bajo la administración de Donald Trump —y ahora con su posible regreso— este sueño puede estar en peligro. Las decisiones recientes contra Harvard y miles de estudiantes internacionales lo ilustran claramente.
Un ataque sin precedentes contra Harvard
El Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés) revocó la autorización de Harvard para matricular estudiantes internacionales, una medida drástica que afecta no solo a la reputación global de la universidad, sino a más de 6.800 estudiantes extranjeros que actualmente cursan estudios en su campus en Cambridge, Massachusetts.
La administración argumentó que Harvard se había convertido en un “entorno inseguro” por permitir supuestas agresiones a estudiantes judíos y por presuntas relaciones con el Partido Comunista Chino. Para los críticos, sin embargo, se trata de una retaliación política disfrazada de seguridad nacional.
“Esta acción retaliatoria amenaza con causar graves daños a la comunidad de Harvard y socava nuestra misión académica y de investigación”, afirmó la universidad en un comunicado oficial. La presión ejercida por el DHS para entregar grabaciones de estudiantes extranjeros que participaron en protestas también ha sido tachada de vigilancia ideológica.
La ofensiva de ICE contra estudiantes internacionales
La revocación contra Harvard es solo un elemento más de una ofensiva más amplia. En abril de 2025, más de 4.700 estudiantes internacionales perdieron repentinamente su permiso para estudiar en EE.UU., sin previo aviso ni explicación suficiente. Los estudiantes se vieron atrapados en una maraña burocrática provocada por decisiones erráticas de Inmigración y Control de Aduanas (ICE).
Según testimonios judiciales, ICE había cruzado los nombres de los titulares de visas F-1 con una base de datos del FBI que incluía personas sospechosas o anteriormente arrestadas, aunque nunca procesadas. Esta medida provocó la cancelación masiva de permisos sin una revisión individualizada, afectando directamente la vida y el futuro de miles de jóvenes.
Una respuesta judicial clave
Frente a estos hechos, el juez federal Jeffrey S. White, de la Corte de Distrito de California, intervino para frenar esta persecución cultural y educativa. Emitió una orden judicial a nivel nacional que impide al gobierno deportar o trasladar a estudiantes mientras el caso judicial siga su curso.
White argumentó que las acciones de ICE “produjeron un caos que impactó no solo a los demandantes, sino a todos los no inmigrantes en Estados Unidos con visas de estudiante”. A pesar de que ICE afirmó haber restituido el estatus legal, el juez valoró que el daño ya estaba hecho: una revocación registrada en sus archivos podría dificultar futuras renovaciones de visa.
La decisión judicial también subrayó la práctica cuestionable de la administración de modificar políticas a última hora sólo para esquivar una sanción judicial, describiéndolo como un “juego de whack-a-mole regulatorio”.
¿Reformas migratorias o persecución selectiva?
Este nuevo enfoque no solo plantea dudas legales, sino éticas. La política migratoria, según la retórica de Trump y su equipo, estaría diseñada para proteger la seguridad estadounidense. Sin embargo, organismos como el AP-NORC Center for Public Affairs señalan que el 50% de los adultos en EE.UU. se oponen a revocar visas por protestas políticas, y esa cifra se eleva al 60% entre ciudadanos con educación universitaria.
Esta disparidad de opiniones revela un conflicto cultural. ¿Se trata de reformar un sistema migratorio saturado o de imponer una visión nacionalista excluyente y represiva?
Harvard y el prestigio en juego
La medida contra Harvard pone al país en una disyuntiva diplomática y educativa. Más del 25% del alumnado en Harvard es internacional, y proviene de más de 100 países. Como ejemplo, solo China representa más de 350 estudiantes de posgrado de la universidad. Además, numerosos premios Nobel, emprendedores tecnológicos y diplomáticos globales han salido de sus aulas.
Perder la capacidad de atraer estos talentos no solo afectaría a Harvard, sino al prestigio académico de todo el país. En palabras de la UNESCO, “la movilidad académica internacional está en el corazón de la innovación científica y técnica del siglo XXI”.
La narrativa de la amenaza interna
La narrativa del DHS guía estos movimientos con un argumento recurrente: los campus universitarios estarían siendo infiltrados por actores extranjeros hostiles, especialmente desde China o grupos radicales. Así, la inteligencia académica se convierte en un campo de batalla ideológico. No resulta irónico que universidades como Harvard, Yale u otras Ivy League se hayan visto bajo la lupa en una era de nacionalismo revanchista.
El concepto de “seguridad nacional” parece estar siendo manipulado para justificar expulsiones y restricciones contra quienes ejercen sus derechos democráticos, como protestar o manifestarse contra posturas oficiales.
Un precedente peligroso para la educación superior
Si este tipo de políticas se consolida, podrían surgir efectos secundarios en cadena:
- Pérdida de credibilidad de universidades estadounidenses ante estudiantes extranjeros.
- Desviación de talentos hacia países como Canadá, Reino Unido y Australia.
- Recesión académica en investigación de alto nivel.
- Impacto económico directo (según NAFSA, los estudiantes internacionales generaron en 2023 más de $33 mil millones para la economía estadounidense).
La autonomía universitaria entra también en tensión. Si una administración puede cancelar autorizaciones por desacuerdos políticos, ¿qué detiene al gobierno de utilizar ese poder para moldear ideológicamente el sistema educativo?
¿Un sistema en retroceso o una llamada a la acción?
Los ataques a Harvard y la revocación masiva de visas recuerdan épocas más oscuras de censura y vigilancia, como la era del maccarthismo. Pero ahora el escenario es global: en 2024, más de 1 millón de estudiantes internacionales cursaban estudios en Estados Unidos, según el Institute of International Education. Estas decisiones, por tanto, tienen repercusiones internacionales.
Las políticas actuales podrían llevar a un efecto boomerang: menos estudiantes vendrán, menos diversidad cultural se cultivará y, a largo plazo, EE.UU. perderá soft power y liderazgo académico.
Mientras tanto, universidades como Harvard luchan por conservar su independencia frente a una presión sin precedentes. Y los estudiantes internacionales, que llegaron con sueños y becas, se encuentran ante la pesadilla de la deportación.
La pregunta final no es si estos ataques son legales o si pueden sortear temporalmente los filtros judiciales. La pregunta es: ¿Qué tipo de país quiere ser Estados Unidos? ¿Uno que acoge conocimiento sin importar su origen o uno que lo deporta si incomoda al poder?
Es tiempo de que el sector académico, empresarial y político defienda con fuerza una educación internacional libre, crítica y segura. Porque en última instancia, proteger a los estudiantes internacionales es proteger el alma del conocimiento.