Heysel: La tragedia que cambió para siempre al fútbol europeo
A 40 años del desastre de Heysel, recordamos el día más oscuro del fútbol y cómo ese episodio marcó un antes y un después en el deporte rey
Una noche que debía ser gloriosa
El 29 de mayo de 1985 debía ser una noche de celebración. El Estadio de Heysel en Bruselas era el escenario designado para la final de la Copa de Europa, un enfrentamiento titánico entre Juventus y Liverpool, dos gigantes del fútbol europeo en su máxima expresión. En vez de convertirse en una fiesta deportiva, aquella jornada quedó marcada como una de las mayores tragedias del fútbol moderno: 39 personas murieron y más de 600 resultaron heridas en hechos de violencia y caos que conmocionaron al mundo entero.
Un entorno contaminado por la violencia
Para comprender lo que ocurrió en Heysel, es esencial mirar el contexto del fútbol europeo —y particularmente el inglés— en los años 80. En palabras del The Sunday Times, el fútbol británico era visto entonces como "un deporte de tugurio jugado en estadios de tugurio y seguido por gente de tugurio". Una descripción cruel, pero no del todo alejada de la realidad.
El hooliganismo, el racismo, el consumo desmedido de alcohol y la falta de infraestructura moderna eran una bomba de tiempo. Solo semanas antes de Heysel, una pelea entre aficionados del Birmingham City y del Leeds United había resultado en la muerte de un adolescente, mientras que un incendio en el estadio de Bradford había cobrado la vida de 56 personas.
El estadio en ruinas
Heysel, un estadio con capacidad para 55.000 personas, parecía salido de otra época. Tenía gradas de pie sin numerar, paredes frágiles, cercas tipo gallinero y señales visibles de deterioro estructural. La seguridad fue insuficiente desde todos los ángulos: demasiado pocos policías, mal diseño en la disposición de los aficionados y sectores "neutrales" colocados peligrosamente cerca de las barras más radicales.
En particular, muchos aficionados de la Juventus terminaron en la sección "neutral", justo al lado del sector donde estaban los hinchas de Liverpool. Esa distribución fue, en últimas, uno de los errores fatales de la organización.
El caos previo al pitido inicial
La violencia comenzó mucho antes de que el balón empezara a rodar. Tony Evans, que tenía 24 años y era fanático de Liverpool, recordó años después que “la ebriedad entre los fans era incontrolable”. Algunos rompían paredes para colarse al estadio, otros tiraban objetos, y los rumores se esparcían como pólvora: “Decían que un aficionado de Liverpool había sido colgado, que varios habían sido apuñalados”, dijo Evans, autor de los libros Far Foreign Land y Two Tribes.
La tensión estalló literalmente con el disparo de bengalas. Lo que parecía una provocación menor escaló en cuestión de segundos: cientos de aficionados ingleses embistieron contra el sector "neutral", donde se encontraban muchos italianos, provocando una estampida humana mortal.
En la desesperación por huir, muchos fueron aplastados, y una vieja pared colapsó, causando la muerte directa de al menos una decena de personas.
La decisión inconcebible: el partido se juega
Pese a lo ocurrido —con cuerpos ya listados en el perímetro y sirenas de ambulancias llegando—, los organizadores determinaron que el partido debía disputarse. ¿La razón? Evitar mayores choques fuera del estadio. Juventus ganó 1-0, pero el resultado quedó reducido a una nota al pie.
Fueron 39 víctimas fatales: 32 italianos, 4 belgas, 2 franceses y 1 norirlandés. Cerca de 600 personas resultaron heridas, algunas con secuelas de por vida.
Justicia y sanciones
Después de una investigación internacional, 26 aficionados de Liverpool fueron arrestados y 14 de ellos declarados culpables de homicidio involuntario. También fueron enjuiciados un jefe de policía y un funcionario de la Federación Belga de Fútbol, que recibieron condenas suspendidas.
Las sanciones deportivas no se hicieron esperar: todos los clubes ingleses fueron expulsados de competiciones europeas por cinco años. Liverpool, en particular, recibió una sanción indefinida, reducida después a seis años.
Heysel desaparece, el fútbol cambia
El estadio Heysel nunca volvió a albergar un partido importante; fue demolido en 1994 y reemplazado por el Estadio Rey Balduino. Pero la transformación más importante ocurrió fuera del concreto: en la estructura misma del fútbol inglés.
El sociólogo John Williams de la Universidad de Leicester calificó a Heysel como “el punto más bajo del fútbol inglés”. En la temporada 1985–86, la asistencia total en Inglaterra cayó a 16 millones, su peor cifra desde la Segunda Guerra Mundial. El mensaje estaba claro: había que cambiar o el fútbol moriría.
Un cambio necesario
En los años posteriores, el fútbol inglés inició un proceso de transformación. Impulsado por otra tragedia en 1989 —la catástrofe de Hillsborough, donde murieron 97 personas también por una avalancha humana—, se implementaron reformas radicales:
- Estadios con asientos asignados en lugar de gradas de pie.
- Cámaras de seguridad (CCTV) en los estadios.
- Prohibición del alcohol dentro de los recintos.
- Más control de admisión y acción judicial contra hooligans.
- Creación de la Premier League con estándares comerciales y logísticos modernos.
Irónicamente, quien más se benefició de las reformas originadas por Heysel fue Inglaterra. El “milagro inglés”, como lo llaman otros países, ha convertido a la Premier League en una de las ligas más organizadas y seguras del planeta.
Memoria y redención
Este año, en el 40 aniversario del desastre, Liverpool y Juventus han revelado nuevos memoriales para honrar a las víctimas. El club inglés ha compuesto un homenaje en Anfield con dos bufandas anudadas en símbolo de unión y respeto, acompañadas de los nombres de los 39 fallecidos. Juventus ha construido su memorial junto a su estadio y su centro de entrenamientos.
Estas acciones no sólo honran a quienes perdieron la vida, sino también amplifican un mensaje que el fútbol moderno no puede permitirse olvidar: la seguridad y el respeto deben prevalecer sobre todas las cosas.
Más allá del deporte
Heysel representó un trauma colectivo no sólo para el fútbol, sino para la Europa entera de los años 80. En una época marcada por divisiones, violencia e intolerancia, ese día sangriento en el césped de Bruselas demostró de qué es capaz la masa cuando no hay controles, pero también de qué es capaz un deporte cuando decide evolucionar.
Como afirmó Tony Evans: “Fue el momento en que los aficionados miraron al abismo y decidieron cambiar.”