Una isla a oscuras: la resiliencia cotidiana frente a la crisis energética en Cuba
Cocinas de carbón, baterías de motos y creatividad popular: así sobreviven los cubanos en medio del mayor apagón energético en décadas
La nueva normalidad: sobrevivir sin energía
En la Cuba de hoy, preguntar si habrá apagón no tiene sentido. La pregunta real es: ¿cuándo se irá la luz? Para millones de personas en la isla, esta interrogante se convirtió en parte de la rutina diaria mientras atraviesan la peor crisis energética que ha experimentado el país en décadas.
Marylín Álvarez, cosmetóloga de 50 años residente en el populoso barrio de Bahía en La Habana, lo sabe muy bien. Cuando el gas para cocinar dejó de llegar en diciembre, su familia recurrió a una hornilla eléctrica. Pero las interrupciones eléctricas constantes hicieron insostenible esta alternativa.
“Los apagones son muy duros y como tampoco hay gas, tengo que andar corriendo para poder hacer la comida a tiempo”, relata Álvarez, que vive con su esposo y dos hijas adolescentes.
Y cuando no hay ni gas ni electricidad, la solución es volver al pasado: la familia prende su cocinita de carbón. Una estrategia básica, pero que simboliza el ingenio forzado con el que los cubanos enfrentan una crisis que se cuela en todos los aspectos de la vida diaria.
Resiliencia y creatividad: recursos del pueblo
En medio de la oscuridad, el cubano inventa. Ángel Rodríguez, esposo de Marylín y mecánico, ensambló un rudimentario televisor usando la pantalla de una laptop vieja y una batería de motocicleta eléctrica. “No dura mucho, pero alcanza para ver un capítulo de la novela y darnos un rato de entretenimiento familiar”, comenta.
Este tipo de estrategias forman parte de una red de soluciones alternativas que se extienden a lo largo de la isla. Desde el uso de hornos de carbón hasta el reciclaje improvisado de componentes electrónicos, la sociedad cubana no se rinde ante la oscuridad que impone el Estado.
Causas: un coctel de precariedad estructural
La raíz del problema energético en la isla se origina en deficiencias profundas. Las plantas generadoras, muchas de ellas con más de 30 años de antigüedad, se encuentran operando por debajo de su capacidad por falta de mantenimiento y combustible. La situación se ha agravado en los últimos meses.
El propio presidente Miguel Díaz-Canel admitió que los apagones son un de los principales desafíos para su Gobierno. En mayo de 2024, la demanda energética alcanzó los 3,050 megawatts, mientras que la oferta apenas cubría 1,900, según datos oficiales.
Esta brecha creciente hace inevitable el racionamiento energético, especialmente en los meses de verano cuando el calor obliga al uso de ventiladores y refrigeradores y hay más horas de luz.
Además, cuatro apagones generales, es decir, cortes de luz que abarcaron todo el territorio nacional, han sacudido el país en apenas ocho meses. Incluso en los años más duros del llamado “Período Especial” de los noventa, esta frecuencia de apagones totales era inusual.
La economía doméstica y el rebusque
La crisis energética no solo oscurece las calles, sino también la economía doméstica. Los electrodomésticos básicos se convierten en objetos inútiles en un hogar sin luz. Cocinar, refrigerar alimentos, cargar un teléfono o prender una lámpara, son tareas que dependen de la energía eléctrica como un salvavidas cotidiano.
Como respuesta, muchos optan por las compras en línea en sitios como Revolico, donde proliferan anuncios de ventiladores recargables, lámparas LED con carga USB, baterías externas para celulares o paneles solares. Pero los precios, con productos importados desde EE. UU. o Panamá, superan muchas veces el salario estatal promedio, que ronda los $20 al mes. Así, solo una minoría puede permitírselo.
Edinector Vázquez, un herrero de 45 años en las afueras de La Habana, atiende a la creciente clientela que busca algo más barato: cocinas de carbón hechas a mano con chatarra metálica. Su precio ronda los $18, pero ofrece descuentos a quienes no pueden pagar. “Todos estamos sobreviviendo como podemos. Nadie debería quedarse sin forma de cocinar”, afirma Vázquez, reflejando una solidaridad silenciosa pero firme.
Energía renovable: ¿esperanza a largo plazo?
El Gobierno anunció recientemente planes para instalar más parques solares como parte de su estrategia de transición energética y reducir la dependencia de los combustibles fósiles. Según Díaz-Canel, se cuenta con el apoyo de Rusia y China para implementar soluciones técnicas, incluida la reparación de antiguas generadoras.
Sin embargo, los avances son mínimos y tardíos. La falta de infraestructura para almacenar energía solar, como baterías de litio, y una red eléctrica obsoleta, limitan los impactos reales de los proyectos renovables sobre el consumo diario.
Un ejemplo es Natividad Hernández, residente en Centro Habana, quien invirtió en instalar paneles solares. Pero su presupuesto no alcanzó para baterías ni microinversores. “Solo tengo electricidad solar si hay sol y si el sistema eléctrico está operando mínimamente. Es útil, pero no suficiente.”
Consecuencias psicológicas y sociales
En una nación donde la televisión y la radio estatal siguen siendo canales fundamentales de información y educación, la falta de luz multiplica la brecha informativa entre quienes tienen acceso a soluciones tecnológicas y quienes no. Además, la salud mental sufre por la incertidumbre constante. Residir sin saber si se podrá cocinar o dormir con un poco de ventilación rompe el ritmo natural del descanso y genera ansiedad.
“Este nivel de imprevisibilidad empobrece mucho más que el salario. Te quita la paz”, señala Yaima Ramos, psicóloga de La Habana.
Historias de resistencia silenciosa
Quizás lo más impactante que esta crisis ha revelado es la resiliencia estructural del cubano promedio. Desde adaptarse a cocinar con cáscaras de coco, hasta sembrar huertos domésticos para evitar la dependencia del refrigerador, la capacidad de reinvención supera muchas veces la noción tradicional de resistencia.
Jorge Piñón, investigador del Energy Institute de la Universidad de Texas en Austin, señaló que resolver la crisis energética en Cuba podría tomar entre tres y cinco años y requerir unos $8 mil millones en inversiones. Con ese panorama fuera de alcance, queda una sola certeza: la energía del pueblo está en el ingenio, no en el voltaje.
“El tiempo llegará en que se nos agoten las ideas”, dijo Ángel Rodríguez entre risas resignadas mientras conectaba su televisión casera. Pero quienes lo conocen dicen que seguro ya se le está ocurriendo otra solución.
La luz al final del túnel en la Cuba de 2024 no viene por el cableado estatal, sino por la chispa de creatividad de su gente.