La caída de un teniente: corrupción, extremismo y traición en Washington

El caso Shane Lamond revela los peligros de la complicidad policial con grupos radicales como los Proud Boys

Una traición desde dentro del sistema

El 17 de mayo de 2024 marcó una fecha clave para la justicia en Estados Unidos: Shane Lamond, exteniente del Departamento de Policía Metropolitana de Washington, fue condenado a 18 meses de prisión. El motivo: obstrucción de la justicia y falsedad en declaraciones relacionadas con la filtración de información confidencial a Enrique Tarrio, líder de los Proud Boys.

Este caso no es solo el relato de un exoficial que cruzó una línea ética. Es el reflejo de cómo sectores radicales y extremistas como los Proud Boys lograron infiltrarse —de forma directa o indirecta— en las entrañas de las instituciones encargadas de preservar el orden, mostrando una preocupante grieta en la seguridad del Estado.

¿Quién es Shane Lamond?

Shane Lamond sirvió durante más de dos décadas en el Departamento de Policía Metropolitana de Washington. Su rol era de suma importancia: supervisaba la unidad de inteligencia de la Oficina de Seguridad Nacional del Departamento. Es decir, su tarea consistía en monitorear y prevenir amenazas a la seguridad pública, incluidos los grupos extremistas como los Proud Boys.

Sin embargo, entre 2019 y 2021, mantuvo numerosos intercambios de mensajes con Enrique Tarrio, líder del mencionado grupo. En lugar de actuar como una fuente de control, Lamond se convirtió en un informante para dicho líder, dándole acceso a investigaciones en curso y mensajes explícitos sobre operativos en su contra.

Los Proud Boys: violencia, radicalismo y política

Los Proud Boys son una organización clasificada como extremista por el FBI. Fundada en 2016, la agrupación ha estado implicada en numerosos actos de violencia política, incluyendo la insurrección del 6 de enero de 2021 en el Capitolio.

Enrique Tarrio, figura visible del movimiento, fue arrestado en enero de 2021 por quemar una bandera de Black Lives Matter robada de una iglesia afroamericana en Washington. Su condena se amplió cuando el Departamento de Justicia lo encontró culpable de conspirar para frenar la transición presidencial tras la derrota de Donald Trump.

Lamond y Tarrio comenzaron a comunicarse estrechamente desde 2019. De acuerdo con la evidencia presentada, sus charlas se intensificaron tras el 12 de diciembre de 2020, día de la quema de la bandera. En una de sus conversaciones, Lamond llegó a escribir: “Personalmente los apoyo y no quiero ver el nombre de su grupo arrastrado por el lodo.”

Un juicio sin jurado, pero no sin drama

En diciembre de 2023, la jueza federal Amy Berman Jackson declaró culpable a Lamond de tres cargos de declaraciones falsas y uno más por obstrucción de la justicia. El juicio, conducido solo ante la jueza (sin jurado), fue particularmente complejo. Aunque tanto Lamond como Tarrio testificaron que el exoficial nunca dio información confidencial ni recibió confesiones por parte del líder extremista, la jueza los calificó de "no creíbles" y sostuvo que la evidencia contradijo sus testimonios.

La fiscalía, por su parte, solicitó una pena de cuatro años, destacando que Lamond no solo traicionó a su institución, sino también mintió reiteradamente para encubrir sus acciones. En palabras de los fiscales: "Esta es una obstrucción de la justicia flagrante y una traición al trabajo de sus colegas".

Reacciones y tensiones políticas

La sentencia fue seguida por la presencia del propio Enrique Tarrio, quien al salir del tribunal pidió al expresidente Donald Trump que indultara a Lamond: "Pido al Departamento de Justicia y al Presidente de Estados Unidos que corrijan esta injusticia", declaró.

Las declaraciones de Tarrio no son inocentes ni casuales. Ponen en evidencia una estrategia cada vez más visible por parte de ciertos sectores republicanos: reivindicar a individuos implicados en actos de subversión como héroes, reforzando la narrativa de persecución política. Este fenómeno ha sido documentado ampliamente desde el indulto de varios participantes del asalto al Capitolio, lo cual forma parte de un esfuerzo más amplio por reescribir lo ocurrido el 6 de enero.

Entre servicios a la patria o traición directa

Durante el juicio, los abogados de Lamond defendieron la idea de que su cliente actuó motivado por el deseo de obtener inteligencia que ayudara a preservar el orden. Señalaron que Lamond consideraba a Tarrio como una fuente informativa, no como un aliado o amigo. Admitieron que sus manejos fueron torpes, pero no criminales.

La evidencia, sin embargo, mostró otra historia. Se hallaron mensajes en los que Lamond alertaba a Tarrio sobre mandatos judiciales y el estatus de investigaciones en tiempo real. Esta información fue utilizada, según la fiscalía, para eludir medidas judiciales y mantener a los Proud Boys al tanto.

El inevitable fantasma del 6 de enero

La relación entre Lamond y Tarrio se da en un contexto nacional profundamente polarizado. El asalto al Capitolio en 2021, protagonizado en parte por los Proud Boys, marcó un antes y un después en la confianza del público hacia las fuerzas de seguridad y los organismos estatales.

Que un alto funcionario de inteligencia policial se viera involucrado con uno de los organizadores del ataque lleva a preguntarse cuánto más puede haberse infiltrado este tipo de radicalismo dentro del aparato encargado de proteger la democracia.

Recordemos que Tarrio no estuvo físicamente presente en el Capitolio ese día. Fue arrestado 48 horas antes del incidente. Sin embargo, fue condenado por conspiración sediciosa, confirmando su rol organizativo en el complot golpista. Lamond, para ese entonces, ya había mantenido reiteradas conversaciones con él, incluida una donde analizaban si miembros del grupo serían posteriormente procesados.

Un síntoma de algo más profundo

Si hay algo que deja claro este caso es que la corrupción o la simpatía hacia el extremismo no son fenómenos aislados. Lamond no actuó por dinero ni por presión directa, sino —según sus propias palabras— por considerar que tenía una relación estratégica con Tarrio. Esta percepción es peligrosa, pues permite normalizar la cooperación con quienes promueven ideologías antidemocráticas.

Además, el hecho de que varios de sus colegas y superiores no hayan detectado ni reportado esta conducta durante años también resalta fallas estructurales en los mecanismos de supervisión dentro de las fuerzas del orden.

¿Y ahora qué?

La sentencia de Lamond puede parecer leve (18 meses frente a los 4 años solicitados). Sin embargo, envía una señal importante: ninguna posición de poder está exenta de consecuencias cuando se traiciona la ley y la confianza pública.

También subraya el reto que enfrenta el gobierno de Estados Unidos en su lucha contra el extremismo doméstico. Un estudio de 2022 realizado por el Programa sobre el Extremismo de la Universidad George Washington reveló que más del 14% de los arrestados por el asalto al Capitolio tenían vínculos o experiencia previa en organismos de seguridad o militares.

Casos como el de Lamond hacen urgente revisar e implementar filtros más rigurosos dentro de las agencias policiales, fomentar una cultura de rendición de cuentas y, sobre todo, reforzar la enseñanza de valores democráticos dentro del servicio público.

Un país en busca de una justicia más firme

Mientras se acercan nuevas elecciones presidenciales, Estados Unidos vive una tensión política en ebullición. Los extremismos, lejos de desaparecer, han ganado espacio en el debate público. La denuncia de "persecución política" se ha vuelto moneda común entre legisladores y candidatos que simpatizan con los eventos del 6 de enero o los minimizan.

Frente a este panorama, la condena de Shane Lamond podría representar no solo un cierre judicial, sino una advertencia fundamental: la lealtad a la ley debe estar por encima de cualquier simpatía personal, ideológica o estratégica.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press