Compton en llamas: Ira, dolor y resistencia comunitaria frente a redadas migratorias y represión federal

Tras una noche de disturbios en California, los residentes de Compton se enfrentan a los estragos de una política migratoria cada vez más agresiva y la militarización de las respuestas

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Por qué estalló Compton este fin de semana no es un misterio. El detonante, una vez más, fue la política migratoria estadounidense y su ejecución violenta, que catalizó una ola de protestas sin precedentes en la ciudad angelina. Pero lo que realmente marcó los corazones de los residentes fue el saldo: comercios destruidos, gas lacrimógeno impregnado en el aire y una comunidad que ahora carga con las heridas de una crisis nacional mal gestionada.

El contexto: redadas migratorias y una ciudad al borde

Todo comienza días antes, cuando agentes federales de inmigración lanzaron operativos en vecindarios con alta población latina, como Compton y Paramount, dejando una estela de miedo y tensión. Aunque el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) sostiene que sus operaciones son legales y necesarias para la seguridad nacional, para muchos en estos barrios representan una invasión directa y un ataque a la esencia cultural de la comunidad.

¿Qué es Estados Unidos sin inmigrantes?” se podía leer grafiteado en varios negocios al día siguiente de los enfrentamientos. Es una interrogante con carga histórica, emocional y política. Esta nación fue fundada por inmigrantes y hoy más de 45 millones de extranjeros viven en EE.UU., según datos del Censo de 2020.

La noche de la furia: gases, fuego y desesperación

El sábado por la noche, las calles de Compton se llenaron de cientos de manifestantes que exigían el cese inmediato a las redadas migratorias. Frente a ellos, uniformados federales y locales desplegaron un arsenal de armas no letales: gases lacrimógenos, granadas aturdidoras y balas de goma. Se registraron varios focos de incendios, vitrinas rotas y tiendas destrozadas.

La respuesta del gobierno federal fue inmediata y contundente: el presidente Donald Trump autorizó el envío de 2,000 tropas de la Guardia Nacional a Los Ángeles, decisión que desató fuertes críticas por parte del gobernador de California, Gavin Newsom, quien la calificó de “sobrerreacción total”.

La mañana después: la dignidad en el polvo

Al amanecer del domingo, las calles parecían una zona de guerra. Pero entre los escombros y la ceniza, emergió una imagen que lo decía todo: Ernest Melendrez, un residente local, con máscara en el rostro, escoba en mano, acompañado por su esposa e hija, limpiando la calle principal.

Creo que la gente tiene la idea correcta, pero el enfoque equivocado”, dijo mientras tosía por el gas que aún impregnaba el ambiente. Para él, lo ocurrido es resultado del abandono sistemático y la falta de apoyo comunitario. “Si nadie está ahí para ayudarlos a canalizar sus sentimientos, esto es lo que tiende a pasar.”

Su esposa, Launie Melendrez, hizo eco de estas palabras, aunque no ocultó su tristeza al observar las fachadas destruidas de negocios locales: “La destrucción del esfuerzo de vida de estas personas no ayuda a tu causa”.

El rostro comunitario del dolor

Elaina Angel, hija de los Melendrez, creció en Compton. Para ella, el panorama no fue sorprendente, pero sí devastador. “No les importa Compton”, dijo refiriéndose a las autoridades. “Pero no creo que contaban con que nosotros saliéramos a limpiar”.

Y esa frase resume una narrativa poderosa: en medio del desastre, la comunidad no esperó. No organizó una marcha, ni pidió ayuda oficial. Simplemente actuó. Porque la resiliencia y el sentido de pertenencia pesan más que cualquier gas lacrimógeno o decreto presidencial.

Desigualdad estructural expuesta

Lo sucedido también aporta una mirada cruda sobre cómo las instituciones jerarquizan la recuperación. Mientras un Home Depot, situado cerca del epicentro del conflicto, ya había reabierto y eliminado la mayoría de los grafitis, las calles residenciales aún estaban cubiertas de hollín y basura.

No es coincidencia. Los grandes negocios cuentan con recursos, seguros y relaciones políticas. Los comerciantes locales, en cambio, dependen de ingresos diarios y el apoyo vecinal. ¿Quién responde por ellos cuando la militarización impuesta por conflictos ajenos llega a su puerta?

¿Protestar o no protestar?

Una de las controversias más antiguas en torno a la resistencia civil es el cómo. ¿Hasta qué punto puede justificarse la violencia cuando los derechos de seres humanos están siendo violados sistemáticamente? Martin Luther King Jr. dejó claro que “la protesta sin violencia no es pasiva, sino profundamente activa”. Pero incluso él lidiaba con jóvenes más radicalizados que cuestionaban los límites de la resistencia pacífica.

En Compton, esa tensión es palpable. Algunos manifestantes ven los actos más agresivos como única forma de atención mediática. Otros, como la familia Melendrez, apuestan por la reconstrucción simbólica como instrumento de cambio.

La hipocresía institucional

Lo más irónico, y quizá doloroso, es ver cómo tras los destrozos, los únicos que aparecieron fueron los vecinos. Las fuerzas estatales, que el día anterior tomaron el vecindario como zona militarizada, no estaban. Ni un patrullero, ni un oficial de limpieza. Nada.

Ese abandono calculado es lo que alimenta la rabia y el escepticismo. Porque si el gobierno puede movilizar tropas en horas, ¿por qué no puede enviar cuadrillas de limpieza o trabajadores sociales?

Una protesta que va más allá de las redadas

Las redadas no son el único problema. Son solo el síntoma más doloroso de una serie de fallos estructurales: falta de servicios, racismo sistémico, pobreza histórica y criminalización del inmigrante. Lo que sucedió en Compton no fue un estallido espontáneo, sino la erupción de un volcán que lleva décadas acumulando presión.

El activismo de base como única esperanza

Ante esto, la única respuesta sostenible nace desde abajo. En Compton existen decenas de organizaciones comunitarias, desde defensoras de inmigrantes hasta cooperativas alimentarias, que intentan llenar los vacíos que deja el Estado. Tras la protesta, algunas de estas agrupaciones organizaron brigadas vecinales para recoger basura, brindar atención psicológica a niños afectados y entregar alimentos a las familias con miembros detenidos.

A esa resistencia hay que respaldarla, visibilizarla y aprender de ella. Como dijo la activista Angela Davis: “No acepto lo que no puedo cambiar. Cambio lo que no puedo aceptar”.

Una ciudad que no se rinde

Compton ha sido muchas veces retratada en los medios como símbolo del conflicto urbano. Pero detrás de esa narrativa hay otra historia: la de una comunidad que se levanta todos los días para construir, resistir y honrar lo que representa… aún cuando todos los reflectores quieren mostrar lo contrario.

La limpieza simbólica que Ernest Melendrez hizo con su familia va más allá del polvo o de las cenizas. Es un acto de afirmación, de orgullo. De esperanza frente al caos. Y mientras el resto del país debate sobre tropas, leyes y órdenes ejecutivas, Compton ya ha tomado una decisión: aferrarse a su humanidad y problema tras problema, seguir reconstruyendo el tejido del barrio.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press