El Rocío: Alma, Fe y Polvo en la Romería Más Apasionante de España

Más que una peregrinación: el fervor religioso y la celebración andaluza se funden en uno de los encuentros católicos más multitudinarios y emocionantes del mundo

Una tradición que trasciende los siglos

La Romería del Rocío no es solo una manifestación de fe. Es también un retrato profundo del alma andaluza, una mezcla exuberante de espiritualidad, tradición y celebración. Cada año, alrededor de un millón de personas se movilizan en caravanas de carros, caballos, a pie o en vehículos desde distintos puntos de España —y del extranjero— hacia la aldea de El Rocío, ubicada en el Parque Nacional de Doñana, al suroeste de Andalucía.

Esta romería tiene sus raíces en el siglo XIII, cuando, según la leyenda, se encontró una imagen de la Virgen María escondida en los parajes cercanos. Desde entonces, la Virgen del Rocío —conocida también como la Blanca Paloma— se ha convertido en un símbolo místico de consuelo y protección.

Flamenco, fe y festividad

A diferencia de otros grandes eventos religiosos católicos, la romería mezcla de forma espontánea y natural el recogimiento espiritual con el canto, el baile y la camaradería. Más de 130 hermandades, muchas de ellas con siglos de historia, se ponen en camino hacia El Rocío por rutas tradicionales que atraviesan marismas, pinares y senderos arenosos.

Una de las más destacadas es la Hermandad de Triana, proveniente del barrio homónimo de Sevilla. Con una historia de más de 200 años, la hermandad despliega un vasto cortejo que incluye carretas, caballistas y peregrinos a pie. Durante el trayecto, se entonan sevillanas rocieras acompañadas de guitarras y palmas, mientras se comparte comida, vino, cerveza y, sobre todo, momentos de oración y reflexión.

“Uno puede beber y convivir. Nuestros mejores amigos están aquí. Pero lo esencial es rezar”, dijo Meme Morales, rociera veterana desde los años 90.

Una liturgia bajo los pinos

A pesar del ambiente festivo, las jornadas están marcadas por hitos religiosos. Al caer la tarde, se celebra el rosario vespertino bajo la sombra de los pinos, seguido por Misas campestres y actos litúrgicos en honor a la Virgen. Las carretas se disponen en círculos, formando campamentos donde la noche se baña de oraciones, cantos devocionales y confesiones.

El Padre Manuel Sánchez, director espiritual de la Hermandad de Triana, destaca la mezcla de solemnidad y cercanía del evento con palabras que resuenan entre los fieles:

“Hay una profunda espontaneidad en El Rocío… como en el Evangelio cuando Jesús cena con la gente común. Tendremos tiempo de llorar delante de Dios, pero El Rocío no es para eso. Es un encuentro alegre con la fe.”

Una devoción popular y muy terrenal

Parte de la identidad única del Rocío radica en su entorno natural. Este enclave en las marismas del Guadalquivir fue, hasta hace pocas décadas, un espacio agreste y solitario, poblado por ganaderos y almonteños. Esta geografía ha permitido el desarrollo de una devoción gestionada por las hermandades más que por la jerarquía eclesiástica.

Juan Carlos González Faraco, profesor de la Universidad de Huelva y estudioso de la romería, afirma:

“El Rocío se ha mantenido como una expresión popular que, sin perder el foco devocional mariano, está muy cerca de las vivencias del campo, alejada del control institucional.”

Un santuario que late con cada paso

La Hermandad Matriz de Almonte es la custodio del santuario donde reside la Virgen del Rocío. Allí, su presidente Santiago Padilla recibe solemnemente a cada hermandad, con saludos, abrazos y agradecimientos. Es un reencuentro cargado de emociones: muchos peregrinos llegan después de haber caminado durante días, con promesas y súplicas en el corazón.

Vestido de elegante traje de montar y con chaqueta blanca, Padilla simboliza la fusión entre tradición ecuestre y fervor religioso que caracteriza la romería. Mujeres con vestidos de faralaes, mantones de manila y flores en el cabello se unen en una coreografía milenaria de fe y colorido.

Promesas, lágrimas e historias de vida

Detrás del polvo, la música y la convivencia, hay miles de historias personales que dan sentido espiritual a esta peregrinación. Una de ellas es la de Paloma María, quien tras superar un cáncer de mama decidió tatuarse una imagen mariana en la espalda:

“Ella me cuida. Mi Virgen del Rocío lo es todo para mí.”

O la de Esperanza García Rivero, nieta de un peregrino de los años 40, que ve en la implicación de los jóvenes —como las vigilias y adoraciones eucarísticas organizadas por ellos— la garantía de que esta tradición no morirá.

El punto culminante: el encuentro con la Blanca Paloma

El momento más esperado es la madrugada del lunes de Pentecostés, cuando la Virgen del Rocío es llevada en procesión por las calles de la aldea, visitando cada una de las hermandades. Es una escena sobrecogedora: multitudes que lloran, cantan y lanzan vítores a la Blanca Paloma, mientras la imagen avanza envuelta en flores, lágrimas y fervor.

En palabras de Sara de la Haza:

“Tantas emociones, por ti, por los tuyos… es una explosión interna.”

Aunque después de la procesión los peregrinos inician su camino de vuelta, la experiencia del Rocío queda indeleble en sus corazones. Algunos regresan por promesas cumplidas, otros en busca de consuelo. Todos, sin excepción, renuevan su vínculo con una tradición que hace del andar descalzo por caminos de polvo una poderosa manera de acercarse a lo divino.

¿Por qué El Rocío sigue vivo en el siglo XXI?

  • Identidad cultural: Es un símbolo de la Andalucía rural, gitana, ganadera y devota.
  • Espiritualidad festiva: El Rocío demuestra que la devoción no está reñida con la alegría, el cante y la convivencia.
  • Participación joven: La implicación de nuevas generaciones asegura su pervivencia.
  • Versatilidad: Acoge desde católicos practicantes hasta curiosos, turistas o gente que busca comunidad.

Dicen que El Rocío no se explica, se vive. Y es cierto. Porque solo cuando uno ha sentido la salve rociera entonada en la noche, ha compartido su cantimplora con un desconocido, y ha visto llorar a un jinete al paso de la Virgen, es cuando entiende que esta no es solo una peregrinación: es una forma de vida.

El Rocío, un camino de polvo y fe. Pero sobre todo, de un corazón que nunca deja de latir.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press