Guerra comercial 2.0: ¿La tregua temporal entre EE. UU. y China es solo un respiro antes de la tormenta?

Las conversaciones en Londres buscan calmar las tensiones, pero entre semiconductores, visados, y tierras raras, el conflicto comercial entre las dos superpotencias sigue cargado de intereses estratégicos

LONDRES — En medio de una compleja red de tensiones económicas, tecnológicas e ideológicas, Estados Unidos y China han retomado esta semana en Londres una nueva ronda de negociaciones comerciales. El intento es claro: frenar una guerra comercial que amenaza con escalar a nuevas dimensiones geopolíticas. Pero, ¿qué se está jugando realmente en la mesa de diálogo? ¿Paz económica o solo una pausa para rearmarse?

La cumbre en Londres: los nombres y objetivos

La delegación china, encabezada por el viceprimer ministro He Lifeng, se reunió este lunes con figuras clave del gobierno estadounidense como el secretario del Tesoro Scott Bessent y el secretario de Comercio Howard Lutnick. La cita tuvo lugar en el histórico Lancaster House, una mansión del siglo XIX ubicada a tan solo unos metros del Palacio de Buckingham, reflejo simbólico del peso global de estas conversaciones.

He Lifeng no llegó solo. Lo acompañaron pesos pesados como el ministro de Comercio Wang Wentao y el negociador Li Chenggang. Por la parte estadounidense también asistió el representante comercial Jamieson Greer.

El objetivo inmediato: consolidar la tregua de 90 días pactada en Ginebra el mes anterior, que detuvo la imposición de nuevos aranceles de más del 100% en ambos lados. Pero lo que está en juego va mucho más allá.

Las claves reales del conflicto: tecnología, educación y minerales estratégicos

Desde el último encuentro en Ginebra hasta hoy, las tensiones no han cesado. La disputa se ha ramificado en frentes fundamentales:

  • Semiconductores avanzados: Washington ha impuesto restricciones a las exportaciones de chips de última generación utilizados en inteligencia artificial, una medida que limita peligrosamente el acceso tecnológico de China.
  • Visados para estudiantes: Las trabas de EE. UU. al ingreso de estudiantes e investigadores chinos han elevado el tono en el ámbito educativo y científico.
  • Minerales de tierras raras: China, que controla más del 60% del suministro global de estos elementos, impuso restricciones a su exportación en abril de este año. Su uso es clave en la fabricación de autos eléctricos, aviones, tecnología militar y más.

Beijing ha insinuado que podría aliviar sus medidas sobre las tierras raras para evitar un colapso industrial global. Pero, a cambio, exige que EE. UU. levante las barreras en tecnología. Una partida de póker con herramientas geoestratégicas.

Trump y Xi: la comunicación en la cumbre

El expresidente Donald Trump habló recientemente por teléfono con el presidente chino Xi Jinping, en lo que intentó ser una desescalada diplomática. Trump, sin embargo, se mantuvo ambiguo. “China no es fácil, pero estamos bien”, dijo ante la prensa.

Su declaración más contundente fue desde la Casa Blanca: “Queremos abrir China a los productos estadounidenses. Si no lo logramos, tal vez no hagamos ningún trato” —una visión claramente proteccionista, pero también pragmática.

Trump también publicó en redes sociales que las negociaciones se trasladarían a Londres, reforzando la idea de que el Reino Unido no solo es un aliado, sino también un terreno “neutral” para los intereses cruzados.

¿Quién necesita más el acuerdo?

La pregunta que flota sobre la mesa es ¿a quién le urge más poner fin al conflicto?

Desde 2018, año en el que Trump inició la guerra comercial con altos aranceles a productos chinos, ambos países han sufrido:

  • El intercambio bilateral cayó de $635 mil millones en 2018 a $558 mil millones en 2020, según datos del U.S. Census Bureau.
  • El sector agrícola estadounidense perdió acceso prioritario a uno de sus mayores mercados: China. Entre 2018 y 2019, las exportaciones de soya se desplomaron un 48%.
  • China, por su parte, vio limitado su sistema tecnológico, obligado a desarrollar alternativas propias a tecnologías como los chips Nvidia y los sistemas Android de Google.

Paradójicamente, este conflicto alimentó una carrera por la independencia tecnológica. Desde entonces, China ha invertido más de $140 mil millones en subsidios a semiconductores, y EE. UU. aprobó su propia “CHIPS Act” para fomentar la fabricación local.

¿Una tregua realmente sostenible?

Los analistas se muestran escépticos frente a la estabilidad de esta tregua. Dr. Han Jun, profesor de Economía Internacional en la Universidad Tsinghua, señala:

“Esta pausa no es paz, sino una necesidad táctica. Ambos necesitan un respiro por sus respectivas economías, pero los intereses siguen siendo irreconciliables a corto plazo.”

Desde Wall Street, el inversor veterano Ray Dalio escribió en su newsletter:
“Estamos frente a un cambio de paradigma. Ya no es solo comercio. Es hegemonía tecnológica, cultural y militar.”

Y es que la rivalidad ha pasado del ámbito económico al geopolítico. En los últimos meses, EE. UU. ha reforzado su presencia militar en el Pacífico, mientras China impulsa con fuerza su proyecto de la Franja y Ruta para ganar aliados globales.

Londres: un campo de negociación lleno de historia y simbolismo

Que las reuniones se hayan trasladado a Londres no es casual. Además de ser sede diplomática neutral, representa un terreno simbólico del orden económico tradicional, del cual EE. UU. sigue siendo líder, y al que China intenta dar un vuelco.

No estamos negociando un tratado de comercio, sino los cimientos del nuevo orden mundial”, declaró un exfuncionario del Ministerio de Exteriores británico a Financial Times.

Además, el hecho de que las negociaciones continúen tras la intervención directa de Trump subraya la presión que ambos gobiernos sienten de sus sectores empresariales y electorados. Ambos saben que prolongar esta guerra perjudica a inversores, exportadores e incluso a consumidores comunes.

La apuesta por los estudiantes y el soft power

La restricción de visados a estudiantes chinos en EE. UU. no es menor. De los más de 1 millón de estudiantes internacionales en universidades estadounidenses en 2023, un tercio eran chinos.

Instituciones como MIT, Stanford o Harvard han expresado preocupación por la caída de estas matrículas y su impacto en la innovación y finanzas académicas.

Para China, esta medida es vista como una herramienta para frenar su circuito de conocimiento y talento. Pero a largo plazo, también ha impulsado a Beijing a fortalecer sus propias universidades y atraer talento regional.

¿Qué sigue?

Los próximos días en Londres serán críticos. Si bien no se espera un “gran acuerdo” inmediato, sí podrían fijarse nuevas líneas de cooperación sectorial (energía, educación o tecnología).

El verdadero peligro está en no lograr nada concreto. Una ruptura implicaría el regreso inmediato de los aranceles y posibles medidas aún más agresivas —como los controles totales sobre las exportaciones tecnológicas o represalias en el cambio de divisas.

Por ahora, el mundo observa. No solo diplomáticos y negociadores. También industrias enteras, mercados bursátiles y hasta gobiernos aliados.

Porque, como bien dijo Winston Churchill, desde esa misma ciudad donde hoy transcurren las negociaciones:
“La diplomacia es el arte de ir al infierno sin perder la compostura.”

Este artículo fue redactado con información de Associated Press